Hace menos de ocho décadas, en un México donde 40% de los mexicanos no sabía leer ni escribir, y en el que las supersticiones, los prejuicios y las habladurías eran el pan de todos los días, la introducción de la práctica ginecológica seguía en la lista negra.
De hecho, tuvo que pasar por muchos avatares para ser considerada una profesión científica con alguna utilidad y borrar ese halo de morbosidad del que fueron blanco los médicos que la ejercían.
Ya desde 1947 los primeros reportes estadísticos de la Secretaría de Salud sobre las mujeres que cada año fallecían por problemas como el cáncer de mama o el papiloma humano, escandalizaban a ciertos sectores, aunque por alguna razón y dada la mojigatería de la época, los datos no eran difundidos por los principales medios por considerarlos de mal gusto o "incitadores de malos pensamientos".
Hacía más de dos décadas, por ahí de 1926, que los primeros médicos en tratar "enfermedades para señoras" habían instalado sus consultorios en el Centro de la ciudad. Aunque, en realidad, eran pocos los valientes en atreverse a colocar en su toldo un letrero que aludiera a tales prácticas. La mayoría prefería anunciarse bajo otras especialidades para evitar los chismes de los vecinos y hasta las agresiones por parte de esos gandules celosos, que no veían con buenos ojos que sus mujeres los visitaran.
El término "médico partero" cobró así una connotación muy amplia y camuflaba la práctica de la ginecología, bajo un mote que no alebrestaba el complejo aldeano de nuestros compatriotas.
Por esos años, un cura retrógrada de apellido Albarrán hizo pública, en una gacetilla católica, su indignación ante la "afrenta a las buenas costumbres que cometían muchos sujetos sin escrúpulos que se llamaban médicos de mujeres". El susodicho afirmaba que esos practicantes, valiéndose de mañas y falsos diagnósticos, obligaban a las damas a mostrar su desnudez e incluso a dejar al descubierto sus partes más íntimas.
Para dar el punto final a su execrable escrito, aquel "jumento con sotana" aseguraba que las revisiones ginecológicas daban lugar a "toqueteos" íntimos en los cuales estaba siempre presente la lascivia, y que quebrantaba el honor tanto de los maridos como de la institución familiar.
Al parecer, la desinformación que aquel sujeto difundía era en realidad un ejemplo de la ignorancia que prevalecía en la ciudad y el resto del país, porque hasta se dio el caso de un sujeto que agredió a un médico por andar inspeccionando a su esposa embarazada donde no debía.
No es de extrañar que, para mediados de los 50, las cosas continuaran igual. Para colmo, con las protestas en contra del aborto y la persecución que se había iniciado en contra de las parteras clandestinas, los ginecólogos tampoco salieron bien librados, y pasaron a ocupar el primer lugar en la lista de sospechosos. Algunos hasta fueron privados de instrumental médico que, en opinión de las autoridades, podía ser mal utilizado para otras prácticas.
En este renglón destaca el caso de un doctor de la Roma que, a principios de los 60, fue perseguido por repartir folletos entre sus pacientes sobre el derecho de decisión de la mujer y la importancia de realizar anualmente una revisión ginecológica.
La cosa hubiese quedado ahí, de no ser porque el médico incluyó en el folleto una serie de ilustraciones sobre la exploración de los senos, para hallar "bolitas sospechosas", las cuales fueron consideradas pornográficas por varios grupos conservadores.
Aunque la liberación sexual comenzaba, no olvidemos que en la ciudad también eran los tiempos del buen regente Uruchurtu. Imagínese, si no dejaron que Los Beatles dieran un concierto en la ciudad de México por melenudos, qué no le harían al pobre ginecólogo por difundir imágenes de desnudos. De hecho, las notas periodísticas fueron bastante crueles, porque lo fotografiaron junto con sus utensilios, como si fuesen aparatos de tortura y hasta inventaron rumores que ponían al pobre paisano como el cabecilla de una red para asistir abortos clandestinos de adolescentes.
Con el tiempo, lo único que menguaría la mojigatería serían las terribles estadísticas que harían ver el error de no mostrar información oportuna y fidedigna. Sería hasta años después con la recién inaugurada infraestructura hospitalaria que las campañas de prevención ginecológica finalmente dejarían de ser subterráneas para ser apoyadas por el Estado... sin embargo, quizá nunca se llegue a conocer el daño causado por tantas décadas de ignorancia y de silencio.
@homerobazan40