Las protestas en Chile muestran a una sociedad enardecida por la desigualdad y una clase media con espejos en todo el mundo. En un país de sólo 19 millones se manifestaron más de un millón de chilenos. El incendio se extendió por el continente: Argentina, Bolivia, Colombia y Haití. La flama de inconformidades también viene de Indonesia, Iraq, Líbano y Taiwán. Ha llegado al corazón de los gobiernos y los organismos internacionales.
Las manifestaciones de octubre muestran urgencias económicas y también a un sector intermedio de la sociedad que se siente excluido. Las pancartas afirman que las políticas públicas no están mejorando su calidad de vida y que sus intereses no son prioridad para los gobiernos. Es un hecho, la clase media pronto alcanzará los 3.2 miles de millones personas en el mundo (en 2020 según la OCDE). Y ahora ellos también se manifiestan.
El aumento del precio del boleto del metro de Santiago afectó a los pobres pero también a un sector intermedio y urbano. Mientras, en Bogotá los universitarios refutaron los ajustes presupuestales en educación. Así, los ecuatorianos en Quito rechazaron el recorte a los subsidios en combustibles. Una parte de los bolivianos desconoció los resultados electorales y una parte peruana se sintió excluida de las políticas públicas centralizadas en Lima.
Del otro lado del globo, un anuncio del impuesto a los mensajes telefónicos via WhatsApp fue suficiente para prender los ánimos libaneses y volcar a la gente a tomar las calles de Beirut. En Bagdad, los jóvenes reclamarón que la intervención extranjera los haya enterrado en la arena del desempleo y en las trampas de la pobreza.
¿Qué pasó este otoño que hizo que millones salieran a manifestar sus demandas en diversos puntos del orbe? La austeridad no parece ser una buena medida económica o por lo menos eso opinan los manifestantes. En la interpretación de Paul Krugman, la ola de austeridad que siguen distintos gobiernos daña a muchos sectores de la sociedad. Es natural que los afectados protesten desde Babilonia hasta la Patagonia.
Un estudio de Isabel Ortiz y Matthew Cummins muestra el impacto social negativo de las medidas de austeridad. La austeridad afectará aproximadamente a 5.8 miles de millones de personas para 2021, tres cuartas partes de los habitantes del planeta. Los recortes incrementarán la crisis del empleo. Esta austeridad implica un deterioro del bienestar de las clases medias, mayores desigualdades y descontento social; un descontento ya visible.
Los manifestantes no han acudido a la ONU pero debieran hacerlo. Se darían cuenta que sus demandas coinciden con los Objetivos de Desarrollo Sostenible y la agenda de derechos humanos. Como ellos, la Organización tiene que ser más escuchada. Asimismo, notarían que sus urgencias no pasan desapercibidas en la OCDE, la OEA, la UE, la UA y otros organismos internacionales.
Los chilenos protestan por evitar los recortes en educación, salud y pensiones, lo que está contemplado en los objetivos 3, 4 y 16 de la ONU. Los libaneses e iraquies quieren ampliar su clase media en un ambiente pacífico, inquietudes comprendidas en los objetivos 8, 10 y 16. En los movimientos de octubre hay exigencias de mujeres para ser incluidas y empoderadas, objetivos 5 y 10. Ellas y ellos, quieren ser tomados en serio y por eso tienen que llegar a plataformas de debate más amplias y propositivas.
Los gobiernos que no han tenido protestas tienen que ser más receptivos de lo que está pasando en el mundo. Reducir el gasto público ha generado más problemas que beneficios, como desempleo en las burocracias de gobierno y en la clases medias profesionistas y universitarias. Ese es el debate. Una manera de combatir la pobreza es precisamente empezar por no ampliarla.
Especialista en Geopolítica y miembro de COMEXI