El caos es necesario en todas sus formas. No existe progreso sin caos. Es un tema filosófico por excelencia, un tópico político fundamental y un destino innegable de la humanidad. A lo largo de la historia, el caos ha sido entendido como un motor de búsqueda y transformación, mientras que otros lo ven como un flagelo espiritual, a veces asociado con el diablo. Esa es otra cuestión. Heráclito veía el caos como una fuerza en constante movimiento, mientras que San Agustín lo analizaba desde el orden de la fe. En esta misma línea de pensamiento, Napoleón Bonaparte afirmó: “El campo de batalla es un escenario de caos constante. El vencedor será quien controle ese caos, tanto el propio como el de los enemigos”. Podríamos continuar con un texto extenso lleno de declaraciones sobre el tema que nos ocupa, pero no es el caso.

Pienso, en el sentido más idealista, que la democracia es una de las vías para triunfar sobre el caos de las masas. Sé que esta idea contrasta con mis declaraciones sobre la inoperancia de la democracia en la historia moderna, especialmente debido al control de las personas sobre otras personas desde una censura ciudadana despiadada. No obstante, lo que ocurre en nuestro país en este momento tiene su fundamento en la relación entre democracia y caos. Como todos, lo digo sin miedo a equivocarme, formo parte de grupos de mensajería en el teléfono móvil donde el mundo que se gesta en esa supernova digital ciudadana se limita a un entendimiento literal y acrítico de los materiales que se comparten. Esa masa, lamentablemente, no lee, y su participación ciudadana se reduce a quejas, sin comprender, por ejemplo, que los escenarios políticos han cambiado.

Mientras escribo esto, viajo en el Tren Maya en la ruta de Cancún a Palenque, un recorrido de más de diez horas entre el follaje de la selva. El tren está en funcionamiento; la gente de las comunidades locales sube y baja en las estaciones. Antes de abordar, pregunta Carlos Mora Álvarez, mi compañero de viaje, a una pareja si prefieren el tren al autobús de pasajeros. Responden que sí, destacando la vista, la velocidad y, sobre todo, el logro del gobierno. Otras personas locales me dicen que quienes critican el proyecto del tren no son de la región; otros comentan que no están de acuerdo con la planificación de la obra, pero que será un proyecto viable a mediano plazo. Es el segundo viaje que hago en el tren y el sentir de la gente es el mismo. Sí, hay cosas que mejorar; claro que hubo un impacto ambiental, y sin ánimo de minimizar el tema, existen zonas urbanas en medio de la selva que afectan en mayor medida la geografía y la naturaleza de la región, pero que ya fueron apropiadas tanto por necesidad como por costumbre. No pienso que éste sea de facto un proyecto fallido, es una obra en construcción y sólo el tiempo le dará la validez que necesita. El Tren Maya sí es: la puesta en orden del caos para generar un movimiento social regional. Así también lo son las otras obras magnas del sexenio, dejemos que la historia pase la factura.

[A propósito del Tren Maya y sus daños, conversé hace un par de años con el arqueólogo Guillermo de Anda, aquí la entrevista en “Confabulario” ].

México ha cambiado. Ya no es el país de las conversaciones digitales apartadas de la realidad que nutren de discursos nuestros dispositivos móviles, ni es el país de los antiguos grupos de poder [¿o sí?]. Si hacemos un ejercicio honesto, la nación necesitaba una sacudida en su gestión interna para enderezar un rumbo cuyo destino aún es desconocido, una afirmación que puede generar la desaprobación de una parte de la población, pero que sigue siendo cierta. Esta es una revolución suave y sin sangre. Entiendo que existen tanto células empresariales como círculos intelectuales que, desde la comodidad del celular, se niegan a aceptar que estamos en una nueva etapa de la historia del país, y ese es su error trágico [me costó trabajo entenderlo]. Por supuesto, podemos argumentar que existe una nueva clase política, un relevo generacional, de “izquierda”. En lo personal, no todos me agradan por la pereza de su aparato crítico impostado, y entiendo que con el paso de los años las figuras de hoy se degenerarán como todos aquellos que prueban el poder. Corresponderá a la población ejercer el orden por encima del caos.

Así, la llegada de Andrés Manuel López Obrador a la presidencia de México generó un caos latente que trastocó los paraísos terrenales de unos cuantos. Sigo percibiendo una furia inacabable de los líderes de opinión, un malestar constante que vale la pena reflexionar y exponer. ¿Pero qué sigue? Con toda franqueza, debemos dejar de prestar tanta atención a la política misma. Es necesario aprender a guardar silencio. Tanto la televisión como los medios digitales, en general los medios masivos, contribuyen a un caos insulso que no genera movimiento sino indiferencia. “Estudiar historia significa someterse al caos y, sin embargo, conservar la fe en el orden y el sentido”, escribió Hermann Hesse. Este es el ejercicio que propongo: lo hecho, hecho está. ¿Qué sigue? Hay que apagar el celular, los mundos móviles e irreales mueren con la batería del teléfono, y cuando eso pasa la realidad nos golpea de frente, ese caos que no se controla con el desliz de nuestros dedos sobre la pantalla oscura es el que nos hiere y molesta…

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