En ocasiones es difícil no criticar. ¿Qué sentido tiene? Utilicemos otra palabra; reflexionemos por qué es tan complicado no reprochar.
La política en su práctica es herencia, casta, industria, estrategia, mentira, retórica, pasión, un redondel de deseos, una nada fina administración del poder irreformable, discurso vacío, estupidez. Al parecer nada bueno, no obstante, nos rige y educa. Durante las últimas semanas, el panorama político y social nacional no ha lucido nada alentador.No vale la pena mencionar la emergencia sanitaria, pues es noticia vieja pero activa y legitimada para su posteridad nacional ( Hugo López-Gatell podría objetarlo, sería interesante que nos diera una clase acerca de “comunicación y periodismo”, por qué no, se le da la retórica). Todo lo anterior son obviedades, duele decirlo, un caos perdurable cual naufragio que vuelve nuestra boca salina al escuchar los discursos Ad absurdum del presidente, que no logra fajar su pantalón. Hablar de la violencia que ejerce el crimen organizado no es novedad. En este rubro, millones de mexicanos, de sur a norte, somos analistas expertos sin tecnicismos de seguridad nacional.
Exonerar es un gran vocablo. No lo olvidemos. Tanto en este sexenio como en los anteriores, ha sido el verbo que rige el sistema de justicia del país. Hace apenas unos días, la madre del narcotraficante José Antonio Yépez , mejor conocido como “el Marro” , quedó libre, exonerada, por falta de pruebas en su contra luego de ser detenida por manejar las operaciones financieras del cártel Santa Rosa de Lima. Horas más tarde asesinaron al abogado de la sacrosanta señora. Alguien estaba molesto. Previo a esto, vimos al narcotraficante, hijo pródigo, llorar por su madre mientras amenazaba al gobierno mexicano y agradecía, además, al pueblo bueno que salió en defensa de sus familiares encarcelados. Jamás había visto a un delincuente llorar a cuadro por su progenitora. Lo entendemos, las madres son sagradas; y verlo llorar, clamar justicia, es increíble porque le hablaba a ese pueblo beneficiario del crimen, en mayor o menor medida, que valida sus acciones a pesar de la vida de otros. El delincuente cual mártir.
Más florido y patético fue escuchar el presidente aceptar, en cadena nacional, que dio la orden de liberar a Ovidio Guzmán , en Culiacán, Sinaloa. Mintió cínicamente; algunos se molestarán, pero así lo hizo, bajo el argumento de querer salvar más de doscientas vidas de soldados y civiles gracias a su decisión de Estado… lo cual está en duda. Todo esto remata en un breve video del mandatario diciendo, cual demagogo, que tiene miedo del crimen organizado como cualquier mexicano… sólo que él no es cualquier mexicano… y su gobierno sigue “luchando” contra la violencia al tiempo que Omar García Harfuch se recupera tras el atentado que sufrió en la Ciudad de México… gran escándalo. Aunque pienso, es aún más deprimente saber que nuestro gobernante no cree deberle nada a la sociedad, pues la indignación de la gente no representa ningún conflicto para su mandato, el pueblo ya no es su capital.
Kurt Vonnegut
, autor que valdría la pena rescatar del olvido, escribió “Matadero cinco” hace medio siglo. Se trató de un libro que cimbró con su sátira a los veteranos de la Segunda Guerra que veían con horror la espectacularidad trágica de Vietnam. La obra de Vonnegut es bastante divertida en ese caos que aborda el sinsentido bélico, que llama la atención de una raza alienígena del planeta Tralfamadore, la cual se entretiene al ver la capacidad de destrucción de los humanos. No imagino cómo se divertirían hoy. Billy Pilgrim , el joven soldado protagonista de la novela, narra con metáforas psicodélicas su encierro en un matadero luego de ser capturado y sometido por el ejército alemán. Hasta ese momento nada extraño ocurre, sino hasta que los habitantes de Tralfamadore le prestan atención al veterano, a quien adentran en su lógica existencial sin libre albedrío, para convertirlo en animal de zoológico donde lo invitan a procrear con una actriz pornográfica también recluida en el mismo parque-casa habitacional para el entretenimiento de los otros.
La crítica que subyace a la novela alude a la indignación del hombre frente a la guerra, esa lógica existencial tan humana y discursiva que tiene su motor en la destrucción de doctrinas y pueblos. Billy Pilgrim, valga la comparación del Sísifo de Albert Camus , es un personaje destinado a cumplir con su destino sin posibilidad de modificarlo y tiene en los márgenes de esa repetición eterna todo el derecho de indignarse por su condición, la cual debe repetir por el resto de su vida… de nuestra vida.
Indignación. A la par con los sucesos violentos de los últimos días, el tema que es verdaderamente relevante para nuestra realidad política no es otro que los comicios del próximo año, con los cuales se juega el verdadero control del país por lo que resta el sexenio. Es interesante percibir cómo el pueblo en sí no tiene relevancia alguna para dicho procedimiento de elección popular. Siendo justos, el pueblo sólo tiene valor una vez cada sexenio, el resto del tiempo somos agentes sin consideración por demás manipulados, sin voz ni voto. Lo que impacta de este gobierno es que, al menos en los últimos 18 años, es el único que se ha vendido como uno que representa plenamente al pueblo mismo. Estamos de acuerdo en eso, supongo, pero ¿cuál es nuestro papel en este momento en el que una gran fracción del pueblo está inconforme con lo que acontece en el país?
