Comentaba esta mañana con mi mentor que: la parte que más me interesa de este momento histórico tiene que ver con la sensibilidad y las voluntades de cambio allende los intereses públicos. Estamos en una encrucijada donde la clase política tiene en sus manos una oportunidad de demostrar que el país y cada uno de nosotros, nuestros hijos, tendrán un México mejor en el presente y el futuro. La historia no se hace sola; se construye con decisiones y acciones concretas que impactan la vida de todos los ciudadanos.

Siempre lo digo y sostengo: estoy orgulloso de ser mexicano. Pero me gustaría que ese sentimiento se potenciara más allá de los discursos, partiendo de los gobernantes hacia la gente, con hechos. No basta con proclamar amor a la patria; hay que demostrarlo con políticas inclusivas [no confundir derechos con excepciones sobre todo en materia de género e “inclusión”], con reformas que beneficien a todos y no solo a unos cuantos. Es tiempo de eliminar las mezquindades. Siempre me he preguntado por qué estamos tan divididos, tan a la deriva. Y eso tiene que ver, en principio, con nuestras clases políticas.

La pregunta inocente es: si todos quieren y queremos lo mejor para el país, ¿por qué no se dan los consensos? Para mí, la respuesta está relacionada con la mezquindad que opaca a la voluntad de servir. Las luchas de poder, los intereses personales y la falta de visión a largo plazo nos mantienen estancados. En lugar de avanzar hacia un futuro más próspero, nos encontramos atrapados en debates estériles de izquierdas y derechas que no conducen a soluciones reales, y mantienen al pueblo como enemigo del pueblo. Lo que nos hunde es la lucha por tener “la razón” por encima de toda lógica y verdad palpable.

Retomando a Hannah Arendt: “La triste verdad es que la mayor parte del mal lo hacen personas que nunca se deciden a ser buenas o malas”. Necesitamos hacer democracia sin discursos vacíos, sin tibiezas, llevar a cabo la acción de raíz, comenzando por reconciliar intereses comunes y generales. La democracia no es solo un sistema hacia el gobierno, es una forma de vida que debe reflejarse en cada decisión y en cada acto. Hoy, con una presidenta electa, que lleva por nombre Claudia Sheinbaum, es el momento de demostrar una verdadera unión allende las posturas políticas, no sólo en palabras, sino en acciones concretas que reflejen la sensibilidad y la voluntad de cambio. Si el nombre de Xóchitl Gálvez ocupara el espacio líneas más arriba esta utopía que escribo no se modificaría.

Como un hombre, carente de padre, educado por una mujer, me llena de emoción tener a una presidenta al mando. Ahora nos toca a todos entender juntos que se ha hecho historia. Ensalzarla antes que menospreciarla, como ya ocurre. Toda revisión del momento, respecto al proceso electoral ya es pasado. Si quedan lecciones que aprender y las hay a raudales, pues que sean bien atendidas por quienes las merecen y deben APREHENDER. El giro democrático federal de México inicio hace 24 años, la llegada de Andrés Manuel López Obrador fue un paso natural del ejercicio de los electores, y así como hoy la historia le brinda un espacio al movimiento que gobierna al país, pronto quizá otra fuerza política aparecerá que todo lo modifique. Pero, en principio, hay que gastarse las suelas en las calles.

En las últimas semanas, por ejemplo, fui espectador de las riñas entre “intelectuales” de “izquierda” y “derecha” respecto a lo que la gente debía hacer en materia democrática [y surge otra pregunta, ¿quiénes son esos intelectuales del lado correcto de la historia?]. Sólo vi en esas posturas intereses comunes, y rescates de privilegios tácitos, y ambos bandos perdieron de vista lo más básico: construir un México para el presente con los ideales renovados que eso requiere, mucha mezquindad intelectual. Es fundamental recordar que el gran acierto al final de la Revolución Mexicana del siglo XX, fue que ante el desarraigo se buscó la unión del país en sus valores e identidad.

Se concilió para renovar tanto el pensamiento como las instituciones y acciones. Ese es el foco que debemos retomar. No enemistar sino unificar, y es esta la parte que no veo que se entienda aún y toca a la presidenta entender, y mandar a la banca a los ruidosos. La división solo nos debilita y nos hace más vulnerables a los retos que enfrentamos como nación. Pienso que es muy fácil, para quienes nunca han arrastrado un pie más allá de las oficinas de la función pública, hablar de la necesidad de la gente desde la comodidad; lo mismo para quienes han construido sus carreras vía los caminos plurinominales. Se necesita más funcionarios públicos en las calles, más políticos, de cara a la realidad. La política debe dejar de ser una torre de marfil y convertirse en un puente que conecte a todos los sectores. No somos un país de tecnologías aún sino uno de campos abandonados que merecen nuestra atención. Así pues, la burocracia no debe ser una barrera.

“Los clichés, las frases hechas, la adhesión a códigos de expresión y conducta convencionales y estandarizados tienen la función socialmente reconocida de protegernos contra la realidad, es decir, contra la reclamación de nuestra atención pensante que todos los acontecimientos y hechos hacen en virtud de su existencia”,

con esta frase de Hannah Arendt invalido todo el discurso… y no obstante, la realidad que a todos no toca hoy, ya es pulsante, ya nos afecta. ¿Qué rol jugaremos?

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