Ganó Donald Trump las elecciones, su segundo mandato está a la puerta. Me parece por demás interesante y lo he dicho antes, me concierne bastante el rumbo hacia el cual gira ese personaje específico en el escenario mundial de redefiniciones políticas e ideológicas. Satanizarlo como lo peor que puede pasarle a la política mundial es de un reduccionismo atroz, sobre todo porque Trump está en el margen que roza a los líderes de izquierda, mismas fobias y proteccionismo, diferente piel. Ahora bien, la relación entre empresarios y la política ha sido históricamente ambigua, hacia la masa, pero directa en su relación. Desde los magnates de la Revolución Industrial hasta los multimillonarios de Silicon Valley, la influencia empresarial en los gobiernos ha moldeado políticas, economías y sociedades enteras.
Sin embargo, la incursión directa de empresarios como Donald Trump [lo es] y Elon Musk en las pasadas elecciones estadounidenses representa una evolución más agresiva: una apropiación de los instrumentos políticos por parte de los capitanes del mercado. Esta tendencia no solo redefine las reglas del juego electoral en el siglo XXI, sino que expone una dualidad entre el pragmatismo económico y las complejidades éticas del gobierno. El ascenso de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos en 2016 fue un parteaguas. Como “magnate” inmobiliario y estrella de la televisión [en lo personal considero que fue en 2004 cuando preparó su acenso al poder gracias a la TV], Trump arribó al escenario mundial rompiendo con los moldes tradicionales de los políticos. Su estrategia se basó en una narrativa populista [símil a la narrativa de izquierda], alimentada por su carisma empresarial y la promesa de aplicar su “genio para los negocios” al gobierno. Pero lo que realmente lo distinguió fue su capacidad para usar las herramientas de marketing empresarial —la marca Trump— para consolidar una base leal de seguidores.
Trump encarnó un modelo de liderazgo político-empresarial en el que el éxito financiero se presenta como una garantía de competencia gubernamental. Sin embargo, su mandato demostró que el pragmatismo empresarial puede degenerar en incapacidad cuando se traduce al ámbito político. Trump trató el gobierno como una empresa, priorizando la lealtad sobre la institucionalidad y la confrontación sobre la diplomacia [y de nuevo estamos hablando del mismo ejercicio de “verdad” de la izquierda y sus líderes]. Su legado, marcado por un discurso de confrontación, refleja las limitaciones de un enfoque político basado únicamente en el instinto mercantil… por contraparte, ocurre lo mismo con el discurso solo ideológico de la izquierda: potencias solo el discurso del “bienestar”, sea lo que eso signifique.
Ahora bien, en el caso de Elon Musk, este representa una versión más sofisticada de la convergencia entre negocios y política. Aunque no ha aspirado formalmente a un cargo público [aunque fue premiado con el “encargo” de la Iniciativa Federal de Eficiencia en el gasto de gobierno], su influencia en las elecciones estadounidenses es innegable. Musk utilizó su plataforma X [antes Twitter] para intervenir directamente en el discurso político, promoviendo candidatos y agendas que se alinean con su visión libertaria del mundo. Hago un paréntesis: hace unos días, conversando con un exalcalde de Chula Vista, en San Diego, Estados Unidos, este lanzó una declaración muy elocuente y crítica al hablar del escenario político de Estados Unidos: “en nuestro país no existen los Republicanos, sólo existen los Demócratas; hoy gobernarán los Demócratas que gustan de hacer negocios, los Demócratas ideológicos deben descansar varios años”. Saquen sus conclusiones.
A diferencia de Trump, Musk se presenta como un salvador libertario, un visionario que propone soluciones tecnológicas para problemas globales. Mientras aboga por la libertad de expresión, ha tomado medidas que centralizan el control de la información en X. Al mismo tiempo, su interés en la política parece estar motivado más por proteger sus intereses empresariales —desde subsidios gubernamentales hasta regulaciones ambientales— que por un compromiso genuino con el bienestar público… y ese es el nombre del juego, lo menciono por una obligación ética, no obstante, el personaje desde lógica está en lo correcto.
