En el siglo XXI, la omnipresencia de la tecnología y la inteligencia artificial [IA] toman poco a poco el control de nuestra historia, con sus sesgos, que reflejan y amplifican nuestras imperfecciones. Es común encontrarnos hoy con miles de cursos, de recetas mágicas para mejorar el mundo a través de lo artificial. Este es un nuevo siglo de existencialismo, de preocupaciones sobre la autenticidad, la responsabilidad y la libertad. Aquí algunos aforismos para este inicio de siglo, para intentar entender la tecnología que nos sobrepasa.

I. La tecnología promete mejorar nuestras vidas, pero surge una pregunta fundamental: ¿quién decide qué significa “mejorar”? Esta promesa de la tecnología no es neutra; está cargada de valores y expectativas impuestos por quienes la diseñan y controlan. Esto plantea una cuestión crucial sobre la autenticidad y la libertad. ¿Estamos realmente eligiendo cómo queremos vivir, o estamos siendo moldeados?

II. Los valores que subyacen al progreso tecnológico son tan importantes como el progreso mismo. La tecnología no se desarrolla en un vacío ético; está impregnada de las creencias, prejuicios y aspiraciones de sus creadores. Este

entrelazamiento de tecnología y valores nos obliga a reflexionar sobre quiénes somos y quiénes queremos ser.

III. La IA, diseñada para ser objetiva y eficiente, a menudo amplifica los prejuicios humanos en lugar de eliminarlos. Esto pone en evidencia una paradoja existencial: buscamos en la tecnología una solución imparcial a nuestros problemas, pero terminamos confrontados con nuestras propias imperfecciones. El negro es negro, no es de color, pero la IA te corrige al pedirte que no ofendas a un ser imaginario que forma parte de un texto, por ejemplo. ¿Quién se ofende?

IV. Los sesgos humanos en la IA revelan nuestras imperfecciones. Este reflejo es un recordatorio de nuestra condición humana: imperfecta y en constante lucha por la autenticidad. Al igual que el existencialismo nos insta a enfrentarnos a nuestras propias debilidades y contradicciones, la IA nos muestra que no podemos escapar de nosotros a través de la tecnología.

V. La corrección política de la IA, es una perpetuación de mala fe, describe el autoengaño para evitar la verdad. Al no corregir estos errores, estamos negando nuestra responsabilidad de confrontar y aprender de nuestro tiempo.

VI. La IA en los hospitales puede decidir, teóricamente, sobre la vida y la muerte de los otros, reflejando nuestros prejuicios más profundos. Esta delegación de decisiones críticas a las máquinas nos enfrenta a una pregunta fundamental: ¿qué significa ser humano si nuestras vidas están determinadas por algoritmos?

VII. El avance tecnológico debe ser acompañado de una reflexión ética constante. Desde una perspectiva existencialista, esta reflexión es esencial para asegurar que el progreso no se convierta en una fuerza alienante, ya lo es para niños, mujeres y hombres que viven pegados a las computadoras y celulares. La

ética y la tecnología deben ir de la mano para preservar nuestra humanidad y libertad.

VIII. Mejorar el mundo tecnológico requiere también una mejora personal. Tolstói escribió que “todo el mundo piensa en cambiar el mundo, pero nadie piensa en cambiarse a sí mismo”. Pero mejorar implica un trabajo sin recompensa a los ojos de los demás, por eso necesitamos mejorar el mundo a la vista de los otros.

IX. La promesa de la tecnología no está exenta de dilemas éticos. Cada avance tecnológico trae consigo preguntas sobre el bien común y la justicia. Enfrentar estos dilemas requiere un enfoque que privilegie la autenticidad. ¿Por qué quiero transformar el mundo y la realidad? ¿Qué quiero eliminar del mundo que me rodea?

X. La IA es un espejo que refleja nuestras virtudes y defectos. Al observar la tecnología, estamos mirando dentro de nosotros mismos. Este espejo nos obliga a confrontar nuestras contradicciones.

XI. Los valores que guían la innovación tecnológica determinan su impacto en la sociedad. Un enfoque existencialista nos insta a cuestionar y definir estos valores de manera consciente, asegurando que la tecnología sirva para enriquecer la experiencia humana en lugar de alienarla.

XII. La imparcialidad en la IA es una meta, no una realidad alcanzada. Reconocer esto es crucial para no caer en la trampa de la mala fe.

XIII. El desarrollo tecnológico sin ética es un camino hacia el caos. La tecnología sin una base ética puede deshumanizarnos, alejándonos de la autenticidad y la libertad. El ser humano como un personaje de videojuegos… esto ya es una realidad, la gente se alquila y proyecta a través de una pantalla, y reaccionan como autómatas a la orden del tercero que paga por ver a un payaso digital.

XIV. La mejora tecnológica es subjetiva y depende de quién la define. Esta subjetividad nos recuerda que la tecnología no es un fin en sí mismo, sino una herramienta.

XV. La IA no es inherentemente justa o imparcial. ¿Nosotros lo somos?

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