Como pocos en nuestra vieja urbe creían en las promesas de los políticos, más de uno se sorprendió cuando, a mediados de 1958, se dio luz verde al proyecto de las unidades móviles de salud, mismas que recorrían los barrios más humildes de la capital del país para ofrecer exámenes y diagnósticos sin ningún costo.
A la par de la famosa campaña emprendida por Adolfo Ruiz Cortines, para erradicar la tuberculosis, la aparición de aquellos camiones donde se ofrecían vacunas, chequeos generales, medicamentos y hasta rayos X, fue seguida con una atención sin precedentes por parte de los medios de comunicación, que ensalzaron a los funcionarios colocándoles una aureola sobre sus antes grises crestas.
En los muchos reportajes que aparecieron con un gran despliegue de fotografías, se narraban las historias de humildes madres de familia y ancianos que no habían recibido atención médica durante años, y que lograron obtener diagnósticos precisos con tan sólo caminar a la esquina de su cuadra.
Así transcurrió un tiempo de luna de miel con las instituciones, y hasta algunos funcionarios recibieron ascensos por aquella iniciativa. No obstante, con el paso de los meses, algunos se percataron de que nadie sabía cuántas unidades móviles de salud existían en operación. Algunos hablaban de 30, otros de 15, los más aguafiestas afirmaban que no pasaban de 10.
A la manera de muchos políticos modernos, cada vez que la cuestión llegaba hasta a algún responsable de las instancias de salud, éstos respondían que no eran muchas ni pocas, sino todo lo contrario. o bien, que el número era relativo, porque las flotillas de vehículos se irían incrementando con las necesidades de la ciudadanía, ¡oleeee! Poco después, en algunos periódicos se publicaron listas sobre las fechas en que las unidades móviles visitarían determinada colonia y en cuál esquina estarían estacionadas durante varios días.
Sin embargo, para muchos resultó sospechosa la separación de semanas y hasta meses en que se anunciaban los chequeos gratuitos, lo cual se explicaba únicamente por una escasez de unidades móviles. Al indagar sobre el asunto, algunos reporteros descubrieron que el famoso programa que tantas fanfarrias y exclamaciones había levantado en la prensa, estaba sustentado por sólo cinco camiones de diagnóstico, de los cuales sólo tres estaban en operación.
Al mismo tiempo, se comenzó a sospechar sobre el mal uso de recursos, por la solicitud de medicamentos para una iniciativa paralela de abasto popular, de los cuales más de la mitad era canalizado mediante las unidades; obviamente, las cuentas no salían, porque, como dijo cierto colega en sus tiempos de reportero, aunque repartieran chochos hasta con las patrullas, el número de medicinas entregadas seguía siendo muy superior, ¿acaso habría algún negocio anexo o quizá se infló la petición de recursos para quedarse con algo por debajo del agua?
Aunque aquella pregunta nunca se hizo directamente, salvo por nuestro famoso compañero El Pelón Beltrán (quien por cierto fue vetado por hacerla), sí se sembró un precedente para las instituciones de salud, en el sentido de que nadie, incluso los sacrosantos recursos médicos, podía estar fuera de vigilancia por la tentación de algunos para hacer negocios turbios.
Con el tiempo, aquel experimento de las unidades móviles comenzó a mostrar parpadeos ante la falta de recursos. Igual que el juguete nuevo del niño caprichoso que termina en la caja del olvido, las unidades comenzaron a padecer por la falta de medicamentos básicos y equipo. Se cuenta que, en los últimos meses, los médicos voluntarios ya sólo se ocupaban de checar la presión arterial y recetar alguna aspirina.
De vez en cuando, sobre todo en los tiempos electorales, alguna de esas unidades era sacada del garaje para revivir viejos tiempos por algunas semanas y hacer quedar bien al partido político del chango hipócrita en turno que "afeaba" con su propaganda las calles capitalinas. ¡cuánto hemos cambiado!