Hugo Alfredo Hinojosa

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“Escribir es para hombres que pueden pensar y sentir […] Pero corren malos tiempos. Estamos condenados a trabajar con advenedizos, payasos que sin duda se entrenaron en un circo y luego recurrieron al periodismo [en este caso a la política] como el lugar apropiado para exhibir sus trucos”, escribió el ganador del Premio Nobel, columnista y dramaturgo, Naguib Mahfuz. La reflexión del autor egipcio bien puede aplicarse a la democracia moderna; no lo escribo con ironía, es una verdad absoluta como pocas en el mundo. En su gran mayoría, nuestros actores políticos dan pena ajena por su poco alcance crítico en su intelectualidad. De los comentadores-columnistas hay bastante tela de donde cortar, pero atendamos a los políticos.

Hace una semana, mientras hacía un barrido de medios españoles, me topé con Ione Belarra, líder del partido político Podemos, quien no me pareció tan articulada como lo fuera su compañero Pablo Iglesias, pero sí aprisionada en un discurso rancio y poco original, en la misma línea de Iglesias quien, si hacemos memoria, no pudo defender su postura idealista de izquierda de cara al filósofo Antonio Escohotado. Uno esperaría más de los europeos...

Belarra, al ser cuestionada por un reportero en torno a la debacle política en Venezuela y la permanencia de Nicolás Maduro en el poder, respondió, con el ánimo de acallar al reportero, que la pregunta en sí misma era “fascismo”. Vi la escena varias veces porque pensé que me estaba perdiendo alguna pista del debate, pero no fue así. No entendí en qué sentido la pregunta formulada expresaba fascismo. Ahora bien, si pensamos que el “fascismo” en su médula y operatividad se caracteriza por eliminar el disenso en torno a los intereses de la cúpula, ¿quién estaba siendo fascista? Queda claro que la incapacidad de Ione Belarra para dialogar radica en su escaso conocimiento de los conceptos propios del mundo político. Dos preguntas más del reportero y este lío habría acabado en declaración de nazismo.

La política moderna enfrenta numerosos desafíos y entre los más preocupantes se encuentra la creciente presencia de los advenedizos: personas que, sin experiencia política o un compromiso real con los principios democráticos, llegan a ocupar cargos de poder, cuando lo que se necesita para ser un buen político es tener un amplio sentido común y una vocación de servir. Dicho eso, los advenedizos, generalmente impulsados por el oportunismo, pueden dañar el funcionamiento de las instituciones democráticas. En una época en la que la comunicación instantánea y la sobreexposición mediática hacen de cualquier figura pública un político potencial, la democracia se ve debilitada por la influencia de estos actores que priorizan sus intereses personales sobre el bienestar colectivo.

El problema de los advenedizos en la política no es nuevo, pero ha cobrado una nueva dimensión en los últimos años. Las redes sociales y la globalización han creado un ambiente propicio para que figuras del entretenimiento, del deporte o del mundo empresarial se proyecten como líderes políticos sin pasar por los filtros tradicionales. La llegada de Cuauhtémoc Blanco al poder como gobernador o Ana Gabriela Guevara a la CONADE es una muestra de cómo la popularidad y el éxito deportivo no brinda capacidad para gobernar. Otro factor que ha contribuido a esto es el hartazgo de la población con las clases políticas tradicionales. En muchos casos, los ciudadanos, cansados de la corrupción y la ineficacia de los políticos de siempre, se vuelcan hacia estos personajes que prometen un cambio radical, sin embargo, lo que suele ocurrir es que, lejos de mejorar la situación, los advenedizos agravan las crisis democráticas al no estar preparados para el ejercicio responsable del poder.

