Para aquellos que no se caracterizaban por ser dicharacheros y a quienes las muchachas debían sacarles las palabras con tirabuzón, la guitarra se convertía en una herramienta social que les permitía integrarse a las reuniones y hasta hacer suspirar con un amplio repertorio de refritos románticos a aquellas féminas para las que siempre habían sido un cero a la izquierda.
Al menos este era el ideal social con el que lucraban las academias de música y los cursos por correspondencia de guitarra que desde mediados de 1940 comenzaron a obtener grandes ganancias, gracias a la pléyade de trovadores aficionados que deseaban seguir los pasos de las estrellas del cine nacional y la estación XEW.
Sobre la calle de Madero y a lo largo de San Juan de Letrán, los letreros que promocionaban cursos relámpago para aprender a tocar la guitarra, atraían a los adolescentes que soñaban con dar una serenata al estilo de Pedro Infante a aquella melodía "negrita de mis pesares, hojas de papel volando".
Sin embargo, a la hora de lanzarse al ruedo y depositar su fe en esas lecciones cuya publicidad prometía convertirlos en maestros de las cuerdas con tan sólo 10 pasos, se daban cuenta de que la dura realidad del músico aprendiz era un viacrucis colmado de esfuerzo que muy pocos se atrevían a afrontar.
Cuando por fin tocaba a la puerta el cartero para entregar el primer paquete del curso por correspondencia, la sonrisa del entusiasmado cliente se borraba rápidamente al encontrarse con que debía descifrar primero los "sencillos" pasos del manual, mismos que asemejaban un montón de jeroglíficos con rayas, puntos negros y blancos, seguidos de una interminable numeración que en teoría se relacionaban con cada cuerda del instrumento.
Si el aficionado era tenaz y lograba hallar sentido a aquellas instrucciones, editadas por lo general en barato papel revolución, al cabo de unos días estaría arañando su primer "chuntatachun", mismo que servía como base para añadir alguna cursi letra, que por lo general aludía a los ojos de cielo, el cabello de seda o los labios de fruto maduro de aquella valquiria responsable de los desvelos.
En el caso de las academias de música, algunas de ellas instaladas en pomposas casonas de la Juárez y la Roma para justificar el desplume, los jóvenes acudían con la esperanza de empezar a tocar de inmediato, pero ¡oh sorpresa!, se topaban con unas engorrosas clases de introducción sobre el conocimiento de las notas musicales y vocalización, que a veces se alargaban durante días y que hacían desertar a la mitad del grupo.
No obstante, para los que sorteaban los malos consejos de la impaciencia y se especializaban en los diversos círculos de notas y en aplacar los gallos de la voz, el éxito les sonreía cuando se convertían en el alma de la fiesta, y por primera vez los ojos de las antes indiferentes jóvenes se posaban sobre su gris humanidad.
Tal como puede verse en la foto, hasta los más antipáticos del grupo lograban atraer sobre sus cabezas el reflector de los suspiros, gracias a esa herramienta de cuerdas, que más que un instrumento, era un salvavidas para no quedarse solterón por el resto de los días.
Lo malo era que, pasado el debut de la pachanga bohemia, el trovador aficionado solía darse a la pereza y en adelante vivir de su fama. Por lo general el manejo de los círculos en la guitarra se limitaba a no más de dos o tres, y las canciones a un máximo de cinco o seis, más algunas de la propia inspiración, que por lo general eran tan malas, que más les valía interpretarlas sólo para las reuniones del "club de Tobi" donde sólo hubiese compadres beodos.
A menudo bastaban un par de fiestas para que el émulo de los "románticos de ayer y hoy", quemara todo su "parque conquistador", y aquellas fans que lo habían seguido en las tertulias comenzaban a cansarse de su falta de originalidad, después de todo, un chiste es bueno hasta que se repite una docena de veces.
Sin embargo, existía también la otra cara de la moneda, el trovador que después de conquistar los suspiros en las fiestas, pasaba a conquistar al taciturno público de los camiones, para después ser descubierto por un productor, quien lo haría grabar su primer disco, el cual sería un éxito en la radio, trayendo fama y fortuna. y en adelante giras, miles de admiradoras, repartir autógrafos, etcétera, etcétera. estos últimos ¡eran los menos, claro!
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