1. Releo durante estos días “Los cínicos no sirven para este oficio”, una serie de conversaciones de Ryszard Kapuściński con María Nadotti, John Berger y Andrea Semplici, que aborda la historia de África durante el siglo XX, el autor expone sus reflexiones en torno al arte y manifiesta sendas declaraciones acerca críticas del trabajo ético del periodismo. Me interesa sobre todo la declaración sucinta del periodista donde apunta que el cinismo es contrapuesto a la bondad de la humanidad; es mi paráfrasis. No me interesa abordar de Kapuściński la polémica sobre su obra, ya han pasado varios años de su muerte y, para mí, lo que importa es el testimonio de un hombre que fue testigo, así lo pienso, de los grandes cambios históricos del siglo XX. Si su obra es literaria qué más da. So obra es herencia guía para muchos.

2. Toda época es digna de documentarse. Todos los tiempos pasados y el siglo que vivimos guardan su instante en esta finitud que vivimos. No sé cuánto dure la eternidad, pero estoy seguro de que también ésta concluirá, amén del nombre y valor que le otorgamos. A lo largo de mi vida, he visto o documentado cinco guerras espectaculares [y otras más que no contabilizo], gracias a los medios de comunicación; por lo menos he atestiguado 30 2 cambios políticos importantes y, como es propio de la naturaleza humana, he sentido odio, celos, dolor y coraje a mi manera. No son mis sentimientos más importantes que los de cualquier persona, pero a través de mi desesperación puedo medir el sentir de los otros.

3. Ryszard Kapuściński declaró que los medios de comunicación no necesariamente mienten, sino que también pueden decidir no decirlo todo. Su declaración es más que obvia y, cuando te has enfrentado a una redacción y a la “noticia” de frente, puedes entender por qué en ocasiones equilibrar la verdad es la mejor opción, quizá el mejor negocio. Con esto no justifico el ejercicio periodístico. “La gente tiene derecho a saber la verdad” es una gran declaración idealista y fuera de toda realidad. La gente conoce y descubre apenas lo que tiene frente a sus ojos; más allá de eso, el mundo no existe. Y esta es una declaración que arropa a la política en sí y a nuestro momento histórico.

4. Hoy, que las calles arden en Venezuela por la “victoria” de Nicolás Maduro, según vemos en los medios electrónicos, podemos decir que el país está en el ocaso de la democracia. Estados Unidos vive cierto caos político a pocos meses de unas elecciones presidenciales que se debaten, al parecer, entre Kamala Harris y Donald Trump. Harris, hasta hace un mes, era una política poco relevante y criticada, a decir de los medios estadounidenses, pero hoy es la gobernante más apta para derrotar al redneck de cuello blanco, qué contradicción, Trump. Europa, toda, poco a poco entra de lleno en la profecía islamista de Michel Houellebecq, la migración es el enemigo número uno del viejo mundo. En México, esperamos ansiosos la llegada del mes de octubre, cuando tendremos a la primera mujer como jefa del Poder Ejecutivo. Así, ¿entre todos estos instantes, estampas sociopolíticas, qué sabemos en verdad?

5. En el caso de México, olvidemos el caos cosmopolita: la única realidad que subyace a ras de piel es la violencia. Es de cínicos defender la idea de que una baja en la percepción de la violencia equivale a una disminución de la misma; es también de cínicos negar que el asesinato entre delincuentes [más inocentes en fuego cruzado] nos es indiferente y, por tanto, carente de valor para las métricas del crimen en el país. Es de cínicos también enseñar en las aulas escolares cuestiones de género, no lo entiendo, adelgazando el pensamiento crítico-científico desde la infancia. Potenciar la estupidez es la desvergüenza-cinismo más grande que existe, y este es nuestro tiempo.

6. La fe, al haberse diluido, nos llevó a perder la esperanza. Dios murió en el siglo XIX y le cedió a la humanidad un reinado de libertades y derechos sobre las cosas, olvidando lo divino. Pero el Diablo quedó con vida: ese remanente celestial que usaba la vergüenza como un eslabón de cordura limitante en la humanidad. No obstante, para mí, en el siglo XXI, el Diablo ha muerto y, con él, la vergüenza a todo. Si la humanidad perdió la vergüenza, entró de lleno en la era del cinismo, de la que todos somos, si no partidarios, sí partícipes, defensores y culpables, ahora sí todo está permitido en su esplendor, caos, lujuria… dentro de la política, allende la inocencia de la masa.

7. Basta de filosofía...

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