Mi generación ha sobrevivido a las crisis económicas de 76, 82, 94 y 2008, todas de efectos sociales devastadores, especialmente para los jóvenes y para los más pobres.
Como en el peor juego de serpientes y escaleras, en esta crisis se ha esfumado toda expectativa de avance para toparse con una realidad seca. Prácticamente toda la sociedad nacional, unos más que otros, estamos ante el fantasma de la incertidumbre. Es la pérdida acelerada de caminos para enfrentar presente y futuro.
Al daño brutal de la pandemia por infecciones y decesos, hay que sumar el mal gobierno. La crisis actual tiene esos dos claros causantes: la pandemia y la gestión de la administración pública fallida, con el desmantelamiento del aparato burocrático.
Otras crisis se han ensañado antes con los más pobres aquellos a quienes la desnutrición les redujo incluso su estatura y talla. Pero todos resentimos el efecto devastador de la pérdida de ingresos.
Si la narrativa presidencial es y sigue siendo abiertamente opuesta a la inversión privada en sectores altamente generadores de valor, como se ha visto con la energía, queda claro —con las cifras de Pemex y la CFE— que la apuesta ha sido equivocada. A diferencia de los años 70, la estructura mundial de la producción y el consumo de energía descansa en la diversidad de numerosos productores privados, no en los pesados elefantes estatales, devoradores incansables de presupuesto público.
AMLO olvidó que mantener las inversiones privadas generadoras de 70% de los empleos era indispensable y más en una época de escasez de capitales y economías golpeadas. El presidente podría aún rectificar el rumbo y garantizar los flujos de la inversión nacional y extranjera creando un mejor ambiente general.
Cuando la OCDE, el FMI y el BM —que sí utilizan los indicadores del PIB— recomiendan aplicar medidas distintas a las adoptadas para sostener empleo y reactivación productiva en México (como mantener la cadena de pago de los créditos a pequeños y medianos empresarios, el aplazamiento y condonación de adeudos fiscales, entre otras acciones), no están hablando de oídas.
Ante situaciones extraordinarias el gobierno responde con cero ayuda y apoyo a los pequeños empresarios y trabajadores. Lo justifica en una simulada austeridad, que no limita recursos para sus obras prioritarias. A falta de una respuesta gubernamental estructurada, líderes empresariales apuntalan programas estatales para la recuperación económica.
La pandemia mundial provocada por el Covid-19 y la pésima gestión para su prevención y control van de la mano. Mientras Japón, con población semejante a la nuestra registró mil 245 decesos, México rebasa 64 mil fallecimientos, con un gobierno que se autoproclama ejemplo mundial.
Sin cifras ni pronósticos confiables, buscamos sobrevivir a la pandemia y tratamos de evitar el tobogán económico y social.
El presidente afirmó que no será recordado su gobierno como corrupto, sin embargo, la realidad, los informes internacionales y WJP Rule of Law Index ubican a México como el séptimo más corrupto del mundo, cuando hace 8 años ocupaba el lugar 23.
En la versión renovada del informe presidencial la realidad no muestra buenos resultados. Crece y se siente la nueva ola de la desesperanza incluso la corrupción y la inseguridad han echado raíces profundas en este gobierno. Si el Presidente presume que escucha al pueblo, ojalá entienda ese sentir y rectifique.