Ya había escuchado hablar sobre la mala atención y falta de organización en el Hospital número 1 Carlos MacGregor Sánchez Navarro del IMSS, ubicado en la Av. Gabriel Mancera y Xola. Primero, por mensajes de nuestros lectores durante la época de COVID, cuando incluso los mismos residentes denunciaron que los obligaban a cumplir turnos en los que un sólo médico atendía hasta 100 pacientes sin tener el equipo adecuado.

Sin embargo, en días pasados este columnista junto con mi familia vivimos en carne propia la deficiente organización de este hospital a cargo del doctor Arturo Hernández Paniagua, quien curiosamente, aun con las quejas de su personal publicadas en otros medios, recibió la condecoración Miguel Hidalgo.

Todo comenzó el pasado sábado 29 de junio cuando nuestra tía, la científica Blanca Esther Longi, sufrió un accidente cerebro vascular y tuvimos que trasladarla de emergencia.

Tenemos el orgullo de que nuestra tía es una prominente bióloga y paleontóloga, que se encuentra entre los científicos con especialidad de estudio de los fósiles prehistóricos mexicanos.

Siempre ha estado orgullosa de haber obtenido sus doctorados en la UNAM y es una celosa defensora de las instituciones públicas. Siempre nos advirtió que en caso de eventualidad no quería ser trasladada a un hospital privado porque confiaba en la atención del seguro social y la experiencia de sus médicos.

Por ello dejó escritas instrucciones precisas sobre el hospital que pertenecía a su código postal en caso de una emergencia. Sin embargo, esta vez la institución pública en la que confiaba demostró no estar a la altura por la gran desorganización y despotismo del que fuimos testigos.

Aquel sábado llegamos en la ambulancia a emergencias del mencionado Hospital número 1 Carlos MacGregor, en la entrada de Nicolás San Juan, donde fue recibida por el neurólogo de guardia, un sujeto delgado, de gafas, con manzana de Adán prominente, quien, con trato despótico y altanero recibió los exámenes preliminares y le dijo a mi hermana, textualmente:

"uuy yo creo que tu tía ya valió..." para después seguir su camino por un corredor.

Mi hermana no podía creer lo que el sujeto había dicho y comenzó a gritarle y a pedirle su nombre, pero el sujeto corrió para librarse de ella. Recomendamos al director del hospital, Arturo Hernández Paniagua revisar las cámaras de seguridad del sábado 29 aproximadamente a las 5 de la tarde para ubicar a este neurólogo que fue sólo el primero de muchos incidentes que muestra la desorganización del hospital que dirige.

A continuación, nuestra tía, después de los tratamientos iniciales en cuidados intensivos, fue trasladada a una habitación privada, a la cama 453 de la zona del hospital contiguo.

Mi familia quedó espantada por la condición de los baños del vestíbulo cercano a la sala de espera. Yo mismo vi cómo incluso en la penitenciaría podría ser que estuvieran mejor. Mingitorios que aún usan agua, y cartones de cajas colocados en el suelo de los mingitorios como material absorbente. Un olor terrible y falta de higiene total, aun cuando esos baños son el primer filtro de limpieza para los familiares que acuden a ver los pacientes internados.

Ya instalada, se le dieron todos los antecedentes a los médicos de guardia mismos que levantaron los expedientes. Pasó el domingo en el que estuvimos turnándonos porque sólo dejan entrar a un familiar en dos turnos de 10 a 2 pm y de 4 a 8 pm.

¿Qué ocurrió al llegar el lunes en el hospital que dirige al doctor Hernández Paniagua? Encontramos a mi tía, a la prominente científica, estudiosa de los vestigios prehistóricos mexicanos, en un estado deplorable. No se le había dado aseo en varias horas. Los pañales, que por su condición le fueron colocados, estaban sucios. Había estado en ese estado ¡por lo menos 10 horas! pues después de las 8 pm se pide retirarse a los familiares hasta con policías y el acceso siguiente es hasta las 10 de la mañana.

Mi hermana quedó horrorizada y después se indignó aún más al enterarse de que los médicos residentes del turno de la mañana del lunes 1 de julio, a las 10 de la mañana ni siquiera habían leído los expedientes dejados por sus colegas de guardia del fin de semana. Creían incluso que nuestra tía era una señora que siempre había estado inválida sin poder hablar bien y sin moverse.

A falta de camilleros, que no habían llegado aún a esas horas, mi hermana se las ingenió con dos voluntarios que encontró para trasladar a mi tía al área de regaderas y darle ella misma aseo, pues no había personal disponible a esas altas horas de la mañana. Lo que ocurrió a continuación fue inaudito.

A falta de voluntarios y de camilleros disponibles mi hermana estuvo con mi tía recién bañada y en el frío del área de regaderas, en una silla, por más de una hora, pues no había personal para cargarla hasta su cuarto y trasladarla a su cama.

En el turno de la tarde nuevamente la pesadilla de que los residentes de guardia no leían los expedientes. Así pasaron más días con más incidentes como el que le trajeran comida sólida aun cuando no podía comerla y después, la gota que derramó el vaso. Nos informaron que necesitaban la cama y aunque en principio nos habían dicho que podía permanecer hasta el domingo 7 de Julio, nos hicieron firmar una prealta el jueves 4 y el viernes 5 fue prácticamente echada del hospital, aludiendo que su condición ya era estable y que corría el riesgo que un virus oportunista la afectara.

Como cereza del pastel de los protocolos absurdos que sigue esa institución, los camilleros no pueden salir a unos metros del hospital para ayudar a subir a los pacientes a los autos de sus familiares, por lo que tuvimos que recurrir a un servicio especial para hacerlo.

Después de que el neurólogo de guardia nos dijera "tu tía ya valió"; después de que los residentes no leyeran los expedientes de las guardias de fin de semana; después de que dejaran sin aseo a nuestra tía por más de 10 horas; después de que la dejaran por una hora en espera en regaderas por falta de camilleros; después de que equivocaran su comida de papillas por alimentos sólidos; y después de presenciar el estado deplorable de muchas de las instalaciones y de la organización interna de ese hospital, decidimos trasladarla. En mi condición de periodista al ver esas irregularidades sabía que tenía que informarlo y me comuniqué con la asistente del director Hernández Paniagua dejando mi número, pero nunca me devolvieron la llamada.

Afortunadamente, todo el tiempo recibimos apoyo de los colegas científicos de la UNAM, quienes han realizado diversas investigaciones con mi tía Blanca Esther, para canalizarnos a otros servicios privados de salud con la atención que alguien en su condición de daño cerebro vascular requiere.

Creo que urge, señor secretario de Salud, Jorge Alcocer Varela y su sucesor, Dr. David Kershenobich Stalnikowitz, y señor director del IMSS, Zoé Robledo Aburto, que hagan no una visita anunciada sino varias visitas sorpresa al hospital que dirige el doctor Hernández Paniagua, además de realizar una urgente auditoria para saber el destino de los recursos internos del mismo y los protocolos tanto de logística como de trato a los pacientes que se siguen, incluso con seguimiento a nivel sicológico de los mismos médicos residentes. El comentario: "tu tía ya valió" sigue resonando en las mentes de toda mi familia.

Por lo pronto, si usted estimado lector o sus familiares han recibido tratos similares en este hospital, no dude en escribirnos para publicarlos. La unión hace la fuerza.

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