1. Respeto

Para Andrés y Jorge Tirado, in memoriam

Quienes crecimos en los estados del norte de México entendemos la violencia y sus consecuencias desde una perspectiva integral, a pesar de nosotros. Lo digo sin romanticismos. Comprendemos que, durante las últimas ocho décadas, el crimen organizado en sus ramificaciones ha formado parte de nuestra realidad. Se ha manejado como si se tratara de una subtrama de la realidad con rostro propio, sentido, tarea, organización y objetivos definidos, dentro de las comunidades fronterizas o serranas del noroeste. Entiendo si el ánimo negacionista hace presencia frente a esta postura, que no defiendo, sino enuncio, pero basta con revisar cómo hace un siglo Mexicali y Tijuana eran cruces innegables de la marihuana y la amapola. Esta herencia criminal se retrató inclusive en películas como Frontera Norte, de Vicente Oroná, o Touch of Evil, de Orson Welles, donde Tijuana ya era referente como punto de partida de la violencia. Recordemos que en su exaltación el crimen necesita de ciudades de carne y hueso para existir.

La frontera norte de México, el noroeste [sin olvidar el noreste] en todo caso, siempre ha mantenido una relación estrecha con los conflictos bélicos de Estados Unidos, bien valdría la pena hacer un estudio de eso. A inicios de la Segunda Guerra Mundial, los soldados tanto de infantería como los miembros de las fuerzas navales de Estados Unidos, consumían sin limitantes todo tipo de sustancias prohibidas en Tijuana: marihuana, cocaína, opio y heroína, entre las novedades. Digamos que, si bien no era frontera libre, sí era una zona de tolerancia donde disminuía el sufrimiento real o imaginario de los soldados en servicio. Lo mismo ocurrió durante la guerra de Corea, ni qué decir de Vietnam, siempre bajo la lógica del divertimiento que se oponía a los horrores de la guerra. De la década de 1960 a mediados de los años 90, la mística del crimen organizado creció y las redes se extendieron generando una subcultura que nutría de identidad a las sociedades del norte del país. [Como nota al margen, revisen la trama de las prohibiciones que protagonizó el general Lázaro Cárdenas, para entender el contexto hasta nuestro tiempo].

Ahora bien, esa realidad resulta hiriente para las clases intelectuales y ciertos gobernantes incapaces del centro del país, que hasta hace 15 años vivieron en una supuesta burbuja de paz. Hasta la fecha, es imposible comprender la relación tan estrecha que existe entre las redes del crimen organizado y una buena parte de las comunidades de cada región a lo largo y ancho del país. Tan sólo hablando del noroeste, es común que primos, tíos, abuelos, amigos, vecinos, hermanos y padres de familia formen parte de diversas células criminales o estén relacionados directa o indirectamente con ellas. La generación a la pertenezco, nacida en la década de 1970, fue atraída por el narcotráfico desde la secundaria y la preparatoria a finales de los años 80. Así pues, tanto del Instituto México como de la Preparatoria Federal Lázaro Cárdenas, a la que asistí, salieron varios sicarios, narcotraficantes y secuestradores, atraídos por la mística del poder.

Recuerdo a un excompañero de “la Lázaro”, Giovanni Rivera, con quien jugué futbol americano en Jaguares; él fue capturado por sus actividades como secuestrador y por formar parte de la célula del “ingeniero” Fernando Sánchez Arellano, pero en su tiempo era un adolescente como cualquier otro que se rozaba con los mejores círculos sociales del pueblo [pueden leer la nota completa en AFN: https://bit.ly/3HQWox2]. Podría nombrar a muchos compañeros más desaparecidos o desterrados de la Zona Norte donde crecí, sin embargo, este ejemplo cumple el propósito de hacer énfasis en que para nosotros nunca hubo exotismo por el crimen, sino que formaba parte de una realidad que, aunque no aplaudíamos, estaba ahí frente a nosotros, sin tocarnos.

De la llamada guerra contra el crimen organizado del expresidente Felipe Calderón Hinojosa [que jamás fue guerra en términos militares, como lo entienden muchos, sino un intento de reordenamiento conceptualizado en términos económicos como cárteles], se desprendió una ola de exotismo que se desbordaba porque tanto intelectuales como académicos por fin accedieron a la información que se producía en el resto del país y sus múltiples realidades, reventando la burbuja del bienestar capitalino. Las arcas de los medios tradicionales y el mundo digital, que apenas tomaba fuerza, se desbordaban en obviedades escritas y de pronto el país tenía a miles de especialistas que articulaban sin temor: “el crimen ha penetrado en el gobierno y las fuerzas armadas”, profunda inocencia multipremiada, por cierto. Haciendo a un lado la fatalidad, los muertos y desaparecidos, Calderón Hinojosa eliminó el velo de la inocencia puritana del centro del país, acto imperdonable.

Desde el 2001, en la carrera de filosofía, dentro de la materia de antropología filosófica y desde un antihumanismo, estudiábamos el fenómeno del narcotráfico. Rozábamos la sociología intentando escudriñar en la organización de las células criminales y su funcionamiento. Discutíamos acerca de la violencia como un “concepto” que intentaba el reordenamiento del caos, sin lograr el equilibrio por la falta de contrapesos hacia el interior de los grupos delictivos. Sigue llamando mi atención que, de aquellas clases, llegamos a una conclusión que se resume en un valor moral: la pérdida del “respeto” entre criminales. Es risible la reducción de la problemática, no obstante, hay que leer con atención las narcomantas.

