La semana pasada y los primeros días de ésta, fueron gloriosos en términos de simbolismos y acciones políticas mundiales que mantienen viva la llama crítica no sólo debido a la pandemia (que por sí misma, sin restarle gravedad, comienza a ser parte de la cotidianidad más que aceptada), sino porque inician las luchas electorales por el poder, al menos en México y Estados Unidos, vecinos integrales de la desgracia social contemporánea. Aunque se niegue, en esta nueva normalidad la emergencia sanitaria ha perdido fuerza como noticia de interés para el pueblo que olvida, a cuenta gotas, el miedo a la tragedia y la muerte. Salir a la calle y respirar el aire fresco es necesario para muchos, ya sea para disipar la depresión o sencillamente para retomar la obligada tarea por la supervivencia ante el inevitable declive económico.
Mientras que en Brasil Jair Bolsonaro dio positivo en su prueba de coronavirus por segunda ocasión, lo cual es un golpe inesperado para su imagen de superhombre cristiano, Donald Trump declaró finalmente que usar cubrebocas es un acto patriótico ante el caos de muertes estadounidenses; en México, Andrés Manuel López Obrador, cede despacio al uso del cubrebocas en sus vuelos comerciales y por fin accedió a mencionar que la pandemia es una amenaza real, al tiempo que se transmiten, con el vértigo de las redes sociales, las imágenes de grupos armados del narcotráfico que controlan el occidente del país… desestimadas, claro, por el ejecutivo.
En otras latitudes, el Arte perdió un museo, el Hagia Sophia (Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO), y la religión ganó una mezquita gracias al presidente turco Recep Tayyip Erdogan, de la misma corriente filosófica-política no oficialista que los tres mandatarios de América que hemos mencionado. Con esto se reaviva un conflicto religioso entre ortodoxos y musulmanes que le gana votos en su base nacionalista, sin importar el caos que pueda generarse a través de atentados o la segregación religiosa exacerbada y ciudadana… De nuevo un “Dios” se entromete en la vida política de una nación.
La Unión Europea se debatió y validó un plan de rescate económico, un paliativo para la crisis pandémica que se anuncia como la madre de todas las debacles financieras, las figuras aplaudidas por este gran logro son Angela Merkel de Alemania, Emmanuel Macron de Francia y Charles Michel, presidente del consejo Europeo. Se aprobaron 390 mil millones de euros para el rescate de las 27 economías de la zona euro en subvenciones y 360 mil millones en créditos que se inyectarán inclusive como fondos muertos a las empresas para la reactivación económica. Mientras tanto, en México las empresas quiebran, los trabajadores del Estado pierden sus computadoras y se presume la llegada del extraditado Emilio Lozoya (ex director de Pemex), una carta bajo la manga para ejercer presión simbólica, que no activa, a los enemigos de nuestra república noble, un fantasma sin voz propia hasta el momento.
Vale la pena mencionar, no sin tristeza, que nuestra atención se centra más en los resultados de los comicios del 2021 que en los muertos por la pandemia. Un tema de suma emergencia, como lo es la salud de los mexicanos, es ya comidilla diaria para denostar la incapacidad aceptada de Hugo López-Gatell que cual personaje de carpa juega con las palabras para no decir verdades, sino hacer grilla en contra de los estados de la nación. Pero en México no son tantos los muertos respecto a otros países como Italia, no debemos preocuparnos, según declara el neo-conservador Gibrán Ramírez.
La semana pasada apareció en los escenarios de la política nacional el nombre de Mario Puzo, el célebre escritor de “El padrino”, novela que inmortalizó Francis Ford Coppola en el cine mundial. El motivo un tanto nimio de la mención de Puzo se debió a la crítica de nuestro presidente hacia los profesionistas que estudian en el extranjero; otros argumentan que en realidad era una burla hacia el padrino del mismo Lozoya. No lo sé de cierto, pero este fue un tema más que se suma a la interminable cartera de tópicos chabacanos que divergen la atención de los ciudadanos, combustible para las redes sociales, maldita obviedad. En el ánimo de corregir las palabras del mandatario, las oleadas salieron a clarificar el destino de Michael Corleone que, a decir verdad, a quién le importa.
