I.

Sin ánimo profético observo cómo damos un giro extraordinario hacia principios del siglo XX. Llevamos dos décadas en ese periplo y todo se anuncia en un caos que se reconfigura entre obviedades por el poderío económico y la seguridad sociopolítica del supuesto bienestar que brinda. Rusia y China se tornan protagonistas contrapuestos a la ideología occidental de la falsa libertad y justicia, reglas de moralidad que anegan de amoralidad el escenario internacional. Lejos quedó la época de principios de los años 80, durante el mandato de Ronald Reagan y las revoluciones de Milton Friedman, donde las lecciones de comportamiento global, diseminadas en una generación de jóvenes apelaban al nacionalismo estadounidense, sin importar país de origen. ¿Qué decir ahora de la orfandad moral cuando el país que nos nutría de ética en el mundo, naufraga intentando recomponer los constructos de patria y honor [la familia, en un ocaso absoluto donde los hijos ladran y maúllan]? No obstante, el Imperio aún no se derrumba.

Este nuevo “soplo” de vida donde vivimos de facto en la geografía “espectacular” y urgida de guerras que no lo son y desencuentros económicos que anuncian una socorrida, por romántica y simbólica, Tercera Guerra Mundial, ha hecho de la obviedad fuente y sustancia cardinal de la cultura contemporánea. Ucrania, la nación víctima del siglo XXI, ahora olvidada, le cedió su lugar a Taiwán. Jugada magistral, por desconcertante, de la política mundial en contra de los apologistas de Ucrania, de pronto huérfanos. Qué golpe tan duro deber ser para el líder e ídolo Volodímir Zelenski [protagonista de la última portada de “Vogue”, aplaudida por el progresismo]. El protagonista ucraniano impulsa hoy, desesperado por occidente, modificaciones radicales de discurso de género e inclusión en la agenda de su país, en medio de una “guerra” cruenta, con el ánimo de pertenecer al club de Europa.

Son curiosas las estrategias del líder ucraniano (señalado por corrupción) para lograr la paz. Desde que su guerra inició, durante meses, lo único que solicitó como desesperado fueron más armas, pues era su táctica marcial. Por todo esto, es curioso también el reportaje ahora prohibido: “Arming Ukraine” de la cadena estadounidense CBS, que puso al descubierto el gran mercado negro ucraniano de tráfico de armas [donadas y vendidas por Estados Unidos et al.], que salen desde ese país hacia otras latitudes. Hoy, Volodímir Zelenski ronda en las salas de espera de las redes sociales que lo encumbraron, ocupadas por otras tendencias y construcciones de ídolos, donde también fincó su casa Greta Thunberg, la chica radical sin árboles. Zelenski y Thunberg fueron ídolos pixelados que significaron una y mil cosas para millones de espectadores: rostros a modo que hicieron sentir segura a la vorágine social.

Regresando a la obviedad: basta con leer a Yuval Noah Harari, Slavoj Žižek y Byung-Chul Han, para registrar cómo el pensamiento original ha cedido paso a la profecía inmediata, trampa fundamental del intelecto en su ejercicio crítico, enarbolando a la mercadotecnia que es pilar del pensamiento moderno, porque gracias a sus estrategias ontológicas persiste el espejismo de la crítica abierta. Pero es esta obviedad profética la que nos ofrece certeza si tiramos con la lógica de los relatos, sin cuestionar. Todos hablamos de obviedades, sin escapatoria. Esta es la época de la libertad absoluta encasillada en el control total, un holocausto simbólico y divertido al que entregamos nuestra vida. Nadie nos apunta con una pistola a la cabeza y aun así cedemos nuestra libertad e identidad, mientras echamos raíces en la época de la “Seguridad”.

II.

A mediados de la década de 1980, previo a la caída del muro de Berlín y al final de la Guerra Fría, el director ruso Elem Guérmanovich Klímov, heredó a la cinematografía mundial su obra “Ven y mira”. La historia es sencilla en su sinopsis: un joven bielorruso, apenas entrado en la adolescencia, se suma a un grupo militar de su pueblo en contra del ejército alemán. Mientras que eso ocurre, la guerra es monitoreada por uno o varios aeroplanos desde el cielo infinito. La vida inocente del bielorruso se complica al tener que cumplir con ciertos deberes que no corresponden con el ejercicio de su idealismo; por ejemplo, debe ceder sus botas en buen estado a un anciano que le entrega las propias rotas. Pero es la guerra y las injusticias entre pares son parte de la dinámica.