La falta de formación y de experiencia en el manejo de la administración pública es uno de los primeros factores que juegan en contra de esta clase de nuevo político. Gobernar no es una tarea sencilla, implica comprender la complejidad de los sistemas, la economía, el derecho y la diplomacia. Un profesional que ha pasado por un proceso de formación en estas áreas tiene mayores probabilidades de implementar políticas eficaces y de mantener un equilibrio institucional. En cambio, el advenedizo tiende a depender de una visión simplista y populista de los problemas, lo que los lleva a tomar decisiones mal informadas o impulsivas, que pueden tener consecuencias desastrosas.

Un rasgo preocupante de muchos de estos recién “iniciados” es su inclinación hacia el autoritarismo. Al no tener un trasfondo político sólido, carecen de un compromiso genuino con los principios democráticos, como la separación de poderes, el respeto a las minorías o la transparencia en la toma de decisiones. La falta de una carrera política previa a menudo los lleva a deslegitimar a las instituciones cuando estas se interponen en su camino. Al no entender la importancia de los contrapesos, pueden actuar de manera autocrática, debilitando el Estado de derecho y erosionando la confianza pública en las instituciones gracias a su capacidad para manipular el discurso público.

No obstante, una vez desgastada la imagen de los neófitos, su llegada también debilita la confianza pública en el proceso democrático en general. Los ciudadanos pueden sentirse cada vez más desconectados del sistema político, lo que refuerza la percepción de que la política es un juego de poder en el que los méritos y la experiencia cuentan poco. Esto fomenta el abstencionismo y el cinismo, lo que a su vez abre más espacio para que personajes sin vocación política real continúen proliferando.

Una democracia saludable depende de un equilibrio entre renovación y experiencia. Si bien es cierto que las nuevas voces y las ideas frescas son esenciales para el funcionamiento de cualquier sistema político, también es crucial que quienes lleguen al poder lo hagan con un conocimiento profundo de las responsabilidades que implica el cargo. Las buenas intenciones no bastan.

Según datos de Dinamic Company y Procesos, el 59.4% de los 500 diputados que integran la Cámara Baja del Congreso de la Unión cuenta con estudios de licenciatura, el 22% con una maestría y el 4.2% con un doctorado. Las carreras predominantes entre los legisladores incluyen Derecho, Ciencias Políticas, Ciencias de la Comunicación y Sociología; sin embargo, también hay diputados con formación en áreas como Administración de Empresas, Pedagogía, Enfermería, Veterinaria, Programación, Estilismo y Diseño de Modas, así como técnicos en Hotelería. Esto indica que el 47% de los diputados no cuenta con experiencia legislativa o política previa.

Por contraste, la experiencia legislativa entre los senadores asciende al 82%. En cuanto a su nivel académico, el 66.40% cuenta con una licenciatura, el 21.09% con una maestría y el 5.46% con un doctorado. En total, el 92.95% de los senadores tiene estudios superiores, lo que representa un 7.3% más que en la Cámara Baja. Además, el 47.65% de los senadores de la LXVI Legislatura ha sido diputado federal al menos una vez, y el 41.4% cuenta con experiencia en algún Congreso local. Estos datos despiertan posibles cuestionamientos éticos en los procesos electorales y de selección de candidatos por parte de los partidos.

Empero, no todos los outsiders son necesariamente dañinos para la democracia. Existen casos en los que figuras ajenas al establishment político han logrado implementar cambios positivos, pero estos son la excepción y no la regla. Lo que distingue a estos casos exitosos es que, pese a no provenir del mundo político, estos líderes supieron rodearse de expertos y asesores competentes, mostrando una disposición a aprender y adaptarse a las complejidades del cargo. Sin embargo, la mayoría de los advenedizos no muestran este nivel de humildad ni de respeto por las instituciones democráticas.

Si bien los partidos tradicionales tienen gran parte de la culpa al no ofrecer alternativas convincentes, la solución no consiste en permitir que cualquier figura pública se postule para cargos de poder. Es necesario que la política recupere su esencia o al menos el ideal al que aspira: ser un espacio donde el conocimiento, la experiencia y el servicio público prevalezcan sobre el oportunismo y la búsqueda de poder personal. Solo así se podrá proteger y fortalecer la democracia.}

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