Con la llegada de Claudia Curiel de Icaza a la Secretaría de Cultura de la federación, se vislumbra un nuevo capítulo en la gestión cultural y de las bellas artes del país. Su nombramiento despierta expectativas que van más allá de la mera continuidad de políticas del sexenio que concluye, dado que su trayectoria sugiere una posible transformación en la manera en que se concibe y se administra la cultura. Entiendo su trayectoria mucho más técnica y ejecutiva, centrada en el ejercicio del quehacer alejado de la lírica propia del puesto. Entiendo también, y espero que así sea, que comprende la Cultura como un ejercicio que va más allá del aspecto del arte, y que es también una herramienta política que sirve al estado frente al mundo.
México es una nación cuyo tejido cultural está intrínsecamente ligado a su identidad. Desde las expresiones prehispánicas hasta las vanguardias contemporáneas, el arte y la cultura han sido una fuente constante de expresión, resistencia y renovación. Fue a partir de las artes que, al finalizar la Revolución Mexicana, se formuló la identidad nacional que hasta la fecha nos une, en gran medida gracias a José Vasconcelos. Podemos estar de acuerdo o no con las ideas de nuestros muralistas o escritores de la época y su apuesta por el arte público, pero México como país no se comprendería sin la estabilización donde la cultura jugó un papel fundamental.
Curiel de Icaza deberá redefinir los ejes rectores de los programas nacionales de cultura y, sobre todo, la conmino a limpiar las instituciones de funcionarios lisonjeros [los hay por puñados] y enquistados en el sistema burocrático desde las oficinas de primer nivel, hasta los recovecos donde anidan los sindicalizados. Por otra parte, desde mediados de la década de 1990, durante los sexenios de Carlos Salinas y Ernesto Zedillo, se apostó por la descentralización de la cultura. Varias escuelas de bellas artes salieron de la Ciudad de México lo que potenció la aparición de jóvenes talentos tanto del noroeste como del sureste del país. No obstante, en el sexenio que concluye, el gobierno retomó la centralización de la cultura en la capital, por ejemplo, con la construcción de los corredores en el Bosque de Chapultepec, entre otras iniciativas como el Centro Cultural Los Pinos. Yo, que conozco a la perfección el Bosque de Chapultepec, dado que fui secretario técnico del lugar y también soy uno de tantos creadores mexicanos, no habría apostado por la creación de una obra magna que, una vez más, beneficiará a un reducido grupo.
Si la idea era abrir Los Pinos a la gente, no era necesaria una gran inyección de capital como sucedió. Quienes hemos trabajado en la función pública, y sobre todo en áreas artísticas, conocemos los costos necesarios para el funcionamiento de un espacio de esa envergadura. Así pues, contrario a la idea de Rafael Tovar y de Teresa, a quien admiro y con quien colaboré, la Ciudad de México no concentra todo el arte ni la cultura nacional; esta idea que entiendo en su forma, en su fondo genera un desasosiego entre los creadores alejados del centro del país. En este sentido, le tocará a la nueva secretaria hacer un análisis realista sobre cómo se encuentra el escenario nacional cultural y qué apuestas deberá hacer.
Para construir un sistema de apoyo, difusión y propagación de las artes de primer nivel es fundamental que se descentralice la cultura, llevando proyectos y recursos a regiones que permitan la democratización del apoyo federal, que fortalecerá el tejido social, pero con estrategia. Hay que ser realistas: no todo el país utiliza huipiles, ni la cultura del sureste es la voz de las expresiones del norte y el centro. A medida que se apuesta por hacer de México un país donde las culturas originarias lleven la voz cantante, se generan una serie de candados donde los creadores de todas las áreas entran en un estadio de corrección política que deriva en la muerte del arte, de la cultura. ¿Qué obra valdrá la pena escribir, filmar, montar? Pues sólo aquella que hable de indígenas… si se trata de revalorar a “nuestra cultura”, con estas dinámicas se fomenta lo contrario.
Además, la próxima secretaria deberá enfrentar el reto de modernizar las infraestructuras culturales existentes [¿Cuántas bibliotecas funcionan en el país?]. Muchos de los recintos culturales de México, desde teatros hasta museos, requieren renovaciones urgentes para cumplir con los estándares internacionales, pero vaya, no cumplen ni con los nacionales. Esto no solo se refiere a mejoras físicas, sino también a la actualización de tecnologías y procesos que permitan una mayor interacción con el público y una mejor preservación de las obras y bienes culturales. Curiel tiene la oportunidad de emprender un ambicioso plan de modernización que no solo revitalice los espacios culturales, sino que también los haga más accesibles e inclusivos para todos los mexicanos. Esa sería la gran obra del sexenio, pero no es una labor que conquiste la mirada de la gente.
También es imperativo que se trabaje en la internacionalización de la cultura mexicana. México cuenta con un patrimonio cultural que es reconocido a nivel mundial, pero su proyección internacional aún es limitada en comparación con su potencial. La nueva titular tiene la oportunidad de fortalecer la presencia de la cultura mexicana en el extranjero mediante la promoción de exposiciones, conciertos y festivales en otros países. No me refiero aquí solo al fomento de intercambios culturales que permitan a los artistas mexicanos llevar sus obras a un público global, sino a la tarea de potenciar, en verdad, a los ejecutantes del país como lo hace Argentina, Alemania e Inglaterra, entre otros países, que bien le venden su cultura a México dejando la nuestra en el armario.
Por otra parte, pondría el ojo en los programas de Efiartes y Eficine, ya que es imperativo acabar con el coyotaje y el abuso de los productores de cine que dañan la labor de los creadores. En el caso del teatro, hay quienes exigen el 20 por ciento de la producción total de dos millones de pesos, tan sólo por conseguir a la empresa aportante; en cine, hay quienes piden 20 millones de pesos para ejecutar apenas ocho millones y embolsarse el resto. Por esta razón, creo necesario ajustar programas de raíz, además de que bien vale la pena ajustar los montos para las producciones.
Claudia Curiel de Icaza tiene una gran oportunidad en sus manos y una responsabilidad respecto a generar, a la par de otras secretarías, un estado de paz a lo largo y ancho del país que ha sido profundamente afectado por la violencia y la desigualdad. La cultura puede jugar un papel fundamental en la construcción de una sociedad más justa y equitativa… no hay que perderlo de vista. Ojalá que en este sexenio podamos decir que la cultura sí es tema de estado.