“El padrino” es una novela cuidadosamente construida por Mario Puzo a partir de su bagaje cultural como heredero de una familia de la Provincia de Avellino en Italia. El joven autor formó parte de la Fuerza Aérea estadounidense durante la Segunda Guerra, pero jamás participó del campo de batalla por sus problemas visuales. Como autor, pensó estratégicamente, así lo confesó, en construir una novela para la masa; ese fue el objetivo, pues deseaba tener los medios para poder alimentar a su familia y nada más. Una necesidad tan básica, sin una pretensión literaria exquisita. Esta obra tan aplaudida durante la semana tiene en su entraña una reflexión mediata que habla del respeto y de honrar como hombre o mujer a tu “palabra”. No hay más. Por cierto, si no queda claro, dar tu palabra es empeñar tu honor.
Durante la campaña presidencial, nuestro mandatario declaró hasta el cansancio que llegado el momento se mediría con Donald Trump para increparlo por su falta de respeto hacia el pueblo de México. La declaración, aunque increíble, me llevó a pensar que por fin tendríamos a un presidente que se enfrentara a sus pares. Años más tarde, el momento llegó gracias a la entrada en vigor del TMEC. De frente, Donald Trump y Andrés Manuel López Obrador, protagonizaron una escena risible en todos los aspectos, donde los dos furiosos mandatarios afables y zalameros intercambiaban risas y miradas discretas. La furia de ambos se vio taimada por la obligada diplomacia, lo entendemos, tampoco queríamos el caos. “No nos confrontaremos”, declaró Obrador. Está bien, señor presidente… sólo valdría recordarle que, como mexicano, a los ojos de Trump y lo que representa, es usted también un criminal y violador.
Entre las tantas frases de “El padrino” hay varias que bien podemos retomar para explicarnos no sólo la realidad mexicana sino la estadounidense. “No confío en la sociedad misma para protegernos, no deseo depositar mi fe en las manos de los hombres que tienen, como único logro, el haber engañado a la gente para votar por ellos”, escribe Puzo. Ante esta declaración de principios, defiendo mi incredulidad en la sociedad que entiendo como un cúmulo de individuos que, como hormigas, luchan por su lugar anteponiendo sus intereses que no son mis intereses, que no son los intereses de 30 millones de votantes por convicción o acarreo, quienes validan hasta la fecha el nulo cumplimiento de la palabra del presidente ante sus acciones y, por tanto, participan de su inmoralidad, aunque algunos busquen la redención al lamentar su voto pues lo hicieron por el cambio, sí… por la palabra y el empeño del honor de un hombre.
Tanto en México como en cualquier otro país democrático, sin importar latitudes o ideologías, el pueblo hace un acto de fe al brindar su confianza a un candidato que vende su palabra. Se le escucha durante las campañas, dicta su cátedra en plazas, auditorios, ejidos y construye las bases que manipulan a los seguidores, crea cuadros políticos, grupos de choque que sostienen en mayor medida las bases del partido del candidato por regiones, hace de la retórica su mejor aliada, se mimetiza con el pueblo. Éste grita, llora, una y otra vez deja como garantía su palabra como vía del cumplimiento de las promesas al calor del templete en la plaza. Se llegan las elecciones, las palabras se pierden y con ellas los compromisos adquiridos y el honor. Al ritmo de esta desdichada cadencia marchan la gran mayoría de presidentes, y el actual no es la excepción.
