Solía vagar por las calles cercanas al zócalo a altas horas de la noche. Dicen que vestía traje y usaba sombrero como cualquier parroquiano. Caminaba como perdido, cual si buscara alguna dirección. Pero quienes se toparon con él aseguraban que no era grata la experiencia, y que a más de uno le dio el síncope al acercarse a unos pasos de aquel extraño y descubrir que no tenía rostro.
A propósito del pasado día de muertos, enntre los cientos de historias fantásticas y leyendas que han tenido como escenario el centro histórico, la del sediento errante fue famosa por estar conectada con un hecho de violencia real.
Hace algunos años hablamos en este espacio de la poco recordada "masacre del agua", provocada por el desabasto del vital líquido en las diversas colonias durante la segunda década del siglo XX.
Después de muchas semanas, cientos de familias furiosas acudieron al zócalo a protestar llevando tazas y botellas como símbolo de la sed que se había propagado por todo el valle de México.
Durante la manifestación, los ánimos se encendieron y algunos lanzaron antorchas encendidas contra las ventanas de las oficinas de gobierno. En respuesta, el torpe jefe del ayuntamiento dio la orden a los guardias del Ejército de abrir fuego para dispersar la revuelta.
Todavía no se sabe el número de muertos de aquel trágico día, pero curiosamente, meses después, el imaginario popular dotó de vida a la leyenda del sediento errante, quien incluso comenzó a aparecer como un personaje recurrente en las diversas gacetillas ilustradas.
En cierta forma, el espectro cumplía con una clara labor de protesta contra el fascismo que habían mostrado los funcionarios, quienes después de la masacre negaron muchos hechos y afirmaron que los balazos contra la muchedumbre habían sido solamente en defensa propia, pues los trabajadores de las oficinas corrieron el riesgo de morir quemados por la muchedumbre.
Ante tales mentiras, el sediento errante sin rostro se lamentaba cada madrugada cargando una botella por el perímetro del zócalo y las avenidas y calles aledañas. Se cuenta que seguía sobre todo a quienes salían de las oficinas públicas a altas horasde la noche, y que más de uno sintió en carne propia el terror de escuchar su voz espectral que clamaba por un poco de agua para apagar su sed.
Algunos columnistas políticos de esa época echaron mano de la leyenda para lanzar diatribas amargas contra los funcionarios, quienes no mostraban mucha destreza para resolver la escasez del vital líquido que llegaba a faltar en las colonias más pobres hasta cuatro días a la semana. Un agudo periodista escribió que, a falta de rostro, los mandamases podían colocar al sediento errante el de cada uno de los capitalinos indignados por el uso de la fuerza ante demandas razonables.
Mientras tanto, cada día seguían apareciendo numerosos testigos que se habían encontrado con el sediento al dar vuelta por alguna esquina. Afirmaban que, en su cara sin ojos, nariz o boca, había solamente un manchón negro parecido a la pólvora, y no faltó el compadre que afirmara que el sediento había sido en vida uno más de los manifestantes de la "masacre del agua", y que había sido muerto por un disparo en el rostro.
En los meses que siguieron las historias se multiplicaron. Casi nunca se hablaba de encuentros violentos. Parecía que el sediento sólo se limitaba a asustar e incomodar con su presencia a las autoridades.
Se dice que llegados los años 30, un día apareció muerto un militar en una vecindad cercana a la calle de República de Colombia. Al parecer su deceso se debió a una caída por estar pasado de copas, pues no había rastros de heridas por armas blancas o de fuego.
Más pronto que tarde, los vecinos achacaron su muerte a un encuentro con el sediento errante. Incluso se afirmó que el militar había participado en la masacre y que el espectro, en venganza, lo había hecho caer desde el primer piso del inmueble donde fue encontrado.
Así transcurrió mucho tiempo más, hasta que otros problemas más graves comenzaron a asaltar a nuestra urbe y el reflector se retiró de las andanzas del fantasma sediento, sin duda recordado como el primer espectro mexicano que convirtió a su presencia en militancia... Qué bueno que hoy a los muertos, producto de injusticias, negligencias y ajustes de cuentas políticas, no les ha dado por regresar, porque sin duda se nos juntaría un cementerio entero en nuestras pobres calles.
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