Descuidar el medio ambiente cuesta cada vez más caro a los mexicanos. Las personas se enferman cuando llueve. El aire limpio se convierte en un bien escaso aun en el campo. Hay más alimentos de baja calidad. Pocos niños conocen un manantial y aún menos han bebido de él. Incluso se pueden medir las faltas a la escuela provocadas por la contaminación o la baja de productividad y ausencias de los trabajadores.
En el siglo XIX se tuvo la idea inocente que América del Norte y América Latina, como el Caribe, eran regiones ricas y de recursos inagotables. La caza desmedida de búfalos y otras especies en EU fue un ejemplo, como lo han sido la mala administración de ríos y lagos en México y la deforestación desmedida del Amazonas.
Esa visión de corto plazo la vemos en las metrópolis mexicanas. Es muy raro que alguna tenga un río sin entubar que cruce la ciudad, con fauna o vida natural. El caso más grave es la Ciudad de México, en donde Río Churubusco, Río Mixcoac y Río Piedad son para varias generaciones sólo nombres de avenidas, estaciones de metro o drenajes. La excepción pudieran ser los afluentes que cruzan Ciudad Victoria aunque están amenazados. El problema más grave lo tiene hoy el Río Lerma que requiere de atención inmediata e inversión internacional.
Las olas de industrialización y sus contrapartes ambientales nos han enseñado que la contaminación se da a distintos niveles y que es más fácil prevenirla que repararla. Desde principios del siglo XX, el conservacionismo reveló una devastación masiva de ecosistemas y especies animales. La segunda ola, en la década de los 1960, mostró que las leyes ambientales superan parques y reservas naturales, importan en áreas urbanas e industria. Las ciudades y los hogares también son parte del medio ambiente.
La tercera ola enfatizó la influencia de la economía en la naturaleza, pero dejó de lado el tema demográfico. Desde los años 80 ha habido un gran avance en las alianzas corporativas para disminuir los contaminantes, ONGs, reguladores y regulaciones. Sin embargo, los movimientos poblacionales han tenido efectos en la ecología que ni las empresas ni los gobiernos han podido contrarrestar. Así como en la revolución industrial las fábricas crearon colonias grises en las áreas verdes de Londres y Nueva York, ahora las costas de China se han teñido de contaminación y barrios sobrepoblados.
La cuarta ola ambiental se refiere a un cambio de cultura y de mentalidad, a mejorar el desarrollo sustentable, con el uso de sentido común y tecnología. Es una respuesta ecológica a la cuarta revolución industrial. Cuidar la naturaleza deber ser un hábito común, como cepillarse los dientes, lavarse las manos o darles los buenos días a los vecinos. Este movimiento crece en un momento crítico. Potencias industriales como EU se repliegan de sus compromisos ambientales y con el cambio climático. El presidente Trump ha pedido retirarse del Acuerdo de París por considerar injusto reducir los gases y emisiones producidos por la industria, ganadería y agricultura estadounidenses. Es un clima difícil para los compromisos internacionales.
La propuesta de la cuarta es mejorar la huella ambiental en las empresas con un sentido de conveniencia propio. Esto es, sin presión de las ONGs, leyes energéticas y ambientales. Se reducirían contaminantes a través de sensores, análisis de datos, la cadena de bloques y otras innovaciones. Las compañías mejorarían sus ganancias y su imagen. El mayor reto de la cuarta ola ambientalista es alinear la cultura ecológica en la población en general. En las ciudades se usa a los ríos como drenaje por inercia. En el campo queman el pasto por tradición. Los animales y plantas se explotan sin medida. Esos usos y costumbres ya no funcionan. Es tiempo de cambiar de visión y cuidar la casa.
Especialista en Geopolítica y miembro de COMEXI