En la arena tumultuosa de las contiendas políticas, es sorprendente y, en cierto modo, descorazonador observar cómo las mentes más brillantes de mujeres y hombres sucumben ante los intereses partidistas personales. Marie Curie, con su perspicacia habitual, nos recuerda la importancia de reconocer las ideas más allá de las personas que las defienden.
En el contexto histórico actual [en cualquier momento histórico, en todo caso], parece que algunas de las grandes figuras intelectuales académicas de nuestro país, aclaro, han perdido de vista este principio fundamental, los nombres sobran, usted lector escoja: ya sea de la UNAM, del Tecnológico de Monterrey, del ITAM, et al. Sin embargo, es crucial que no sacrifiquemos la ética en aras de la conveniencia política o personal. La objetividad, la imparcialidad y el compromiso con el bien común deben ser los pilares sobre los cuales se construye cualquier discusión política o toma de decisiones.
Lamentablemente, en demasiadas ocasiones, vemos cómo esas mentes se desvían de estos principios fundamentales. Se dejan seducir por el poder, la influencia o la promesa, o un lugar en el gabinete presidencial, renunciando así a su integridad y a la confianza que la sociedad deposita en ellos. Esta pérdida de rumbo no solo es decepcionante, sino que también socava la credibilidad de aquellos que deberían ser líderes intelectuales y morales, sabemos qué esperar de los políticos y nada sorprende.
La historia nos ha enseñado que cuando las mentes críticas se ven eclipsadas por intereses mezquinos, el progreso y la justicia sufren las consecuencias. Desde los albores de la civilización, hemos sido testigos de cómo la corrupción y la falta de integridad han obstaculizado el avance de la humanidad. Es imperativo que aprendamos de estos errores del pasado y nos comprometamos a salvaguardar la integridad intelectual en todos los ámbitos de la vida pública. No obstante, el hambre de reconocimiento juega en contra de la masa intelectual que: abandonados en las aulas, los institutos o trabajos ajenos a su línea de pensamiento, buscan con urgencia el estrado del éxito sin pensar en su integridad.
En la Alemania de la primera mitad del siglo XX y en otros lugares del mundo, fuimos testigos de cómo prominentes intelectuales y figuras de renombre sucumbieron a la seducción del poder, abandonando sus principios éticos en el proceso. Uno de los ejemplos más notorios es el caso de Martin Heidegger, conocido por su profunda reflexión sobre la existencia y la fenomenología, se unió al Partido Nazi y apoyó activamente el régimen de Hitler durante algún tiempo. Aunque luego intentó distanciarse de su participación, su complicidad inicial sigue siendo objeto de controversia y crítica.
Otro ejemplo es el de Carl Schmitt, un jurista y teórico político que a pesar de sus contribuciones significativas al estudio del derecho y la política, se unió al Partido Nazi y colaboró estrechamente con el régimen de Hitler. Su justificación teórica del autoritarismo y su apoyo a las políticas represivas del Tercer Reich lo han dejado marcado como un caso emblemático de la cooptación intelectual por parte del poder político.
En Estados Unidos, el reciente fenómeno de la intelectualidad de derecha, a partir de Donald Trump, ha generado preocupación debido a la forma en que algunos académicos y comentaristas han adoptado posturas extremas en nombre del conservadurismo. Figuras como Jordan Peterson y Steven Bannon han sido objeto de críticas por sus vínculos con movimientos políticos y sus discursos polarizadores.
Estos casos son un recordatorio de la importancia de mantenernos vigilantes y críticos ante las acciones y declaraciones de aquellos que ocupan posiciones de autoridad intelectual.
Así, la complacencia y la complicidad de nosotros lectores o masa atenta pueden tener consecuencias devastadoras, y es nuestra responsabilidad exigir transparencia en todas las esferas del pensamiento y la acción intelectual. En el caso de México me desilusiona, como ciudadano, esta nueva camada de intelectuales educados en el extranjero y en México que, de la noche a la mañana, han sucumbido ante el poder defendiendo números absurdos en materia de política de seguridad, por ejemplo. Si mientes en el rubro que más afecta a los mexicanos, qué decir de la ética cuando les toque representar a esos mexicanos, todos nosotros, a los que ya nos mienten desde la academia y el mundo de las ideas en aras de lograr el poder, por demás efímero como lo es en la política.
La ética no sirve en tiempos de conquista…
Hugo Alfredo Hinojosa
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