Según conocedores de las leyes familiares, desde el siglo XIX el fantasma del divorcio ya rondaba a las parejas mexicanas y existían códigos relacionados con la disolución legal de un matrimonio.
Muchos atribuían el fenómeno a innumerables causas, contando por supuesto las nuevas ideas posrevolucionarias, que cuestionaron ideologías, tabúes morales y arraigadas tradiciones, que hasta entonces, habían dictado las reglas para vivir en la ciudad de México.
Sin embargo, estos párrafos civiles no contemplaban la influencia religiosa, la idiosincrasia mexicana, y hasta esa intromisión directa que ejercían los familiares, vecinos y amigos de los cónyuges, quienes a la manera de Pepe Grillo instaban a regresar al buen camino.
Estas razones mantuvieron durante décadas a los párrafos legales de causales de divorcio como un mero adorno en el Código Civil. Existían excepciones de parejas que conocían su derecho a buscar la paz en la distancia, pero despertaban el alarido público y los procesos de separación se convertían en un circo, donde el único ganón era el todopoderoso chisme.
Ya supo, comadre, la Maruca se anda divorciando. Dicen las malas lenguas que, a su marido, en lugar de saludarlo, ya todos lo toreaban y le gritaban: "¡Ole!", por los cuernotes que se cargaba.
Y por supuesto, del otro lado también había comentarios de los cuates: ¡N’ombre, compadre, la mujer del Juancho lo dejó porque "ya no servía", usted me entiende. Incluso, lo vieron con los yerberos comprando remedios para ver si se le volvía a "levantar el ánimo".
Los grupos más conservadores alzaron sus voces de protesta contra esa aberración del divorcio, que intentaba sabotear una de las instituciones más importantes de la sociedad.
En la ciudad, fue pionero el proyecto de información con sendos carteles y folletos, para que los capitalinos conocieran las opciones, cuando su vida conyugal se hubiese transformado en un pleito ranchero, y donde incluso el gato y el perro ponían ejemplos de civilidad. Sin embargo, los primeros módulos de orientación que se instalaron en la capital, fueron duramente criticados por los radicales.
Lo más grave es que ese repudio general convirtió al proceso de divorcio en el animal raro de los registros civiles. Muchos abogadetes de tercera estuvieron comisionados a dirigir esas oficinas y pasaban por alto detalles legales prioritarios, en lo referente a la custodia de los hijos, la pensión alimenticia, etc. Con el tiempo, instauraron las juntas previas de avenencia para resolver los conflictos, pero la mera verdad es que las cosas no han cambiado mucho desde el siglo pasado. El mencionado procedimiento, que aún se utiliza en los juzgados de lo Familiar del Tribunal Superior de Justicia, encarga a un chango sin ninguna preparación como terapeuta o, de perdida actuación teatral, la recitación mecánica de consejitos a las parejas, que sólo provocan las risas de abogados voraces... estos últimos, los actuales y verdaderos ganones de la separación legal entre parejas, después de todo, a río revuelto, ganancia de pescadores.
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