La pandemia no ha sido fácil para nadie, pero en especial ha golpeado a las personas con capacidades diferentes en edades productivas.
La falta de empleos ha crecido desproporcionadamente bajo el oscuro manto del Covid y la quiebra de muchas empresas y establecimientos que incluían entre su personal a personas de este sector de la población ha dejado en un gran desamparo a miles de mexicanos que aún con su condición deben luchar para ganarse el pan. Ningún apoyo importante se ha anunciado y entre ese silencio, las cuentas siguen llegando mes con mes.
La historia mexicana de atención al sector de las personas con capacidades diferentes se ha centrado desde mediados del siglo XX en dos principales frentes: la tibia asistencia promocionada con bombo y platillo, y prácticas politiqueras vacías donde se considera que cambios de nombre, traerán la dignidad.
Sin embargo, en lo referente a la integración a la vida productiva del país, existe por lo menos un retraso de 20 años, lapso en el que la única constante ha sido una sistemática discriminación contra los invidentes, sordomudos o ciudadanos que necesitan de las muletas o las sillas de ruedas para desplazarse. No importa que en las mañaneras exista una traducción con lenguaje de señas. La cruda realidad supera esos chisguetes que más parecen de proselitismo.
“Discriminación”, palabra que gracias a la habilidad de nuestros políticos pareciera hoy inexistente, cumple en realidad más de 200 años de relegar a este sector.
Ya en 1945 un agudo cronista criticaba las prácticas de asistencia a personas con capacidades diferentes, quienes ese año recibieron consultas médicas gratuitas por un lapso de ¡dos semanas!, sin que existiera una infraestructura real para mantener un programa de atención integral. “Cada vez que un hospital o empresa inaugura sus instalaciones y existe una rampa en su escalinata, más de un político se pelea por salir en la foto y afirmar que se sigue trabajando a favor de nuestros intereses”, afirmaba en 1964 Roberto Mendoza Aguilar, joven paralítico, entrevistado para un diario capitalino.
Para 1971 el médico Rafael Rodríguez mencionó en otra entrevista que si bien la asistencia médica era un factor importante para este sector ¿qué ocurría con las personas con capacidades diferentes que necesitaban ganarse la vida y estudiar para mejorar su situación social?
“Una ciudad sin rampas en cada esquina y en cada edificio para quienes deben desplazarse en sillas de ruedas, un sistema educativo que no ofrece la infraestructura en Braille y en lenguaje de señas en sus aulas, ejercen sin duda una clara discriminación que termina por confinar a este sector”, afirmaba el galeno.
A casi un año de que iniciara esta terrible pandemia que nos ha cambiado a todos, las iniciativas para integrar a las personas con capacidades diferentes a la vida productiva, no con programas de ayuda, sino de claros y dignos escalafones, sigue siendo inexistente.
¿Temas y demandas que siguen siendo recurrentes en este sector? Nueve de cada 10 esquinas en el país continúan careciendo de rampas, la inexistente cultura de peatones y automovilistas que las obstaculizan, la discriminación laboral, educativa y social. En la pandemia, cuando muchos pregonan el sálvese quien pueda ¿en qué lugar quedan las personas con capacidades diferentes? ¿Cuántos adelante de ellos en esa diaria lucha nacional contra la adversidad y el olvido?
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