2. El presente

No puedo culpar a una gobernante como Claudia Sheinbaum de las atrocidades que se cometan en la Ciudad de México, queda claro que no es su mano la perpetradora. No obstante, reparo en la capital del país porque, por lo menos desde el inicio de este sexenio, se perdió por completo el manto protector, un tanto raído desde el gobierno de Miguel Ángel Mancera, que le brindaba a la sociedad capitalina la posibilidad de señalar con el dedo negacionista lo que ocurría en otros estados bárbaros. Hoy, la violencia ha tocado más que nunca las puertas de la CDMX, la realidad de la debacle de seguridad en México es innegable.

Aunque el secretario de Seguridad Ciudadana, Omar García Harfuch, comenta que las células del crimen organizado capitalino están debilitadas, son los propios cárteles periféricos quienes desmienten sus declaraciones. El cobro de piso continúa en la CDMX como en Tijuana, así pues, ya no existe esa diferencia entre los estados otrora salvajes y la ilustrada capital. El error: “Aquí no pasará como en el norte”. Eso pensaron las autoridades y, ante su inocencia, es tiempo de pagar las consecuencias de la pasividad. No dudo de la capacidad de García Harfuch, pero, aunque tiene una preparación en seguridad, no debe olvidar su juventud, es necesario que tome conciencia por su propio bienestar y futuro político. Hay que salvar el pellejo.

Por otra parte, no hay disculpas semánticas que valgan. Los actos de precampaña, por demás anticipados [e inocentes en su proceder, dice], de Claudia Sheinbaum, la mantienen bastante alejada de una realidad inmediata que, de ser capitalizada por la oposición, pueden nulificar su potencial triunfo en la Ciudad de México si llegara a contender por la presidencia del país. Por ahí empezaría mi estrategia, ojalá que su gurú tome nota. La señora Sheinbaum debe entender que la Ciudad de México tiene sus límites con Morelos y el Estado de México, fue contratada por el pueblo para gobernar únicamente la extensión capitalina, allende esas fronteras no hay nada que hacer y muchos pendientes de carácter urgente dentro de ellas. Corre el peligro de convertirse en extranjera en el pueblo que dice gobernar, donde el crimen organizado juega al gato y al ratón, durante su presencia y su ausencia.

En días pasados, asesinaron a Jorge y Andrés Tirado. Yo me encuentro bastante conmovido sobre todo al pensar que dos jóvenes artistas han perdido la vida por la estupidez y la maldad de otros. Conocí muy bien a Andrés porque participó en “King Kong Cabaret”, obra que escribí comisionado por el centro Universitario de Teatro de la UNAM, como proyecto de graduación de los jóvenes actores, y el cual dirigió Lorena Maza. Andrés era un joven bastante tímido, pero dedicado, que en ese momento vivía con cierta ansiedad porque su personaje era complejo y, además, era su examen final de la carrera de actuación. Según recuerdo, temía las reacciones de su familia sinaloense al verlo interpretar a un personaje de la comunidad LGBT, después de todo el teatro y la actuación son para “maricas”, como se decía, aunque poco a poco se ha ido perdiendo ese estigma.

El trabajo de Andrés, desde el principio, estuvo marcado por su dedicación y talento. Era un muchacho que repasaba con ahínco sus textos, su marcaje. Vivía y disfrutaba del arte escénico. Conocí a su hermano Jorge luego del estreno, no hubo un solo problema con la familia, el talento de Andrés superó toda expectativa. “King Kong Cabaret” fue una obra lo mismo aplaudida por Marta Lamas que por Patricia Mercado, la pieza marcó a una generación de actores e inspiró a otros tantos jóvenes que deseaban lo mismo estudiar teatro que estar en aquellas tablas llevando a cuestas una puesta en escena. Andrés fue para muchos actores, aún más jóvenes que él, una inspiración y ejemplo a seguir. Previo al estreno, nos sacudió el sismo del 2017. Andrés, a la par de sus compañeros, asistió en cuadrillas ayudando a los damnificados por el sismo. Fue un joven entregado, humano y sensible que tenía un gran futuro por delante.

Enterarme de la muerte de Andrés y de su hermano me ha llenado de un pesar profundo. Se perdieron sus voces y talentos, esa sensibilidad de la juventud que jamás se repite. Al parecer, el caso está zanjado en su primera etapa, más por la estupidez de sus presuntos asesinos embriagados por poseer un predio, que por la pericia de la policía de investigación. Espero que los culpables paguen por su crimen. En este caso, lo mediático del asunto ayudó a agilizar la búsqueda, pero no olvidemos que, en 2018, los tres jóvenes cineastas Salomón Aceves, Marco García y Daniel Díaz, también fueron desaparecidos por el crimen organizado en Jalisco, con un destino bastante trágico. México ha dejado de ser un país sensible para ser una región de animales salvajes… sin cultura…sin humanismo.

Las fuerzas castrenses, castradas por decreto [a pesar de los militares], deambulan por las calles de México sin saber cuál es su deber. Forman parte de un caos que deberían ayudar a controlar, pero su accionar les fue limitado. Aunque no vivimos una guerra, afirmo sin lugar a dudas que no vivimos en un tiempo de paz. El caos que se torna incontrolable es justo el necesario para utilizarlo como contrapunto al humanismo mexicano que surge y se anuncia como la medida para entender el nuevo orden nacional, donde todos estamos a merced de las injusticias.

Andrés, espero que estés en el cielo con tu hermano. Aquí eres recordado y quedarás por siempre en la memoria de quienes te conocimos. Mi más sentido pésame a la familia, entiendo que no hay palabras que den paz cuando en la tormenta persisten los estruendos.

 Hugo Alfredo Hinojosa        
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