El refrán "Los hombres y la basura tempranito a la calle" se inspiró en la costumbre de esperar al camión a las 8: 00 a.m.

Aunque la costumbre de muchos changos a quienes diariamente se les pegaban las sábanas, era y sigue siendo, depositar su consabida bolsa de desperdicios en el arbolito del camellón o junto al poste de la esquina, había quienes sí tenían conciencia cívica y madrugaban para poner la basura en su lugar.

Aquel dicho que decía: "Los hombres y la basura, tempranito a la calle" seguramente fue inspirado por la rutina diaria de las amas de casa, quienes desde las ocho de la mañana ya se encontraban en las esquinas esperando al camión del departamento de limpia.

Sería con las nuevas estrategias impuestas en distintas colonias por el Ayuntamiento capitalino desde finales de los años 30, que la aparición del camión recolector dejaría de ser un tema para los adivinos.

Muchos artículos resaltaban la ineficiencia del servicio durante los años que siguieron a la revolución, época cuando en más de una colonia los muladares en terrenos baldíos se hicieron cosa común y los desperdicios, igual que en la novela La peste, de Albert Camus, esperaban semanas y meses al aire libre a la espera de ser recogidos.

Antes de la invención de las bolsas de plástico, la entrega de la basura se hacía con los mismos botes y era vaciada al interior del depósito del camión. Algunos parroquianos preferían en ocasiones las bolsas de papel que daban en las panaderías, pero como al humedecerse se desfondaban nunca se hicieron muy populares. Hoy día la tendencia es ya no usar plásticos para preservar el medio ambiente, aunque su uso para tirar la basura sigue casi inalterable, por fines prácticos e higiénicos, podría ser que pronto volvamos a las costumbres de tirar la basura directamente del contenedor.

Por cierto, que cada camión contaba con su propio mártir, según recuerda un antiguo trabajador del servicio de recolección, quien siendo chamaco ingresó como chalán a una de las unidades y durante más de un año cumplió con la famosa novatada del gremio y que consistía en apisonar dentro del depósito la basura.

Para los apisonadores de antaño la rutina de sus colegas de hoy en día, asemejaría casi un día de asueto.

Sin bolsas que contuvieran los desperdicios, estos trabajadores tenían que aplacar la basura sin más protección que unas botas y exponiéndose a toda clase de infecciones y heridas, todo por aquellos "considerados" que al igual que hoy tiraban latas y botellas rotas.

Al principio el ayuntamiento creo un plan general de recolección pensado para las colonias de abolengo como la Roma, la Juárez y la Condesa y después lo extendió al resto de la capital. La operatividad se centraba en paradas divididas en sectores y en mantener esquinas fijas para recoger los desechos.

Sin embargo, la falta de horarios fue lo que dio al traste con la nueva medida. Muchos esperaban durante la mañana y la tarde hasta que el camión, igual que una señorita melindrosa, se dignaba a aparecer. Este inconveniente sería enmendado poco después gracias a la hoy institucionalizada campana.

El servicio de limpia del Departamento del Distrito Federal renovaría décadas más tarde sus unidades, las cuales eran herméticas y contaban con una puerta para cubrir los desechos durante la jornada. No obstante, más pronto que tarde, el incómodo armatoste creó la costumbre de colgar costales con botellas y latas en los costados del vehículo, al igual que la consabida cabeza de muñeca en la antena para el radio.

Un urbanista extranjero que participó en la creación de la famosa Carta de Atenas dijo que el desarrollo y la decadencia de una ciudad podía medirse por el manejo y reciclaje de sus desperdicios. Sería muy largo hablar de las medidas implementadas en las décadas que siguieron y las historias alrededor de este tema, sin embargo, una cosa es el destino de la basura y otra el cumplimiento en su recolección diaria a lo largo de las décadas.

Dicen que de niño nadie sueña con ejercer este trabajo y que su vital importancia pasa inadvertida entre el trajín cotidiano de quienes compran, consumen y desechan. Es uno de esos raros oficios que son valorados en muy raras ocasiones, sólo cuando alguien imagina el fatídico día en que su servicio llegara a faltar.

homerobazanlongi@gmail.com
Twitter: @homerobazan40

Google News

TEMAS RELACIONADOS