¿Qué lleva a un mandatario a faltar a su palabra? ¿Qué pasa si éste cumple con su palabra? Tomando como referente tanto a Donald Trump como a López Obrador, ambos líderes ortodoxos y populistas en la cima del poder, si estos cumplieran su palabra y sus promesas, contrario a lo que hacen, perderían relevancia, pues no tendrían enemigos con los cuales confrontarse en el estrado para legitimarse, dejarían de ser víctimas agredidas por el pueblo opositor y victimario. El discurso repetitivo del mandatario, que impulsa la dialéctica del gobierno, propicia una simulación, mentiras como moneda cambio, que generan realidades alternas, caos como base de las discusiones del buen o mal obrar del gobierno, lo que confunde al pueblo mismo… hay que prestar atención en eso. El país avanza y no avanza, la oposición existe y no existe, la prensa es enemiga y amiga, el mandatario es un dictador y no lo es. Trampas para burlar discursos.
En el caso de Estados Unidos y su presidente, este falso avance de logros políticos se reduce a: la construcción del muro sin lograrlo del todo, la generación de empleos a pesar de tener una crisis al respecto, la doma de la pandemia ante un escenario de muertos que rebasan los cientos de miles. Todos estos son discursos que no concuerdan con la realidad de un gobierno en caída libre que por el aislacionismo ha propiciado que Estados Unidos perdiera el liderato mundial.
En México es curioso ver cómo cada una de las promesas que López Obrador hizo durante su campaña han permanecido como eso, promesas incumplidas. Una de las más recurrentes fue aquella donde prometió bajar los precios de las gasolinas (incluso existe el video), a lo cual, ante el reclamo del público, declara tajantemente que él jamás prometió hacerlo y frente al desenmascaro de su mentira lo niega y pierde el poco honor que le queda. Lo mismo ocurre con otros temas. “Este es el gobierno más feminista que ha existido”, dijo. Y hace un par de días, Alfonso Durazo, su secretario de Gobernación, declaró ante la prensa que los índices de asesinatos contra mujeres van en aumento. La corrupción no existe más, pero su gabinete es incapaz de demostrar la procedencia de su riqueza.
Tanto Donald Trump como López Obrador son presidentes sin palabra, nada honorables, sin honra. Entre las últimas declaraciones de ambos, está el hecho de que no aceptarán convencidos ninguna derrota electoral. Vaya, parece que leen el mismo guión. Ambos declaran que jamás habían sido tan atacados y expuestos por la prensa e ignoran a conveniencia que se ataca la ineptitud de sus procederes. Ambos descansan sobre un trono mortuorio donde se labran los nombres de los muertos, mujeres y hombres que no supieron defender y no defienden desde su mandato. A Estados Unidos le podemos reprochar que lucha por ser el número uno hasta en la cantidad de muertos por la pandemia; en ese sentido es potencia mundial. En el caso mexicano, no sólo los muertos por la emergencia sanitaria manchan la presidencia, sino que, además, los abatidos por el crimen organizado van apagando de a poco el brillo de López Obrador que no supo cumplir con su obligación de brindar seguridad a los mexicanos y aún en tono burlón se vuelca sobre la frase “abrazos no balazos”… ríe…
Ambos mandatarios cumplen a cabalidad otra de las máximas de Puzo: “Nada es estrictamente un negocio, todo es por supuesto personal, no puede ser de otra forma. El padrino se lo toma todo personal, como Dios”. Para ellos la maquinaria de los medios de información, intelectuales, académicos y científicos están en contra de los idealismos que desde la ignorancia representan. Sólo que, para siquiera igualar la preponderancia ideológica del padrino, les hace falta cumplir con su palabra, honrar su honor como hacía ese personaje ficticio del hampa. Al revisar de nuevo los videos de los narcotraficantes, podemos decir, no sin preocupación, que son fieles a su palabra y ética, destruyen lo que anuncian. Honran el caos con la muerte y así le ganan una batalla tras otra al gobierno mexicano.
¿Qué tiene que ver todo esto con cultura?, preguntan luego los evangelistas de la transformación ofendidos. Bastante. Cuando hablamos de cultura no solamente delimitamos el concepto a las bellas artes. La cultura pensémosla como una disciplina en sí misma, garantiza y nos ayuda a comprender el entorno social que habitamos y nuestra relación hacia los demás. A través de ella entendemos los procesos y costumbres que nos brindan identidad. Es por esto que la reflexión política y social es parte del pensamiento cultural de un pueblo.
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