En el corazón de la relación entre México y Estados Unidos se encuentra un tema ineludible: la migración. Por décadas, esta cuestión ha sido abordada desde un prisma de seguridad, economía y, en ocasiones, humanidad. Sin embargo, la migración, en su forma más pura, es un fenómeno cultural moderno que trasciende muros y políticas, y por tanto sólo hay que administrarlo. Hoy, más que nunca, México enfrenta el reto de redefinir su papel en este contexto, no sólo como un país de tránsito o expulsión, sino como un actor crucial en el manejo de un fenómeno global que expone la fragilidad de las fronteras abiertas.

La migración no es un fenómeno nuevo, pero su intensidad y complejidad en el siglo XXI han alcanzado niveles sin precedentes. México está en la encrucijada de un flujo migratorio que no solo cruza su territorio hacia el norte, sino que también redefine su cultura, economía y política interna. Desde Centroamérica, el Caribe, y cada vez más de África y Asia, miles de personas cruzan México. El país, con sus recursos y una estructura política que sigue definiéndose en su transformación con el partido en el poder, se encuentra sobrecargado ante este fenómeno, actuando más como una válvula de escape que como un administrador estratégico de la crisis.

Al otro lado de la frontera, Estados Unidos está lidiando con sus propias tensiones internas. El discurso sobre migración ha sido monopolizado por la polarización política. En este contexto, las fronteras abiertas de los demócratas con la llegada de Donald Trump se han convertido en una pesadilla política y social, donde el rechazo hacia los migrantes se fortalece a ultranza. Ahora bien, entendamos otra postura, Sir Keir Starmer, Primer Ministro del Reino Unido, acusó recientemente a los conservadores de traicionar a los votantes del Brexit al fomentar un “experimento uninacional de fronteras abiertas”. La crítica de Starmer, aunque no bien recibida por la Unión Europea, plantea que la migración masiva está modificando las estructuras culturales, sociales y sobre todo políticas además de religiosas de cada país; inclusive el Primer Ministro de Canadá, Justin Trudeau, anunció que el país pondrá un alto a la migración desmedida. En todos los casos, el temor es hacia el mundo islam y sus radicales.

Pero ¿qué implica esto para México con el regreso de Trump al poder? La presión es absoluta, ¿cómo puede una nación que lucha con su propia desigualdad y violencia sistémica cargar con la responsabilidad de resolver un problema de escala global? El sueño de las fronteras abiertas, aunque utópico, se enfrenta a la dura realidad de un mundo que no está preparado para manejar sus consecuencias. En México, la migración no solo ha creado crisis humanitarias y tragedias en Ciudad Juárez, Chiapas, Tamaulipas, sino que también ha expuesto las tensiones culturales y sociales dentro del país. Municipios fronterizos como Tijuana y Ciudad Juárez son el escenario de un choque constante entre migrantes desesperados y gobiernos locales que no cuentan ni con la capacidad de acción ni con la interlocución con las instituciones federales que deberán encargarse del tema.

Por otro lado, los migrantes traen consigo no solo necesidades, sino también aspiraciones y una resiliencia que, si se gestiona correctamente, puede revitalizar economías. Pero esto requiere una visión estratégica que México aún no ha desarrollado… o mejor dicho, ¿acaso le interesa al gobierno tener una visión estratégica del fenómeno que debe administrarse?

Por otra parte, el mundo digital juega un papel crucial. Las redes sociales no solo son herramientas de comunicación, sino también armas de manipulación. Los migrantes utilizan plataformas como Facebook y WhatsApp para coordinar sus travesías y obtener información, mientras que los gobiernos en contra de la migración masiva como ocurre en España y Francia las usan para difundir propaganda que refuerza el rechazo. En Estados Unidos, la narrativa digital ha convertido a los migrantes en amenazas existenciales. Además, el mundo digital ha hecho que las fronteras sean más porosas en el ámbito simbólico, pero más rígidas en la práctica. Los algoritmos priorizan historias sensacionalistas sobre caravanas y crisis en la frontera, generando pánico y fortaleciendo discursos antiinmigrantes. Esta dinámica digital no solo dificulta el diálogo, sino que también perpetúa un ciclo

Así pues, la relación entre México y Estados Unidos debe evolucionar para enfrentar el desafío de la migración de manera conjunta. México necesita asumir un rol más activo, no como un simple intermediari de gente sin país, sino como un líder regional que abogue por políticas migratorias sostenibles. Esto incluye exigir a Estados Unidos no la mayor inversión en los países de origen, ¿por qué debería hacerlo? Sino hacerlo responsable de repatriar a sus países de origen a aquellas personas que no logren su estadía en esa región. Aunque injusta e inhumana esta declaración es vox populi a lo largo y ancho de México. La migración es positiva, pero depende del contexto de la misma, no debemos perder eso de vista.

Al final, el reto no es detener la migración, sino gestionarla de manera que beneficie a todos los involucrados. Si México y Estados Unidos logran superar la retórica divisiva y trabajar juntos, pueden transformar la migración de un desafío en una oportunidad. Pero ¿cuánto cuesta un migrante? Esto es, cuál es el valor intrínseco de cada uno de tal forma que sean una moneda de negociación. Lo veremos en la renegociación del T-MEC el 2025.

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