Las historias que se contaban sobre la vida que le daba su amo, despertaron el activismo en favor de los animales.

Don Mateo y su oso Rulas fueron, desde finales de la década de los cuarenta, una pareja singular. No sólo eran tan conocidos como los artistas de las carpas, sino que además recorrían la mayoría de los cabarets y ferias de la capital promocionando su número entre el público de todas las edades.

Sin embargo, aquel par sería recordado también por otro motivo. Su bien ganada fama provocaría ataques por parte de grupos reaccionarios y sentaría los primeros precedentes en la ciudad de México sobre la protección de los animales.

Ya desde 1947 algunas gacetillas y periódicos dedicaban espacios a hablar sobre el tema, y tanto don Mateo como Rulas salieron a relucir en algunas notas escritas por indignados periodistas y columnistas.

En algunos textos llamaban al pobre fulano el "explotador del reino animal" y en otros afirmaban que el domador de osos mataba de hambre a su peludo compañero de espectáculos y que para no escuchar sus quejidos lo emborrachaba cada noche con aguardiente.

Por supuesto esas truculentas historias tenían más de cuento chino que de verdad. Don Mateo en realidad quería a su oso como a un hijo, y se cuenta que el día que el buen Rulas colgó las garras, su amo, consumido por la tristeza, le fue a hacer compañía tan sólo un año después.

Sin embargo, lo más importante fue que aquel oso se convirtió en el santo patrono de los animales de la ciudad y la polémica que despertó inició el activismo de muchos sectores.

Entre las asociaciones que surgieron había algunas ansiosas por ganar poder y simpatías políticas. Aquel pretexto de la protección de diversas especies les vino como anillo al dedo y algún diputado los tacharía de oportunistas, afirmando que el tema era también una veta repleta de oro para sus arcas, porque casi a la par comenzaron a recolectar donativos para su causa.

Más pronto que tarde, surgió uno los primeros grupos de activistas que velaban por las vidas de toda especie distinta al ser humano. Ese primer grupo, surgido a finales de 1949, contaba entre sus miembros con muchas damas de alcurnia, a las que, desde corta edad les surgió el cariño por los animales, como sus gatos pachones, perros con pedigrí y, más tarde, sus maridos bartolos.

Con el apoyo de la cartera de estos últimos, aquellas damas financiaron mucha propaganda para sensibilizar a la gente sobre el respeto a los animales. A causa de los buenos resultados que obtuvieron en cuanto a publicidad, otras organizaciones más radicales surgieron para comenzaron a perseguir a diestra y siniestra a todos esos changos que trataban a los animales como a su suegra y los explotaban cual esclavos.

La Asociación del Respeto a las Especies, cuyas oficinas se encontraban en la calle de Brasil, en el Centro, envió una furiosa carta a los diputados y senadores en la que reclamaban la creación de una ley para la protección animal.

Algunos columnistas tomaron de choteo la iniciativa y afirmaron que algunos diputados se mostraban agradecidos porque finalmente algunos ciudadanos se proponían velar por ellos y sus pellejos; como quien dice, dentro del reino animal entraban una gran cantidad de especies, incluidos esos políticos disfrazados algunas veces de humanos.

Sin embargo, las presiones lograron en 1950 el efecto deseado y las autoridades iniciaron una campaña para liberar a los animales en desgracia. Las páginas de los principales diarios comenzaron a llenarse con reportajes en los que se describían las hazañas de esas brigadas de protección animal.

Coyotes que vivían en garajes, avestruces que habían sido puestos encorrales de restaurantes, e incluso el famoso león tuerto que era exhibido afuera de una carpa de la colonia Obrera, fueron algunos de los casos que eran difundidos.

Entre los villanos que cayeron con la iniciativa fue muy sonado el caso de un empresario de la industria zapatera que mandaba hacer experimentos para utilizar la piel de perros callejeros; eso sin contar el caso del taquero de la Hidalgo al que en su casa le encontraron una gran jauría de perros en engorda.

Sin embargo, una vez pasada la novedad, las acciones a este respecto se hicieron muy esporádicas. No obstante, a finales de los cincuenta ya se hablaba de la urgencia de hacer leyes más estrictas para combatir el tráfico de fauna silvestre que era después vendida en el extranjero. Todavía por esos tiempos era posible rentar una avioneta y llenarla de jaulas con especies en peligro de extinción, sin más gasto que una mordida para el aduanero. Una laguna que las leyes posteriores tratarían de enmendar, aunque sin mucho éxito.

Todavía hoy el tráfico de animales se realiza en forma descarada. Con decirle que en los años ochenta, en la esquina de Vértiz y Eugenia, en la colonia Narvarte, existía un lote de autos usados donde exhibían leones y tigres, e incluso ofrecían cualquier carcacha a cambio de una especie rara de mamíferos o reptiles. ¡N`ombre! Si para descaro, en mi tierra.




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