Es sabido que toda gran revolución necesita de mártires que validen las acciones del poder entrante para promover con estas figuras el progreso del proyecto político y social de todo nuevo gobierno; no es ningún descubrimiento. La cuestión es: ¿estamos dispuestos a ser los mártires del cambio de régimen? ¿Acaso el gran número de niños, niñas, mujeres y hombres que viven con cáncer son la materia dispuesta, el sacrificio humano perfecto para el cambio? Por ocioso y reduccionista que sea el planteamiento, no puedo creer que terminar con programas sociales en beneficio de estas poblaciones vulnerables validen el nombre político de un proyecto, de una figura.
Hay un pequeño libro de Pierfranco Pellizzetti titulado “El fracaso de la indignación”, donde el autor hace un planteamiento interesante acerca del verdadero valor de los pueblos frente a la maquinaria política. Para Pellizzetti, la indignación de la masa es la que encumbra al gobierno, sólo cuando ésta tiene algo que ofrecer con su incomodidad; ofrece su apoyo al candidato si, y sólo si, éste atiende a las demandas que debe leer a la perfección. Aplicando el ejemplo al gobierno en turno, los ciudadanos en su mayoría votaron por un cambio, porque creyeron que era necesario, lo cual es válido, por supuesto, y ese sentimiento fue alimentado sin sosiego hasta lograr el objetivo, que es gobernar.
No obstante, una vez en el poder, de qué le sirve al gobernante la indignación de sus gobernados; ¿qué ofrece el pueblo si ahora su indignación juega en contra suya? En el mejor escenario, ignorar al pueblo mismo es vencerlo, contrarrestar su voz, castrarlo de raíz, aplicando el desprecio como herramienta de sometimiento porque en este acto de ninguneo anida la esperanza de ser escuchados. Y así diariamente, millones de mexicanos buscan alzar la voz, con éste y otros gobiernos, y lo hacen sin ser atendidos, pues son señalados como golpistas, pero con la esperanza del cambio que no se cristaliza. El pueblo es un pasto raso que crece pronto sin importar los temporales ni plagas que lo acechen, sobrevive cual parásito a los ojos de los gobiernos, y como tal puede ser erradicado, bloqueado, se le puede enfermar sin llevarlo a la muerte, ya que tiene que existir para mantener viva la indignación que potenciará el encumbramiento de algún gobernante posterior.
“Soy un mexicano más”, expresa López Obrador . “Es preferible heredar a los hijos pobreza, pero no deshonra”, son palabras del mismo hombre en la cúspide de la política nacional. ¿A quién le habla? Después de haber olvidado durante más de un año la indignación y las necesidades del pueblo que lo encumbró, está retomando su estrategia para lograr el poder absoluto que lo mantendrá a salvo, mas no a flote, durante los próximos años. Y justo como Billy Pilgrim, viviremos la tragedia de formar parte de una revuelta sin soluciones que nos lleve a cuestionar nuestro rol en este mundo en el que repetimos, una y otra vez, los errores que nos mantienen sumergidos en la pobreza espiritual con la cual se divierten a nuestra costa. Billy era el hazme reír de su sociedad al confesar sus preocupaciones existenciales, sus viajes espaciales. Así pues, no existe un libre albedrío para que tomemos decisiones. Sísifo, al parecer, somos todos aceptando que nuestro rol político no cambiará jamás. Nosotros y nuestra indignación enriquecen el vasto zoológico de animales salvajes que entretienen a la clase política.
¿A quién cederemos nuestra indignación? Es un ejercicio verdaderamente complicado porque las figuras que existen las hemos visto en tantas ocasiones que no merecen que desperdiciemos nuestras energías en darles el privilegio de la duda para que lucren con nuestras necesidades. Peor aún, no existe siquiera una figura que nos lleve a querer brindarle el apoyo que necesita para derrocar al poder en turno. Esta fue una semana trágica, una de tantas que no me provoca sino un sentimiento de hastío hacia las noticias mismas, esos ecos de las tragedias cotidianas que nos llevan al hartazgo. Me queda claro que el silencio tampoco es la mejor estrategia, las voces críticas no se deben apagar se necesitan vivas, a pesar de la reiteración discursiva.
Así como el presidente tiene en la muletilla de la “corrupción” su mantra que no abandona por temor a perder el equilibrio, así nosotros debemos utilizar nuestro derecho a la indignación para venderlo como moneda cara a quien nos quiera gobernar. Nuestros mantras son muchos y diversos: bienestar, equidad, salud, justicia, entre miles de vocablos que podemos repetir infinitamente para lograr la utopía momentánea del equilibro económico, político y social ahora inexistente, mientras rondamos los pasillos del zoológico que habitamos, la vida misma. Aunque pensar por nuestra cuenta es también una muestra de corrupción.
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