Mucho antes de que las maquiladoras de la lejana China se apoderaran del negocio mundial de hacer pasar gato por liebre con las versiones baratas de cualquier trique existente, en los talleres de la Bondojito, en la Obrera, en Tacubaya, sin olvidar los de la Candelaria, se realizaban versiones muy parecidas a las marcas de renombre, y se colocaban dichos productos tanto en tiendas como con vendedores ambulantes.

Un sombrero muy parecido a la marca Tardan, cuyo costo rebasaba los 30 pesos (ahora por encima de los 700 pesos) podía ser adquirido por menos de la mitad gracias al ingenio de estos piratas de barrio, quienes, si bien no utilizaban materiales de primera calidad, ni dobles puntadas de hilo, ni forros, ni etiquetas, ni cintas originales, lograban que el artículo diera el gatazo a un primer vistazo.Aquellos zapatos elegantes para acompañar un fino casimir, que en los escaparates del centro de la ciudad costaban una pequeña fortuna, se ofrecían por una cuarta parte, aunque con algunos defectos y un color que más se asemejaba al betún opaco de unas botas de bombero.

Corbatas sin marca, perfumes cuyo aroma se asemejaba al del limpiador del baño, chanclas cuya tela parecía percal.

Para finales de los años 50 la mayoría de los capitalinos ya estaban acostumbrados a las imitaciones y revisaban dos y hasta tres veces cada artículo. Los publicistas aprovecharon esto para popularizar las consabidas frases: “no compre imitaciones”, “artículos auténticos con garantía”. Con los años, el negocio de mercancía pirata alcanzó unos ingresos casi paralelos a los del comercio establecido.

A principios de los 70, con los permisos otorgados por la Secretaría de Hacienda para la instauración de negocios de venta por catálogo, se abrió todo un terreno fértil para las imitaciones.

Productores de toda clase de bienes de dudosa calidad pagaban al mejor fotógrafo para retratar sus chácharas e imprimían atractivos catálogos, los cuales eran entregados a un ejército de vendedores de oficina que dedicaban sus tardes a terapiar a sus compañeros.

Se calcula que hoy más de 60% de los artículos que se compran en México proceden de la fayuca y de tierras tan lejanas como China, Indonesia, Malasia y Paquistán. Tan sólo en Tepito hay 15 mil vendedores que lucran con 300 mil compradores diarios. Ocho de cada 10 productos que ofrecen son imitaciones, de líneas de marca reconstruidas o artículos pirata. Como dato curioso, aquellos tenis que hacen honor a la diosa Nike, han sido tan pirateados tanto por marcas orientales como por talleres del propio barrio, que se han devaluado hasta 50%, sin duda un curioso indicio de piratería saboteando piratería y acabando con un lucrativo mercado informal.


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