Las encuestas sobre los dos primeros años del gobierno 4T registran una aprobación de la gestión presidencial entre el 58 y 62 por ciento.
Parece que ningún mal resultado o desastre nacional afecta la imagen de AMLO. La violencia registra más de 80 mil homicidios dolosos. México es internacionalmente visto como uno de los peores lugares en la gestión de la pandemia. Cerraremos 2020 con más de 120 mil muertes por Covid-19, una de las más altas del mundo, con decesos entre 27 y 43 por ciento en hospitales públicos.
Hay destrucción y retrocesos por todas partes. El Ejecutivo avasalla y subordina al Poder Legislativo y avanza en la demolición del entramado institucional ante el disimulo del Judicial.
La ausencia de apoyo del Estado a las empresas que generan 82 por ciento del empleo catapulta la inactividad y la informalidad laboral, mientras crece el endeudamiento en más de 1.5 billones de pesos.
¿Acaso el retroceso que resiente el país con la absoluta concentración de poder en un sólo hombre y su sabido desprecio por la Constitución y el estado de Derecho, no incide en las encuestas de aprobación presidencial?
¿De plano, la mayoría de los mexicanos desea ser gobernado por una dictadura blanda? ¿Todo se simplifica como “ayuda social” regalando dinero de la nación a un ritmo de más de 60 mil millones de pesos a quienes sean capaces de renovar su voto en favor de Morena en el ya muy próximo 2021? El dinero de los causantes que recauda y reparte el gobierno ¿debe serle agradecido a Morena con votos?
El abandono de los niños con cáncer y sin medicinas y el despido de burócratas y reducción de salarios ¿debe despertar el apoyo a quien los promueve?
¿Son irrelevantes los escándalos de corrupción familiar y la asignación directa de más del 70 por ciento de los contratos de bienes y servicios que compra el gobierno? ¿Importa poco la desaparición de fideicomisos? ¿Gusta al “pueblo bueno” la siembra diaria de odio y discordia en lugar de buscar unidad y reconciliación nacional?
Hay quienes sostienen que, de ser así, la población merece tener este gobierno, otros confiesan impotencia al ver que parecemos una sociedad de cínicos y convenencieros.
Para unos y otros, 2021 está a la vuelta de la esquina. Es una esperanza legítima frenar la destrucción institucional si la población decide no entregar otro cheque en blanco a Morena.
La oposición no necesitará llegar a unirse en coalición, sino en convocatoria para pedir el voto inteligente, a favor de candidatos de partidos distintos al oficial que entreguen su voto al candidato opositor que lleve la delantera o a quien sea que vaya en segundo lugar. Es una forma muy pragmática, pero válida, legal y democrática para generar contrapesos necesarios en la Cámara de Diputados y llevar al Ejecutivo a repensar muchas de sus apresuradas acciones.
Será ideal contar con buenos candidatos, ciudadanos reconocidos por los partidos a partir de su honorabilidad, decencia, capacidad y empatía. Ciudadanos que puedan representar los intereses de la población y no sean comparsa del Presidente, sino voz de la sociedad. Del árbitro electoral se espera que ordene no interferir en las elecciones, desde el podio mañanero, y que deje claro que los apoyos sociales seguirán sin importar quién gane.
Para todo esto —más allá de las encuestas— queda poco tiempo y una clara luz de esperanza. Se trata, ni más ni menos, de lograr una auténtica Cámara de Diputados que sume sus esfuerzos a la dinámica de la alianza federalista.