Veamos: me llena de curiosidad entender por qué tanto columnistas de Estados Unidos como de México retoman el tema de X [antes Twitter] como el gran fracaso de Musk. Considero que la adquisición de la red social fue el gran acierto del fundador de Tesla y Space X. “Oh, pero la plataforma perdió casi un 90% de su valor, de los 44 mil millones de dólares que costó, hoy apenas llega a los 4 mil millones, además es una red social que propicia el odio…”. Sí, parece una pérdida total, pero qué más da perder esa cantidad de dinero cuando el objetivo es mayor: controlar la narrativa y el discurso de un país como Estados Unidos. La gran mayoría de los críticos de Musk reparan solo en la pérdida de la “transparencia” de la red social X y en la gran cantidad de desinformación que de ahí emana, pero el diálogo de defensa es tan básico, sugerido por el propio Musk, como que “la desinformación puede ser información para unos u otros”, lo que importan son las interacciones. Recordemos que, previo a la compra de la plataforma, Twitter era en sí un espacio woke donde la censura estaba a la orden del día, todo era discurso de odio por motivos raciales o de género y solo aquellos que jugaban a ser políticamente correctos consideraban a la plataforma como algo valioso. Y el discurso de la defensa de la “libertad de expresión” no tiene sentido cuando logras entender que X es una empresa privada y puede regular lo que desee como lo desee, como hace Facebook. Qué más da perder 40 mil millones de dólares cuando se logrará posicionar aún más a Tesla y Space X, y además de contar con un canal digital de difusión “libertario”, utilizado a mansalva por el nuevo presidente, al cual están regresando las grandes marcas que se publicitaban como: Disney, IBM, Warner Bros. Discovery, Comcast y Lionsgate Entertainment. No veo cuál es la pérdida de Musk.
La incursión, pues, de empresarios como Trump y Musk en la política refleja una estrategia para el siglo XXI: hacer del poder una verdadera “empresa” que puede dar o no democracia. Esta convergencia, por supuesto, plantea un dilema existencial para las democracias: ¿cómo preservar los valores ciudadanos frente a la lógica del mercado? El siglo XXI nos obliga a repensar sus implicaciones en un mundo interconectado y tecnológicamente dominado.
Así pues, mientras que el empresario buscará maximizar beneficios, el político deberá equilibrar intereses diversos para garantizar la estabilidad social; cuando Trump y Musk ingresen al ámbito político, estas tensiones se magnificarán. ¿cuánto tiempo podrán mantener su relación político-social ambos personajes? Ellos, supongo deberán “aguantar vara”, porque mientras que uno le responde al pueblo, el otro debe defender su permanencia como líder empresarial e ícono “para la gente” que sigue hundida en la democracia de la que Trump y Musk son aparentes esclavos… Si seguimos la lógica de Milton Friedman, “si quieres eficiencia y eficacia, si quieres que el conocimiento se utilice adecuadamente, tienes que hacerlo a través de los medios de la propiedad privada”, los nuevos heroes de la gente, Trump y Musk, estarán pues en lo correcto.
John Adams, escribió en “Las cartas de John y Abigail Adams”: “Recuerda, la democracia nunca dura mucho. Pronto se gasta, se agota y se suicida. Nunca hubo una democracia que no se suicidara. Es en vano decir que la democracia es menos vanidosa, menos orgullosa, menos egoísta, menos ambiciosa o menos avara que la aristocracia o la monarquía. No es cierto, de hecho, y no aparece en ninguna parte de la historia. Esas pasiones son las mismas en todos los hombres, bajo todas las formas de gobierno simple, y cuando no se las controla, producen los mismos efectos de fraude, violencia y crueldad”. Así pues, ¿hacia dónde vamos en el resto del orbe…?