El Plan de Obras de Ampliación fue responsable directo de la demolición de algunos de los más bellos palacios y edificios.

Recuerdo cuando mi abuelo me llevaba de niño al Centro Histórico y con una mirada de nostalgia me decía: “Mira, ahí estaba el templo de Santa Brígida, y luego seguía caminando, poniendo a intervalos sus manos en rectángulo, como si fuese un director de cine y con semblante triste decía: “Y por allá se encontraba el convento de Balvanera, parte del Barrio Francés, ¡ay hijo! ¡esos condenados modernistas nos desgraciaron la ciudad!”.

Y con los años, al investigar, supe que sus palabras eran ciertas, no habían pasado ni 48 horas de iniciado el año de 1921, cuando ingenieros, arquitectos y albañiles, aún con el dulce sabor de las uvas del 31 de diciembre, iniciaron la primera fase del hoy tan odiado Plan de Obras de Ampliación para la Ciudad de México, responsable directo de la demolición de algunos de los más bellos palacios y edificios levantados en el Centro Histórico.

Los alarmistas vaticinios en pro de la modernidad fueron tomados con seriedad y despojaron a las futuras generaciones del legado de más de 30 templos, cuyos espacios hoy los ocupan tiendas departamentales, negocios y oficinuchas construidas en el pobre funcionalismo cuarentón.

Los contados guardianes de nuestro legado arquitectónico vieron en aquel plan el principio del fin para muchos recintos. Algunos de los edificios más esplendorosos de los que sólo queda el recuerdo en fotografías, fueron demolidos por estar justo en medio del desbocado caballo de un ficticio desarrollo.

Tal fue el caso del mencionado templo de Santa Brígida, que entre 1932 y 1933 fue tirado prácticamente a martillazo limpio con el pretexto de las obras de ampliación de San Juan de Letrán. Su belleza quedó en algunas imágenes, la mayoría, irónicamente, captadas por los ingenieros para clavar los zapapicos con más precisión.

Lo mismo ocurrió con el claustro del convento de Balvanera, la bella plaza de Salto del Agua, lugar donde solían, echar novio las parejas de principios de siglo, así como con los edificios sobrevivientes del Barrio Francés.

Otro de los casos más famosos fue el de 1934, cuando se dio luz verde a las obras de ampliación de la avenida 20 de Noviembre, a cargo de Vicente Urquiaga. Dos años más tarde, con la intención de agrandar el callejón de Ocampo, el convento de San Bernardo estaba condenado a desaparecer.

Sin embargo, ante las propuestas de varios grupos, algunos de ellos dirigidos por beatas señoras de alcurnia con “pesudos” maridos, se logró dar marcha atrás a la demolición, ¡lo que hacen las influencias!

Curiosamente, aquellos genios urbanistas con “gran visión en el futuro” jamás se imaginaron que construir nuevas obras para oficinas acarrearía más problemas de tránsito al primer cuadro, y que el espacio ganado sería rebasado hasta en un 500% décadas más tarde.

Sigo recordando a mi abuelo y su mirada de nostalgia. Hay errores que cada Año Nuevo tienen su aniversario… un minuto de silencio en este 2021 por esos 30 palacios desaparecidos.

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