Desde tempranas horas, los pantalones acampanados ondulaban entre cadenciosos balanceos, las minifaldas, los listones y los cuellos de tortuga se abrían paso entre el bullicio de las calles de Londres y Hamburgo. Por ahí, algún militante de las causas perdidas repartía flores acompañadas de octavillas que pregonaban la paz, mientras, cerca de la plazoleta de Génova, se escuchaba el murmullo de canciones y guitarras acompañadas de percusiones y panderos.
Era la época de oro de ese barrio nombrado por el pintor José Luis Cuevas como la Zona Rosa, y rebautizado por su fauna como la "Zonaja", con zeta, en honor a los movimientos conceptuales que proponían que los nombres de las calles debían ser puestos por la "vox pópuli" y no por los políticos, urbanistas o "acomedidos".
Entre las mesas de los cafés al aire libre, los "arreglamundos" lanzaban sus teorías sobre el papel del marxismo en el nuevo orden internacional, vaticinaban la crisis de los países industrializados y hasta la instalación de esa utopía pregonada por el libro El Capital, en la que los obreros serían los dueños de los medios de producción.
Mientras tanto, algún gurú campechano con delirio de chamán ofrecía amuletos en una esquina, para atraer las energías positivas de los altos astrales.
Los lectores que nos han escrito y que formaron parte de alguna de las numerosas palomillas de jóvenes de la "Zonaja", recuerdan a toda una pléyade de personajes que conformaron su entorno cotidiano, como el vendedor ambulante de libros llamado Flavio, quien solía deambular con su gorra roja con la bandera rusa impresa, y a cada oportunidad lanzaba diatribas contra el imperialismo.
También fue famosa la bailarina Bere, quien acompañada del grupo callejero Los Psicotrópicos, solía ofrecer funciones de baile árabe en plena vía pública, y dejó hipnotizado a más de uno con el bonito balanceo de su ombligo.
No podía faltar el parrandero guitarrista Hugo el Tarugo, mote que le fue impuesto después de que sus celos fueran los causantes del rompimiento con la guapa modelo de anuncios llamada Tamara, y de quien se dice, solía posar para los pintores debutantes a cambio de una obra para su colección.
Al igual que el fenómeno que luego ocurrió en la colonia Condesa, la promoción de la Zona Rosa por parte de nóveles poetas, escritores y periodistas, provocó
aglomeraciones en sus aceras, apertura de nuevos negocios, y, con ello, el espanto de las facciones diazordacistas más tenebrosas y de grupos ultraconservadores.
Muchos opinan que después de octubre del 68, todo comenzó a transformarse, la Zona Rosa pasaría de ser un barrio donde el ambiente era moldeado por los jóvenes bohemios a un lugar para centros nocturnos, franquicias y oficinas que trajeron consigo la decadencia que todos conocemos; después de todo, las autoridades habían dejado en claro que no tolerarían más argüendes de hippies melenudos.
En años posteriores, con la apertura comercial de México, la Zona Rosa dejó de ser "Zonaja" y se llenó de membretes extranjeros, tabledances, burdeles, bares y discotecas que la convirtieron en una especie de Disneylandia tijuanesca para gringos con camisa hawaiana.
A mediados de los 90, más de 30 bandas de criminales y vendedores de droga se dividían las calles de la zona, mientras los "giros negros" donde se lucraba con alcohol adulterado operaban sin ninguna intervención de autoridades.
Hoy la cosa sigue peor, basura, coyotes, grafiti y decadencia imperan en la Zona Rosa, mientras el lavado de dinero para las principales mafias que dirigen la CDMX es el principal giro. Resulta que, hasta una tortería o taquería en la zona, casi siempre vacías, generan hasta medio millón de pesos al mes. ¡Qué bueno que los comensales fantasmas comen tanto! Hasta resulta penoso ver cómo la última plaza de antigüedades de la zona o el histórico hotel Geneve, son las últimas arcas que sobreviven al mar de la inmundicia en que se ha convertido este estratégico territorio.
En pocas palabras, de aquella Zona Rosa donde alguna vez se creó el primer mural efímero, en la que solían pasear escritores como Carlos Fuentes u Octavio Paz con sus libretas de apuntes y en donde los cantautores callejeros amenizaban las tardes con su prosa musical, no queda más que el recuerdo.
Mientras tanto, su hermana menor, la colonia Condesa, sigue sus pasos como en un eterno retorno "nietzschiano". Seguramente llegará el día en que un boletero de cortesías nos aborde en avenida Amsterdan, Nuevo León o Tamaulipas, y recite el consabido: "Pásele joven, sin cover, música viva, bellas edecanes, cubetazo: dos por uno".
Twitter: @homerobazan40