Cuando el electorado dio al presidente su voto y confianza para ejercer el cargo y le entregó el control absoluto de la Cámara de Diputados y la mayoría de la Cámara de Senadores, rompió una tradición de 18 años. La fuerza que supone el “carro completo”, permite hoy que un solo hombre, entre demasiados desaciertos, ejerza un poder absoluto y sin contrapesos y así decida presente y futuro del país:
Muchas decisiones unipersonales dañan hoy a vastos sectores de clase media y a grupos específicos de población más desprotegida económica y socialmente, como pueden ser los niños con cáncer, mujeres golpeadas, empleados y trabajadores despedidos, agricultores y víctimas de la violencia, personas a las que el gobierno –desde la cúspide de la concentración del poder- se niega siquiera a reconocer.
El único instrumento de alcance ciudadano para establecer contrapesos será el voto en la próxima elección intermedia de 2021.
Invitado en enero de 2019 a una de las acostumbradas mañaneras, Jorge Zapata González, nieto de Emiliano Zapata -hoy opositor de la 4T y del proyecto termoeléctrico de Huexca- recordó que la silla presidencial “estaba embrujada y quien se sienta en ella pierde la razón y el sentido”. Con puntualidad histórica, los ciudadanos vemos descritos a nuestros monarcas sexenales en la enérgica advertencia de lord Acton: “el poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente”.
Los escándalos de corrupción pasan hoy por la compra de insumos y equipos en plena pandemia, cruzan por el área de juegos y sorteos; atraviesan por muy numerosas y opacas compras de bienes y servicios, fuera de concurso y contratos sin transparencia alguna, todo bajo la premisa de que en la 4T “no somos iguales”.
A los ciudadanos corresponde buscar con el voto contrapesos al ejercicio del poder absoluto, acotarlo, como sucede en toda democracia e impedir que se siga avanzando en el control y dominio del poder judicial y en el de los organismos autónomos, como sucedió en la CNDH y se perfila en el INE.
Nuestro sistema electoral convierte a minorías en mayorías mediante una ficción constitucional, que refuerza la sobrerepresentación legislativa para los partidos ganadores, sin necesidad de que sus diputados triunfen en las urnas.
Reducir el espacio de las decisiones presidenciales absolutas pasa por restablecer equilibrios y contrapesos mediante cámaras más plurales, como sucedió del 2000 al 2015. En la construcción de una mejor democracia, México tiene la disyuntiva de seguir como va o lograr que en la vida política madure la negociación, el debate, el compromiso, la responsabilidad, sin la uniformidad aplastante que luego asfixia al país con la realidad de las decisiones desacertadas.
Los votantes tenemos que aprender que en cualquier elección, llegado un momento, la disyuntiva del opositor es aferrarse a su primera preferencia, o dar el voto a quien realmente puede triunfar. El voto es el único recurso a nuestro alcance para modelar a los gobernantes, sean presidentes, gobernadores o munícipes, e igual para que los diputados produzcan más calidad legislativa y menos aplausos de foca.
El voto inteligente es la manera de limitar decisiones absurdas desde el legislativo, cuando su mérito no es el debate y el argumento, sino el plegamiento y el apoyo a toda ocurrencia presidencial, aun si ello compromete la construcción real de un futuro mejor en la economía, la salud y la seguridad pública. Ese voto suele ser la única oportunidad del ciudadano-elector para impedir los absolutismos del poder político y enseñar a quien gobierna que será evaluado por sus acciones, decisiones y resultados, no por el tamaño de sus promesas.