A mediados del siglo XIX, el señor Juan Ortega, encuadernador de oficio y tatarabuelo de nuestro estimado lector José Ortega, escribió en su diario: “Llegaron los maximilianos al predio de la calle Zuleta, y con amenaza de garrotazos hicieron temer a la familia, en la que había varias mujeres. En los fierros de su portal colocaron una gran cadena para evitar que salieran a tomar el fresco. Me dieron ganas de lanzarles una piedra, pero cerca había varios conocidos que están muy al tanto de mi negocio”.
Si bien hay un dicho que dice que nadie se salva de la muerte y del fisco, aún resulta difícil de creer que una de las medidas implementadas a partir de 1860 por las huestes imperiales consistía en sitiar a los deudores morosos dentro de sus propias viviendas.
Aunque hace unos años abordamos estos abusos históricos, hoy incluimos algunos comentarios que nuestro estimado lector nos hizo llegar del diario de su antepasado, escritos cual si fuese un reportero de hace más de 150 años.
“Las personas se juntan afuera de otra casa que ha sido asegurada. Adentro se escucharon toda la mañana los lamentos de una mujer que algo le dice a sus vecinas que lloran también y se limpian las lágrimas en sus rebozos. Un guardia se aparece a momentos y espanta a los curiosos, sin embargo, regresan a hacerle compañía a su vecina y a su prole, que tuvieron el pecado de no poder pagar cinco reales a la causa de los conservadores, quienes con esto se hacen odiar de más entre la gente.”
Un diplomático francés llamado Alphonse Dano, quien fue comisionado por Napoleón III para vigilar al gobierno de Maximiliano de Habsburgo en México, vio de cerca aquellos métodos que pronto se extendieron a otros lugares de la República y escribió en un informe: “El gobierno mexicano no duda en recurrir a los medios más odiosos para obligar a pagar los impuestos forzosos. Las casas de los deudores que trataron inútilmente de negociar o esconderse, fueron cercadas durante varios días por la policía, que impedía hasta la introducción de alimentos necesarios para las mujeres y niños que estaban encerrados”.
A veces, como lo describió el tatarabuelo de nuestro lector, los lamentos por hambre y sed de las víctimas secuestradas por la guardia del emperador, se escuchaban por todo el barrio y curiosamente los gendarmes recibían órdenes de no callarlos, como ejemplo para otros deudores.
Aunque por obvias razones, en los registros públicos no se anotaba el destino de las familias que no podían pagar los impuestos, las habladurías populares mencionaban a pequeños niños que murieron por deshidratación e incluso se contó durante mucho tiempo el caso de un matrimonio de ancianos que lograron sobrevivir durante varios días gracias al agua de lluvia que entraba por las goteras, pero a quienes al fin venció la inanición.
Mientras tanto, los informes del mencionado Alphonse Dano seguían llegando a Francia, donde más que indignación, aquellos castigos eran discutidos con humor en las sobremesas. En uno de sus escritos sobre el tema, el diplomático describió:
“Recientemente un general imperialista cometió un abuso más grande contra una familia de deudores: un niño de brazos, cuyo padre había huido, fue embargado a su madre. Tales son los expedientes que el notable descendiente de los Habsburgo autoriza a emplear para el sostenimiento de la causa de los conservadores.”
En 1867, cuando Benito Juárez sentenció a fusilamiento al príncipe austriaco e instaló de nuevo la República, la ciudad estalló en vítores y celebraciones. Por cierto, la viñeta que hoy presentamos supuestamente retrata al emperador, minutos antes de ser ajusticiado, mientras consuela a su confesor. No obstante, a causa de la perfecta teatralidad de la escena, muchos dudan de la autenticidad de la placa, aunque los lloriqueos del cura no serían nada raros, ni tampoco su indiferencia por los abusos cometidos anteriormente contra los más necesitados.
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