Siempre he pensado que Ridley Scott no debió dirigir “The Counselor”, quizá era una película más apta para Michael Mann. Es una de esas ideas que en mi mundo no está a discusión porque atiendo aquí a la subjetividad y en ese escenario nadie puede ganarle a nadie. Tomo esa película escrita por Cormac McCarthy para recordarlo hoy que ha muerto, a un mes de cumplir los 90 años, y escojo ese ejemplo porque aborda el absurdo de la violencia y el exotismo del crimen de una forma interesante por caricaturesca, no por eso menos salvaje. Entiendo que, por eso mismo, Scott tomó la batuta… aunque Mann habría hecho una obra noir sin parangón.
“The Counselor” tiene una escena entre dos personajes que es inolvidable por su salvajismo apenas anecdótico. Ambos personajes están frente a unos barriles metálicos que nadie abre, nadie atiende, los trasladan de un sitio a otro para que renueven su tránsito por el mundo. Un personaje pregunta por qué nadie parece prestarles atención a los barriles y le contestan que dentro de esos receptáculos metálicos hay pasajeros, muertos, licuados ya por el paso del tiempo, que nadie nunca encontrará, que tienen como destino conocer el mundo desde la oscuridad. No necesita decirse más para hacernos entender que en el vientre de los barriles viaja la muerte.
McCarthy era un romántico del pasado y como tal lo escribió en cada una de sus obras de indios y vaqueros, de narcotraficantes, de asesinos sin destino. Para el autor, el presente agrava más el salvajismo de la humanidad. El mundo occidental que nos atañe en la inmediatez es cada día más absurdo, la confusión y la estupidez son las únicas verdades corroborables y, por tanto, esta ya no es tierra para viejos… ni para todos aquellos que nos sorprendemos pensando en retóricas ahora bizantinas. Conforme pasan los años, rechazo cada vez más la modernidad y los discursos inclusivos que terminarán por volvernos animales domésticos. Si ya la humanidad es capaz de llevar a un perro en carriola o abrazarlo con un rebozo a su cuerpo, ¿cuánto tiempo falta para que, en el ánimo de la inclusión, se pongan los humanos a mamar del cuerpo del animal?
El autor estadounidense entendió nuestro destino próximo y desde ese universo trazó su narrativa. Cada una de sus historias reflexionan sobre cómo la paz es constantemente trastornada por el caos. Me atrevería a decir que McCarthy fue un discípulo de Heráclito: la guerra siempre presente. Me queda claro, aunque con cierta tristeza-por-respeto, que esta ya no era la tierra de McCarthy, era un viejo para quien el mundo industrializado lo aniquilaba todo, y su literatura como la conocemos ya no apela a una generación que ahora prefiere la mentira por encima de la mentira.
De McCarthy aprendí mucho más de teatro y literatura que de otros grandes autores y narradores latinoamericanos, no me apena decirlo, no dejaría un libro del estadounidense por una lectura de Jorge Luis Borges. El ánimo fronterizo de McCarthy es lo que me llama, el desierto bajo las pisadas de sus personajes, el sudor que se siente con sus escenas. El ser lacónico de sus personajes. Ha muerto uno de los grandes maestros del siglo XX, un escritor que llevó a cabo una crítica de la cultura sin confrontarla como enemiga, sino abrazándola con su romanticismo salvaje para exponerla.
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