González Gálvez deja la diplomacia mexicana en el momento que más lo necesitábamos. Hay un olvido general de los organismos internacionales y el mundo ve a la cooperación entre países como un lujo. Encaramos con el coronavirus a una pandemia que aísla continentes. Nos alejamos de Asia y faltan interlocutores que nos acerquen a otras culturas e idiomas.
Este gran diplomático trajo la inversión japonesa a México, jugaba tenis con la emperatriz y tuvo la ocasión de ser negociador con Fildel Castro. Nunca confundió ser sobrio con ser austero. Fue precisamente su sobriedad en el aspecto y su riqueza en el trato, lo que lo llevó a vincularse con personalidades de orden mundial sin perder la sencillez. Cada viaje que realizó, cada vuelo que tomó y cada almuerzo que degustó le multiplicó ganancias a su país y a la política exterior mexicana.
Don Sergio sostuvo hasta el último momento que las relaciones internacionales importan no sólo a los estados nacionales, sino a las regiones y ciudades y sobre todo, a las personas. Participó en 25 Asambleas Generales de la ONU, a la par de promover actividades internacionales en la Ciudad de México, Nuevo León y el Estado de México. Nunca se acomplejó de sentarse frente a los líderes mundiales ni de que lo acusaran de regresar a la provincia.
¿Cómo se podría entender el desarrollo histórico de los países sin aliados? ¿El crecimiento de la Nueva España sin el comercio asiático? ¿La reducción de las armas nucleares sin foros mundiales? ¿O el crecimiento de una economía sin promover la inversión extranjera? Su generación construyó grandes acuerdos como el “Tratado de Tlatelolco” que además de ser un pacto que limita las armas nucleares en América Latina, fue paradigma legal en la paz regional. Lo que José Juan de Olloqui fue para el realismo político mexicano, González Gálvez lo fue para temas multilaterales.
Sus posiciones eran como un Haiku, breves, contundentes y reflexivas. Señalaba con energía, al inicio de su carrera, la amenaza de una tercera guerra mundial, como al final condenó que México desdeñara la recepción de extranjeros y se pudiera covertir en un país expulsor de migrantes. Entendía que los extranjeros contribuyen al poder nacional, pues con ellos llegan no solo relaciones humanas, sino riqueza cultural e inversiones económicas, así lo explicaba con firmeza y sin complejos
El libro “Diplomacia e Interés Nacional” fue una de las últimas obras del embajador donde defendió la importancia de la cooperación como un lenguaje universal pero también mexicano. Él conoció de cerca el liderazgo brasileño y fue celoso de la ingerencia de las potencias atláticas, como buen discipulo de Isidro Fabela. Siendo asesor de la Secretaría de la Defensa y de la de Marina tenía muy claro que los líderes mexicanos deben hacer presencia en el exterior pues de no hacerlo crean vacíos inegables.
Para González Galvez el servicio exterior era una vocación más que una carrera burocrática. Fue el mentor de varias generaciones de internacionalistas y no vacilaba en corregir a altos funcionarios si lo consideraba urgente, ya fuera la Secretaria Patricia Espinosa o el Subsecretario Carlos de Icaza. El Secretario General de la OCDE le dio su lugar hasta el último momento. Don Sergio era un cazador de talentos y sabia que tanto en las personas, como en las naciones, se tiene que sembrar para cosechar.
Su fallecimiento deja un vacío pero también nos llena de esperanza. El actuar internacional, los idiomas, las letras y una mente abierta son las mejores recetas para contribuir a un México desarrollado y respetado en todo el mundo. Una nación sin quejas ni culpas, sino con soluciones y respuestas.
Especialista en geopolítica y miembro de COMEXI