El presidente electo Donald Trump dejó claro en la campaña que la industria automotriz es un asunto de interés nacional para Estados Unidos. La industria china se convirtió en una amenaza, ya que tiene la capacidad de producir la mitad de los autos necesarios en el mundo y afectar uno de los sectores más icónicos de la economía estadounidense.

Por si fuera poco, tres cuartos de los estadounidenses menores de 40 años consideran que los carros chinos serían una buena compra. Trump y Harris criticaron a los autos extranjeros, pero él hizo suyo el discurso más agresivo, lo que lo llevó a ganar estados automotrices como Michigan.

EU es el segundo mercado más grande de vehículos del planeta, además de un exportador prolífico de coches, camionetas de gasolina y camiones diésel. No es líder por el número de unidades exportadas, sino por el valor monetario en la exportación global. Dicho liderazgo lo encabezan todavía Alemania, Japón y el propio Estados Unidos (este último con $57.85 billones de dólares en 2022). México participa en el valor de esos tres gigantes automotores y de ahí su poder de negociación.

Si China es el adversario automotriz, en algún lugar se deben procesar los vehículos y autopartes de firmas estadounidenses a costos competitivos, e incluso los de las marcas japonesas, alemanas y coreanas, que demanda la Unión Americana. Por eso, cuando se trata de la producción de autos, pick ups y camiones, los mexicanos deben tomarle la palabra a Trump y su equipo en una “cooperación total”, por lo menos en ese tema.

La Unión Americana debe comprar tiempo para competir con los autos chinos, en especial con los eléctricos (EVs) y en esa tarea México puede generar un interés compartido. Por un lado, el vecino del sur sigue brindando a EU proximidad, infraestructura para manufactura y costos laborales atractivos. Las empresas mexicanas pueden ayudar aun más a su cadena de valor. Son aliadas, si aumenta la venta de autos, vans, pick ups o camiones, de gasolina o diésel fabricados en EU, con subsidios como el propuesto por el vicepresidente electo JD Vance: “crédito para vehículos America First”.

México puede mostrar con una amplia campaña que “no ha robado la industria automotriz de EU” sino que la complementa. Su caso es muy diferente al de China, apoya a los consumidores y empresas “americanas” y no tiene marcas propias de autos que compitan con las estadounidenses. Es un “socio automotriz” clave para las cadenas de producción que dan empleo a trabajadores “americanos”, igual allá en Detroit.

Además, las ciudades y zonas metropolitanas donde se ubica la industria de automotores dentro de territorio mexicano retienen a empleados mexicanos, generan derrama económica y mitigan la migración a EU. La integración norteamericana coincide con la ubicación de los centros de automotrices del T-MEC, los que dan oportunidades de negocio a EU desde la frontera, pasando por Saltillo, el Valle de México y hasta Puebla.

Ahora no hay duda, Estados Unidos demanda más atención de los mexicanos con irritación. Pero de esta adversidad surge una oportunidad. El gobierno y la diplomacia pública mexicanos pueden comunicar en EU que la industria automotora mexicana es también norteamericana, beneficia a consumidores, empresas y empleos “americanos”.

Especialista en geopolítica y miembro de Comexi

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