A finales de los 30, como parte de las acciones para promover el voto entre las comunidades menos favorecidas de orillas de la ciudad, el gobierno inició un incipiente programa "democratizador" de este derecho, que, impulsado en buena parte por fuerzas de oposición, sentaría las bases para la reforma política que comenzaría años más tarde.

Aquel programa incluía el acarreo propagandístico de cientos de campesinos de alejadas comunidades a la Ciudad de México, todo para ser fotografiados en el momento justo de depositar su boleta en la urna y con ello permitir a algunos funcionarios alzarse el cuello y recibir elogios y palmaditas cual mascotas de hueso y correa.

Sin embargo, lo que haría sospechar a muchos periodistas y estudiosos de los "tejemanejes" políticos, sería la disposición de aquellos centenares de campesinos con precarias situaciones económicas y quienes tenían esposas, hijos y siembras pendientes en sus poblados.

¿En verdad tenían tanta voluntad ciudadana que podían darse el lujo de escaparse por dos o tres días al Distrito Federal sin más pago que unas tortas para el camino?

Fue por esas fechas que el término "líder charro", tan popular en la azotada provincia, cobraría también fama en nuestra urbe. Muchas fueron las definiciones que surgieron para describir a aquellos hijos de su avaricia, que con impunidad controlaban comunidades enteras bajo cualquier medio posible.

Con palabras salidas del Manual de Carreño, un líder charro era un representante depositario de la confianza popular y con pocos escrúpulos para ejercer con ello poder político.

No obstante, otras descripciones menos amables, entre ellas la de un opositor muy recordado por su cercanía a Lombardo Toledano, los definía como meros "panzones ambiciosos que, con tilma, huarache y porrazo, se aprovechaban

cual hienas de sus paisanos y vendían sus votos al mejor postor... este último, por lo general, otro panzón ambicioso de las altas esferas".

Los que armaron el numerito del voto campesino, nunca imaginaron que destaparían a tal grado la cloaca con todos sus malos olores.

Más pronto que una mosca se para en la... miel, salió a relucir el amplio historial que la confusión post revolucionaria había heredado.

Pueblos y comunidades con humildes ciudadanos oprimidos bajo amenazas, controlados con falsas promesas y entretenidos con limosnas económicas, cumplían la encomienda de sus caciques, marcando su tache a favor del partido pagador.

Lo más grave es que cuando el escándalo se enfrió, todas y cada una de las fotos de aquellos pobres campesinos votando en el zócalo, fueron guardados en la sede del "Archivo Nacional del Eterno Olvido Político"... ¿por orden de quién? Esa por supuesto, es otra historia.

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