«Lo triste de la inteligencia artificial es que carece de artificio y, por tanto, de inteligencia», escribió Jean Baudrillard. En principio la IA tiene graves limitantes, por lo menos las herramientas masivas, exuda progresismo y fuertes dosis moralinas que nada suman al conocimiento que debe ser, en principio, libre de atavíos. La inteligencia artificial ha irrumpido con fuerza en numerosos aspectos de la vida moderna, desde la automatización industrial hasta la asistencia médica. Sin embargo, su impacto en el ámbito político plantea una serie de desafíos que podrían generar caos en las democracias y en los sistemas de gobierno.

A medida que los algoritmos de IA y las herramientas de automatización avanzan, el uso de estas tecnologías en la política podría alterar las dinámicas del poder, la confianza ciudadana y la toma de decisiones. Uno de los riesgos más evidentes de la inteligencia artificial en el ámbito político es su capacidad para manipular la opinión pública a través de la generación de desinformación y la microsegmentación de audiencias. Hace unos meses, repliqué la voz del presidente Andrés Manuel López Obrador y otros mandatarios, y exploré la gran cantidad de posibilidades que eso me brindaría si estuviera fungiendo como estratega político de cara a la contienda electoral. No descubro ningún hilo negro con esto, y reparo en la gran responsabilidad ética que el uso de las herramientas conlleva.

Las redes sociales, que ya juegan un papel central en la política moderna, han sido transformadas por algoritmos de IA que optimizan el contenido para mantener la atención de los usuarios. Si bien esto puede parecer inofensivo a nivel de marketing, el uso de estas herramientas con fines políticos tiene implicaciones profundamente preocupantes y no menos excitantes. Cambridge Analytica fue un ejemplo en su momento del uso de la IA en el referéndum del Brexit en Reino Unido. La compañía utilizó algoritmos y datos obtenidos para crear anuncios políticos ad hoc a las audiencias con el fin de influir en las elecciones. Se estima que Cambridge Analytica recolectó datos de hasta 87 millones de usuarios de Facebook, una cifra que ilustra el poder de la IA cuando se combina con el uso no ético de los datos personales.

La capacidad de la IA para personalizar mensajes políticos y crear campañas altamente dirigidas representa otro riesgo más para la democracia, ya que explota las vulnerabilidades psicológicas de los votantes, segmentándolos en función de sus miedos, inseguridades y creencias más profundas. Este tipo de manipulación no solo distorsiona el debate público, sino que fragmenta aún más la sociedad, alimentando la polarización en tiempo real a través de los dispositivos digitales, los medios de comunicación convencionales mantienen esa intermitencia natural de sus canales que retrasan los mensajes, digamos que mantienen por segundos la esperanza de la gente en vilo.

Hoy, a través, de deepfakes [videos creados mediante IA que pueden manipular las imágenes y las voces de personas], resulta cada vez más difícil para los usuarios promedio distinguir entre lo real y lo falso; y estos pueden ser utilizados para difamar a candidatos, alterar declaraciones de políticos o incluso para crear eventos ficticios. La creciente dependencia de las infraestructuras digitales y el uso de la IA en la política también han abierto la puerta a los ciberataques. En un mundo donde los sistemas de votación y las bases de datos electorales están conectados a Internet, los ciberataques representan un riesgo para la integridad de los procesos democráticos.

El caso de la llamada interferencia rusa en las elecciones presidenciales de Estados Unidos en 2016, es un claro ejemplo de cómo los ciberataques y la manipulación de información impulsada por IA pueden tener consecuencias políticas profundas. “Según” un informe de la Comisión del Senado de los EE.UU., el gobierno ruso llevó a cabo una campaña de influencia a través de redes sociales y hackeos para desestabilizar la democracia estadounidense. Los ataques incluyeron el robo de correos electrónicos de figuras políticas y la difusión de noticias falsas diseñadas para deslegitimar a los candidatos. Este tipo de interferencia digital no solo puede alterar los resultados electorales, sino porque socava la confianza de los ciudadanos en la legitimidad de las elecciones, de facto ya desacreditada por el comportamiento de los mismos políticos. Si los votantes creen que sus sistemas políticos pueden ser hackeados, se incrementa la apatía y el desencanto con la democracia.

A finales de la década de los 90, Barry Levinson dirigió una película escrita por David Mamet, titulada “Wag the Dog”, la cinta gira en torno a un asesor de prensa y un productor de Hollywood, que poco antes de unas elecciones unen sus esfuerzos para inventar una guerra con el fin de encubrir un escándalo sexual presidencial. La película es un referente en cuanto a la manipulación de los medios masivos sobre la gente y rescato la siguiente frase del productor luego de generar la guerra: «¡Vean eso! Es un maldito fraude, y parece real. Es el mejor trabajo que he hecho en mi vida, porque es tan honesto». En esta declaración se concentra el debate presente y futuro respecto a la IA, quizá pronto no importará la trampa sino la “honestidad” por la cual y para lo que se generó la estafa intelectual, y en todo caso ciudadana. Pero recordemos que: lo más importante, en las democracias, es estar convencidos de que se está luchando por una causa justa, por el país, por la nación, por la patria.

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