Mientras pensaba cómo iniciar mi primera colaboración del año, lo que tenía claro era lo importante que es para mí agradecer a todos aquellos lectores que durante 2022 tuvieron la atención de externarme su empatía y compartir conmigo su visión particular de las cosas, esas reflexiones fueron de gran ayuda para no incurrir en soliloquios y comprender la situación desde sus múltiples dimensiones.
Como a muchos de ustedes, esta época me invita a repasar los eventos ocurridos durante el año: el entusiasmo de los nuevos proyectos, la satisfacción de las metas logradas, la alegría por la llegada de nuevos integrantes a la familia. Sin embargo, no todo es júbilo y regocijo, también es la época en la que se exacerba la contradicción más funesta, la manifestación de las ausencias; el recuerdo de aquellos que ya no se encuentran con nosotros o que por alguna razón están lejos.
Menciono esto porque es justamente la ausencia el motivo de la reflexión que hoy comparto con ustedes. El año que terminó dejó heridas profundas en miles de mexicanos para quienes estas fechas, más que paz y armonía, tuvieron un sabor de melancolía y desolación. México cerró con la dolorosísima cifra acumulada de 109 mil desaparecidos, cada uno de ellos con madres, hermanos o hijos que lejos de iniciar el año llenos de entusiasmo, continuarán su largo peregrinar en busca de los suyos. Otra cifra devastadora son los más de 44 mil homicidios ocurridos entre enero y diciembre, que forman parte de los más de 137 mil en lo que va del sexenio. Entre desaparecidos y asesinados son más de 200 mil hogares en los que el luto y la angustia dejaron de lado el festejo y la celebración.
Pero qué les puedo yo contar de delincuencia, cuando todos somos testigos habituales de la inseguridad que nos rodea. La gente sale de casa con miedo; apenas hace unos días, en un desayuno con amigos, me contaron de un grupo de jóvenes que se organizan para tomar juntos el transporte rumbo a sus trabajos y disminuir el riesgo de que alguno no vuelva, tácticas propias de las novelas de Payno o de Azuela que ponen en evidencia el deterioro en que se encuentra el país.
¿Nos espera un escenario mejor? Me temo que no. 2022 superó todos los récords delictivos, el nivel de violencia no tiene precedente y los indicadores muestran una tendencia ascendente que no augura buenas nuevas. La Seguridad Pública, está completamente rebasada, carecemos siquiera del mínimo de policías recomendados por número de habitantes. No conforme con eso, la gran mayoría reciben sueldos paupérrimos, sin seguridad social, seguro de vida o cualquier otro tipo de prestación o formación que les permita combatir con eficacia a grupos criminales fuertemente organizados; basta señalar los 393 policías abatidos este año.
¿Estamos condenados a un 2023 peor? Si bien el panorama no es alentador, mucho se puede hacer, pero es necesaria la autocrítica de quienes ostentan el poder para recomponer el camino. Nadie en su sano juicio tomó en serio al Presidente cuando prometió acabar con la delincuencia de un día a otro; sin embargo, uno esperaría que, tras 4 años de gobierno, algo hubiera mejorado. En cambio, las alarmantes cifras con las que inicia su quinto año indican que hoy más que nunca vivimos a merced de que un puñado de bárbaros nos despojen de nuestras pertenencias, entre ellas, la más propia de todas, la vida.
Por lo pronto a nosotros, los ciudadanos de a pie, nos corresponde seguir siendo críticos con las autoridades, formar un frente común entre sociedad civil, estados y municipios para exigir al gobierno federal un cambio de estrategia cimentado en el respeto ineludible de la ley, la coacción y el Estado de Derecho, sólo así daremos paso firme en la construcción del México que todos queremos, un país de prosperidad en el que nuestros esfuerzos no sean por sobrevivir sino por convertirnos en mejores personas.
Si me conceden el honor de compartir opiniones, estaré gustoso de leerlos vía Twitter en @irmoralesl