La pobreza y la desesperación ciegan a los latinoamericanos y los dejan sin visión para el mañana. El coronavirus ha desnudado una sociedad que se siente desprotegida, sin instituciones confiables y que no encuentra respuesta en los gobiernos, las ONG y los organismos internacionales. Es una América Latina con hambre y que exige una gobernanza sin enfermedades.
Con el Covid-19, fueron obligados a renunciar los secretarios de Salud de Brasil, Chile, Ecuador, Perú, Guatemala, El Salvador, Nicaragua y Bolivia. No sin razón, agencias como la CEPAL observaron que uno de los mayores retos latinoamericanos es la productividad. En este caso, sobre la salud. La pandemia lo ha expuesto, existen pocos hospitales, médicos y camas disponibles, pero sobre todo, el servicio es lento y hay poca información.
En la actual conmoción, cualquier latinoamericano estaría de acuerdo si le preguntan si hay que darle más recursos a la Organización Mundial de la Salud para encontrar rápido una vacuna. Es fácil de comprender, significa evitar muertes, abrir las calles y los negocios. Por desgracia, sin salubridad y alimentos, temas como una educación de calidad se piensan como un lujo.
Muchos latinoamericanos “están dejando de comer algunos días” y otros sufren situación de hambre, afirma la FAO, el organismo de la ONU encargado de la alimentación y la agricultura. Incluso en un éxito económico como Chile, hay un millón de personas con riesgo de inseguridad alimentaria.
El número de pobres en América Latina podría superar los 83 millones en 2020, lo que agrava el mal desempeño económico de varios gobiernos el año pasado. En 2019, en contraste con años anteriores, 18 de los 20 países de América Latina, así como 23 de las 33 economías, incluyendo al Caribe, presentaron una desaceleración en su tasa de crecimiento. De este declive no es responsable el coronavirus.
En la caída del empleo de 2019 las mujeres fueron las más golpeadas en México. La OCDE confirmó que ellas fueron las más impactadas por el desempleo, con una tasa nacional de 3.7%; por encima de 3.4% observado entre los hombres (cierre mes de marzo). El año de la pandemia ha agravado esta situación para las jefas de familia. Las mujeres afectadas pierden derechos sociales, prestaciones laborales y una salud de calidad. Para las madres solas es más duro llevar pan a su mesa y la educación de sus hijos es un doble lujo.
Por ello, el reto es ahora pensar qué sigue para el desarrollo de América Latina tras la epidemia. La pobreza económica no debe significar pobreza de ideas y propuestas. Como bien comentó Vinícius Pinheiro, de la Organización Internacional del Trabajo: esta región de 640 millones de personas deberá aprender de las lecciones de esta crisis y preguntarse “qué mundo queremos tener”. Hay nuevos trabajos y puestos laborales pero son sobre informática, en inglés y demandan un mayor uso de tecnología.
El hambre ha limitado la visión de los latinoamericanos pero también de sus gobiernos, ambas cegueras son inaceptables. Un ejemplo claro es la educación y la formación de competencias productivas. Las universidades y politécnicos públicos reciben a pocos estudiantes pobres y la razón no es que sean excluyentes o elitistas, sino que la mayoría de los latinoamericanos en situación de pobreza no llegan a la preparatoria. Incluso, de los que lo logran, sólo 59% completan la preparatoria, bachillerato, o equivalentes, según el Banco de Desarrollo de América Latina (CAF).
¿Los latinoamericanos no se convencen todavía que es importante estudiar computación e idiomas? Lo es, aunque saciar el hambre sea el presente de la pandemia. Estos se han convertido en requisitos clave, más demandados incluso que una carrera universitaria. Una educación de calidad es la mejor receta para el mañana, significa mejores gobiernos, profesionistas y trabajadores que puedan superar las próximas crisis y temblores en la región.
Especialista en geopolítica y miembro de COMEXI