Uno de los momentos enigmáticos de la cinta conquista por la sencillez de las acciones de los personajes, las cuales derivan en la construcción del mal en contra de quienes debían mantener seguros. Los soldados toman el cráneo de un muerto, lo recubren con barro y lo reconstruyen hasta que convertirse en el rostro de Adolf Hitler. Finalizada la tarea, Hitler, como un espantapájaros, deambula con los soldados pueblo tras pueblo permitiendo que los bielorrusos conozcan el rostro del mal y se sometan a los soldados que prometen socorrerlos, darles seguridad. Un excelente cuento. El resto de la cinta es, sin duda, una obra maestra colmada de una violencia que jamás había visto en ninguna obra cinematográfica de guerra, la vida del joven bielorruso es trágica. La revisión de esta obra es relevante debido a que expone un universo alejado del holocausto judío que conocemos tan bien. No obstante, no debemos olvidar que la Segunda Guerra fue curso y desgracia de otros pueblos. La meditación que me interesa de la obra de Elem Guérmanovich Klímov radica en la construcción del mal. Desde la antigüedad, fuera en pinturas rupestres, en frescos, piedras talladas y pergaminos, la imagen de los enemigos del pueblo siempre ha estado presente. La necesidad de sentirnos seguros es intrínseca e innegable. Así, la tesis de la cinta de Klímov no es la guerra sino la búsqueda de la “seguridad” [del pueblo] que deriva en la paz. ¿Acaso no es eso lo que nuestro presente histórico requiere, una “seguridad” absoluta para lograr el bienestar mundial?

Según datos de BlackRock, entre otros grupos financieros, se prevé que el mercado mundial de la “seguridad” y “ciberseguridad” crecerá de 155.830 millones de dólares en 2022 a 376.320 millones de dólares en 2029, con una tasa de crecimiento anual del 13,4%. ¿Qué tiene que ver esto con la cultura, con la filosofía, con los idealismos libertarios? Absolutamente todo. Se necesita de manera urgente la construcción seriada de riesgos que nos acerquen al colapso, al temor de existir en carne y hueso, además de en el mundo digital. Dos formas de concebir el daño de la violencia, dos formas de jugar con la humanidad, dos formas absolutas de generar el caos desde la obviedad.

Navegamos, si excepción alguna, entre diferentes discursos que manejamos de manera pública e íntima. La intimidad pornográfica que otorgan las redes sociales es sustancial para generar temores traducidos en la necesidad absoluta de contar con un aparato de “seguridad” que nos permita gozar de nuestras libertades, derechos y excepciones, todo bajo el manto de un bien común totalitario. Nadie fuera de las ficciones digitales deberá contar con los derechos absolutos que le ceden la cámara negra. En este mundo de carne y hueso, digamos, una vez pasados por el tamiz del escenario digital donde la coherencia es excelsa y por supuesto rige con sus normas lógicas, la venta de la “seguridad” virtual como herramienta del futuro es urgente y altamente remunerada. Sin embargo, el mundo digital no reina sobre el campo, en las comunidades en pobreza extrema, sobre la gente de a pie que trabaja y necesita más sobrevivir que vivir.

En una de las acepciones de la RAE, la Seguridad “es lo dicho de un mecanismo, que asegura su mejor funcionamiento”. Por supuesto, respecto al mundo digital, nosotros formamos parte de ese mecanismo que nutre de temores a una misma máquina que nos brinda aparentes opciones de “seguridad”. Es ridículo escuchar a los usuarios de todo modelo digital que exclaman su sentir acerca de la gran inseguridad que viven porque su información es pública o porque sus publicaciones son atacadas. Todos sabemos qué debemos hacer, sin embargo, el totalitarismo que generan los modelos digitales es tal que la realidad se confunde y engendra autómatas temerosos, sin importar grados académicos, profesiones o creencias. La estupidez humana es una navaja que corta parejo. Los individuos que en el mundo digital reclaman derechos, seguridad y pluralidad, olvidan las tradiciones a las que se ciñe cada cultura en la geopolítica. Mientras que en las redes pelean, es muy probable que su pueblo apenas sobreviva a la hambruna, a la violencia.

Diversos países europeos, por ejemplo, han comenzado programas piloto de microchips implantados en las manos y brazos para sustituir las tarjetas de débito. Muy interesante. Me pregunto ¿cuál sería la lógica en un país como el nuestro en el que la violencia nos puede dejar sin miembros? El discurso de la “seguridad” fuera del escaparate virtual es un fracaso en Latinoamérica, pero ese caos análogo nos permite mantenernos lejos de la manipulación total de la “seguridad” como una herramienta de control absoluto, misma que no deseo.

En la medida en que la “seguridad”, como discurso digital, sólo se convierta en una herramienta que genere a propósito problemáticas insustanciales y, con esto, preocupaciones reales, la violencia verdadera, de carne y hueso, dejará de tener impacto sociopolítico. La señora que camina con su varilla en búsqueda de su hijo no es un dato digital relevante que genere una ganancia en términos económicos, porque esa realidad es negada de facto no solo por el mercado electrónico, sino por el aparato gubernamental.

Importa bastante la realidad digital que aborda BlackRock y otras financieras respecto a sentirnos seguros en el mundo. El control y la “seguridad” que importa no deja sangre sobre las calles, sino que debe generar miedos anodinos, para obligarnos a temer a todo lo que esté afuera y que me pueda dañar. Así pues, los ofendidos que abundan en el planeta son la materia prima de los mercados que venden “seguridad” a la medida. Aplaudo que Latinoamérica sea aún una región análoga donde los muertos tienen peso y la violencia está viva, genera memoria, dolor y solicitudes de acción y respuesta de todo gobierno.

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