Después de que en semanas anteriores se sintieran varios temblores en Ciudad de México, una curiosa costumbre volvió a cobrar importancia y a arraigarse en muchos hogares mexicanos: la maleta o la mochila para temblores.

Varios lectores nos han escrito para narrarnos la manera cómo esta iniciativa, sin pasar de boca en boca, y sin ser muy promocionada por las autoridades de protección civil, se ha convertido en la nueva costumbre capitalina, algo que han adoptado en forma definitiva un gran número de familias que se han visto sorprendidos por los movimientos de tierra y han tenido que evacuar, incluso durante la madrugada sus casas y departamentos.

La señora Elizabeth Andrade, quien vive con sus hijas en un quinto piso, menciona que el mayor problema de ser sorprendido por un temblor a mitad de la noche es no tener tiempo para ponerse zapatos o tomar un abrigo, por ello en su “maleta de temblores” han incluido tres pares de tenis, chamarras y hasta una cobija gruesa.

“Todavía recuerdo el segundo temblor de septiembre de 1985, cuando la gente, aterrorizada por el terremoto del día anterior, prefirió pasar la noche en el camellón de mi cuadra, por eso una cobija y todos los modos de abrigarse, nunca están de más”, afirma.

Por supuesto hay maletas mucho más elaboradas, como la del lector Armando de León, quien vive en un sexto piso con su familia, con la cual ha realizado simulacros para saber el tiempo exacto que tardan en llegar de su departamento al zaguán del edificio, “aproximadamente 50 segundos”, asegura.

En su mochila, Armando guarda ropa, zapatos, un par de linternas, algunas botellas de agua pequeñas y una bolsa de cacahuates. “Recuerdo que de niño el edificio donde vivía terminó por dañarse en el segundo temblor del 85 y ya no pudimos entrar por una fuga de gas. Al poco rato a todos nos dio sed, frío y hambre al estar esperando en la calle, por eso más vale estar preparados”.

Pero sin duda, quien gana el premio en prevención, tanto en su mochila para temblores como en sus simulacros es la lectora María Abigail Hernández, quien al igual que muchas personas que nos han escrito, era una adolescente cuando ocurrieron los terremotos del 85. Además de realizar simulacros para llegar a su zaguán desde un cuarto piso, María ha hecho un diagrama de los puntos seguros de su cuadra, que son muy pocos, dice, por vivir en una avenida donde sólo existen edificios grandes, y por ello ha entrenado a su familia a llegar hasta un terreno baldío con casas bajas que se encuentra en la esquina.

En su maleta de temblores, nuestra lectora guarda ropa, tenis, linternas, agua, dos latas de cacahuates, aspirinas y medicamentos, pero, además, dinero en efectivo, una tarjeta de crédito, documentos oficiales (incluyendo actas de nacimiento y pasaportes) y una segunda copia de las llaves del auto.

“Muchos dicen que soy una exagerada, pero también me dedico a la ciencia, y no me gusta dejar cabos sueltos. El hecho es que la Ciudad de México está en una grave zona sísmica, pero además está construida sobre un lago. Por eso el peor error de las personas es sujetarse a falsas expectativas de seguridad y pensamientos mágicos como que no van a ocurrir más catástrofes como el 85 y el 2017 porque ahora sí nos cuidarán los dioses. La verdad es que podría pasar nuevamente en cualquier momento, y más pronto de lo que creemos si nos sujetamos a las estadísticas”, afirma la señora Hernández.

Rafael Bustamante, quien cada año prende una vela por su primo, quien falleció en el temblor del 19 de septiembre de 1985, menciona que su maleta para temblores ya cumple más de tres décadas y es renovada cada mes.

“Prepararla no toma más de una hora, hay que dejarla siempre cerca de la puerta, es una presencia que nos recuerda que vivimos en una tierra temperamental a la que no hay que faltarle al respeto con el olvido, pero, sobre todo, con la indiferencia”.

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