Siempre me ha impresionado el poder de la escritura y las palabras bajo la trama justa que logre incomodar, de ser necesario, al lector, a la masa, a los políticos. Lo que no es necesario es lanzar diatribas barrocas para lograr reacciones. El problema de escribir no está en incomodar, sino en asumir las consecuencias de tus palabras, en tener el valor de no ir en contra de la propia ética y continuar. Recién vuelvo a leer a James Baldwin, a la par de ver su documental I Am Not Your Negro. La primera vez que estudié al autor, hace unos diez años, fue con un compendio de sus ensayos. Me gusta su pasión al escribir y su sensibilidad, disfruto esa prosa que retrata el dolor de su gente en un país que también es de negros.
A principios de los años 60, en pleno auge de la guerra fría y del fortalecimiento de los derechos civiles en Estados Unidos, Baldwin fue denostado por los “blancos” de la época, además de ser investigado por el FBI, entre otras instituciones de seguridad e inteligencia de Estados Unidos. El “negro” es, creemos, un homosexual, informaron las agencias. Amén del inconveniente de su sexualidad, era un tipo peligroso porque escribía [de aquello que no debía decirse], anotaron. Aquel hombre, nada robusto y de mirada crítica, era dramaturgo y filósofo, ensayista crítico, un novelista mordaz que no dudaba en denunciar el problema histórico del miedo exacerbado que subyace en la cultura estadounidense, oculto bajo la felicidad hiperproducida por el cine comercial y la televisión de su tiempo. Hoy está a nuestro alcance desde los medios digitales.
I Am Not Your Negro, documental del director Raoul Peck, retrata al hombre que fue Baldwin desde el estadio previo a su muerte por cáncer de estómago. Para el autor, no todos los blancos eran racistas ni demonios [“Y Dios sabe que he querido asesinar a más de uno”, escribió]. Blancos racistas, demonios o no, negros racistas, demonios o no, todos eran y son, hasta la fecha, parte de una misma cultura; y antes era pecado admitir tal hecho histórico.
En el sentido más estricto, el documental aborda el inconveniente humano de luchar por una sola causa sin lograr acuerdos debido a la multiplicidad de voces. Mientras que Malcom X predicaba acerca del derecho de los negros a odiar por las injusticias de los blancos, Martin Luther King ponía la otra mejilla y prefería el diálogo a la confrontación. Ambos deseaban la libertad para su gente, un reconocimiento de humanidad que no llegó en ese tiempo. Malcom X murió etiquetado como racista; Luther King fue retratado como un hombre tibio… solo ante la mirada de los blancos, pues los negros tienen otra lectura. No obstante, el sueño de reconfigurar su país es un fracaso hasta la fecha.
¿Cómo pueden mis conciudadanos ser mis enemigos?, se pregunta Baldwin, ¿cómo vamos a comunicarnos en el vasto panorama de desencuentros? Las preguntas del filósofo son pertinentes y propuestas desde un escenario aparte. Él no formó parte de las Panteras Negras, ni de la gran hermandad musulmana, sino que se mantuvo lo suficientemente alejado para estudiar el problema y eliminar toda pasión que nublara su crítica. Por esto lo respeto. Baldwin se contrapuso a la masa de su época sin avalar discursos exacerbados y, sobre todo, estancados, como suelen ser los ánimos de los fanáticos.
En el caso de México, “¿cómo pueden mis conciudadanos ser mis enemigos?”. El contexto histórico y social en el que surge esta pregunta es esencial para entender su significado. Todos estamos de cara a un país dividido. Las diferencias ideológicas, económicas y culturales no fueron abordadas ni solucionadas por el cambio político. Hoy, luego de un sexenio, los ciudadanos que deberían estar unidos por un objetivo común [el bienestar de su nación] naufragan sin que nadie los ponga a salvo.
Sin embargo, la pregunta “¿Cómo vamos a comunicarnos en el vasto panorama de desencuentros?” subraya la dificultad inherente en encontrar un terreno común cuando las diferencias parecen insuperables. El papel de los líderes en este proceso es crucial. No obstante, cuando los líderes mismos caen en la trampa de la polarización, se vuelve aún más difícil sanar las heridas sociales. Nuestro país está de pie, sin duda, pero cuando los ciudadanos de una nación se ven como enemigos entre sí, como es el caso, se debilitan las estructuras que sostienen la paz de por sí inestable en un país sumido en la violencia.
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