Llegó como un salvador y se fue como un paria. El ascenso y dimisión del director ejecutivo de Intel Corp., Pat Gelsinger, es una de esas historias tristes e injustas, como cuando un director técnico no encuentra la fórmula del triunfo y la exigencia de la afición es demoledora.

Pat Gelsinger llegó a Intel como un héroe prometedor, el "Messi" del mundo de los chips. Llamado a liderar un renacimiento de la empresa que una vez marcó tendencia en la innovación tecnológica, el exdirector sale por la puerta trasera tres años después, víctima de las altas expectativas, la presión del mercado y de su propia incapacidad para responder a un sector que ya no espera a nadie.

El ascenso y caída de Gelsinger es un recordatorio brutal de cómo la industria de la tecnología no perdona errores, ni siquiera de un veterano con más de cuatro décadas de experiencia. Su regreso a Intel en 2021 se celebró como un golpe maestro para rescatar a la compañía de su letargo. Pero mientras Nvidia ascendía por el auge de los chips de inteligencia artificial, Gelsinger y su equipo se enredaban con retrasos, productos mediocres y una pérdida de protagonismo en el mercado.

Intel, bajo su liderazgo, no solo falló en capitalizar la fiebre por los chips de IA, sino que también se quedó atrás en el desarrollo de nuevas tecnologías. El fiasco del proceso de fabricación de chips 18A fue el gol matón, evidenciando una empresa más preocupada por subsistir que por liderar.

El panorama era tan sombrío que incluso Qualcomm fue considerada como posible comprador de Intel. Si bien recuerdas, hace unos meses te dije que esa idea parecía inalcanzable pero que hoy es casi imposible. El pasado 20 de noviembre el director ejecutivo de Qualcomm, Cristiano Amon, dijo que la empresa "no ha identificado ninguna adquisición importante que sea necesaria". Tttsss.

La salida de Gelsinger también deja el marcador en contra de las aspiraciones de reindustrialización tecnológica impulsadas por el gobierno de Estados Unidos. Con miles de millones de dólares canalizados a través de la Ley CHIPS, Intel era el jugador clave para reducir la dependencia de Asia en la fabricación de semiconductores. Los 8 mil millones de dólares destinados a construir fábricas en Arizona, Nuevo México, Ohio y Oregón, junto con otros miles de millones en préstamos y subvenciones, parecen ahora una apuesta dudosa.

El nacionalismo económico de Donald Trump encontró en Intel uno de sus mejores jugadores para relocalizar la producción de chips en Estados Unidos, pero los resultados no han llegado. Las plantas en Europa, especialmente las de Polonia y Alemania, han quedado en pausa, y los problemas internos no auguran un futuro mejor. Mientras tanto, gigantes como TSMC y Nvidia continúan dominando la escena, dejando a Intel casi como un equipo de la liga de ascenso.

Gelsinger no solo deja una empresa en crisis, sino una serie de decisiones que podrían definir el futuro de Intel. Su plan para escindir el negocio de fabricación de chips en una entidad independiente podría ser un salvavidas o el golpe final para una compañía que lucha por encontrar su lugar en un mercado cambiante.

Lo cierto es que Intel no puede darse el lujo de cometer más errores. La competencia no esperará, y los consumidores tampoco. Gelsinger, alguna vez visto como el salvador, se despide con un legado más cerca del paria que del redentor.

En una industria donde el tiempo y la innovación son la constante, Intel necesita algo más que un nuevo CEO. Necesita un milagro, y esos no se producen en serie ni con el mayor poder de cómputo del mundo.

Ojo con el código abierto

La semana pasada Kaspersky lanzó la alarma que muchos deben escuchar. Su reciente reporte de predicciones para 2025 dejó la advertencia que debería estar enmarcada en las oficinas de todos los encargados de seguridad digital: Los ataques al código abierto serán más sofisticados y frecuentes.

Y aunque a simple vista esto podría parecer un problema exclusivo de nerds y hackers, tiene implicaciones muy serias para el gobierno mexicano, que ahora apuesta por el código abierto como eje central de su transformación digital.

El ejemplo que puso los pelos de punta a la comunidad tecnológica fue el descubrimiento de una puerta trasera maliciosa en XZ, una popular librería de compresión en Linux. Este hallazgo, ocurrido en marzo pasado, reveló un ataque meticulosamente diseñado para pasar desapercibido. Código complejo, implantes en varias etapas y un repositorio comprometido son el combo perfecto para un desastre de seguridad.

Este panorama debería encender las alertas en la Agencia de Transformación Digital y Telecomunicaciones (Adyt), cuya misión estrella es la creación del Centro Nacional de Tecnología Pública. Este centro, destinado a ser un repositorio de código abierto y una escuela de tecnología para servidores públicos, ahora enfrenta el reto de usar herramientas abiertas sin convertirse en blanco fácil de ciberataques.

El problema no es el código abierto en sí (que sigue siendo una opción confiable y eficiente), sino la falta de controles adecuados para supervisarlo. Si el gobierno no se toma en serio esta advertencia, podría estar creando un catálogo de vulnerabilidades a disposición de ciberdelincuentes y actores maliciosos.

La transformación digital del gobierno no puede construirse sobre una base frágil. Kaspersky ya dio el aviso, ahora toca ver si el mensaje llega a donde debe llegar o si nos enteraremos del siguiente incidente mediante las vociferantes guacamayas devotas del fracaso de la 4T.

*Columnista y comentarista.

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