Durante 2024 sufrimos de varias contingencias ambientales en la ciudad de México, mismas que mostraron que los problemas a este respecto no son cosa del pasado.

Inocentes e ingenuos tiempos cuando el entonces secretario del medio ambiente Alejandro Encinas, recibió hace 24 años al nuevo milenio afirmando que el 2000 sería el mejor año ambiental de la década y que los programas ecológicos comenzarían a mostrar su eficacia.

Ya en los años 20, se publicaba en este diario, un artículo sobre el rápido crecimiento de la circulación de vehículos en contraparte con la escasez de árboles y pulmones verdes en puntos estratégicos de la metrópoli.

En los 30 y 40, el rápido desarrollo industrial de la ciudad ya daba algunas muestras de las secuelas ambientales que serían heredadas a generaciones futuras.

Sorprendentemente, no existían estudios estadísticos sobre las repercusiones a largo plazo de la contaminación, aunque el crecimiento de fábricas, comparado con cifras actuales, era 28 por ciento más alto. México tenía prisa por crecer, sin importar el costo venidero.

La triada de las décadas de los 50, 60 y 70 marcó la cimentación definitiva de nuestro aparato industrial y de los principales males ecológicos de los últimos 30 años del siglo. Por primera vez, los impecables y moderados informes sobre actividad industrial en la ciudad, arrojaron datos severos, aunque extrañamente dirigidos a la contaminación del agua: 250 mil toneladas anuales de contaminantes orgánicos eran arrojados en ríos y redes de alcantarillado, integrando únicamente 15 por ciento al medio natural. También en 1970, exactamente un 27 de enero, se publicaba en estas páginas, como una capa denominada técnicamente Inversión de Temperatura, más tarde conocida como Inversión Térmica constituía un peligro de contaminación atmosférica, y por ello, la urgencia de instalar una oficina pública que estudiara a fondo el problema, que en opinión de especialistas significaba un techo para la ciudad, que impedía la salida de elementos contaminantes y que sólo hasta después de medio día, desaparece con la aparición de gases calientes.

El 29 de noviembre de 1982, el Diario Oficial publicó la norma para la calidad del aire y el ozono, marcado en 100 puntos Imecas. Las medidas por encima de la norma de 250 puntos harían necesaria la aplicación de un plan de contingencia para todo el valle de México.

En 1986 el gobierno capitalino instala a través de la desaparecida Secretaría de Desarrollo Urbano y Ecología, la Red de Monitoreo Atmosférico, cuyas estaciones en Xalostoc, La Merced y Pedregal, registran las primeras contingencias con índices de ozono de hasta 298 puntos. La palabra Imeca se convierte en parte del lenguaje popular de los capitalinos.

Un año después, en 1987, el Instituto Mexicano de Perinatología identifica a la primera generación de bebés mexicanos con altos índices de plomo en la sangre.

En 1989, con exhaustivas campañas de concientización, se instaura el programa "Hoy no circula" mediante cinco colores en el engomado de la tenencia, limitando así, en teoría, la circulación de 400 mil vehículos por día.

Sin embargo, en opinión de expertos. esta medida incrementó durante sus primeros años, la venta de humeantes carcachas, agudizando el problema, a tal punto que, a finales de 1990, especialistas extranjeros describieron a los capitalinos como "mutantes" por su sorprendente resistencia a los contaminantes, calculando también, que en un solo día, la desaparecida refinería “18 de marzo” de Azcapotzalco, arrojaba a la atmósfera 450 billones de partículas no identificadas.

Al parecer estas alarmantes declaraciones no estaban muy alejadas de la realidad, pues el 16 de marzo de 1992 se registró la contingencia ambiental más alta de toda la historia, marcando 398 puntos Imeca.

Los problemas respiratorios se agudizaron y la sintomatología común era tos y enrojecimiento de ojos con tan sólo unas horas de estar expuesto al exterior.

Aunado a todo esto, la década de los 90 fue también la primera en presenciar el surgimiento de la corrupción ambiental a gran escala, a través de verificentros instalados en talleres mecánicos y locales especiales, cuyas ganancias derivadas de mordidas y venta de calcomanías, fue calculada modestamente en 40 millones de pesos anuales; equiparables tan sólo al otorgamiento de concesiones y sobornos por parte de inspectores y unidades de la llamada policía ecológica.

Una escena común en esos días era ver circular a chimeneas sobre ruedas luciendo un engomado en regla y bien pegado en el parabrisas trasero.

Sin embargo, frente al negro panorama, existió siempre el consuelo de las cifras. En 1992 se produjeron 8 contingencias ambientales, cifra que disminuyó en los años subsecuentes, hasta alcanzar el año anterior sólo 3 contingencias en 12 meses.

En 1996, un informe difundido por la Dirección de Ecología de la Secretaría de Medio Ambiente Se informa que, gracias a la utilización de nuevas gasolinas, los índices de plomo desde 1990 bajaron hasta 1.5 microgramos por metro cúbico de aire.

Hace un cuarto de siglo el entonces gobierno del DF aseguró que el aire ya está más limpio, llegando a mínimos históricos de contaminación. Se sembraron 11 millones de árboles, se incluyó gas natural en 531 camiones de basura y se redujeron las afecciones respiratorias en 37 por ciento.

Atrás quedaron los proyectos casi surrealistas como que propusiera hace décadas Manuel Camacho Solís de instalar ventiladores gigantes en el valle de México. Nuevamente hace 24 años el entonces secretario de Medio Ambiente, Alejandro Encinas habló ingenuamente de la corrupción: “Hemos desmantelado 17 bandas vinculadas con la falsificación de documentos de verificación y hemos revocado la licencia a 7 verificentros. Nuestra recién aprobada Ley Ambiental ha construido consensos con los partidos y la sociedad con el deseo que esto se convierta en una certidumbre de la política ambiental de esta ciudad”, afirmaba triunfalmente.

Dice un proverbio chino que 100 años en verdad no son nada si jamás se aprende de sus enseñanzas. A las palabras se las lleva el viento. Mientras tanto, nuestra ciudad de México sigue siendo una de las más contaminadas del planeta. Y los capitalinos, ya somos mutantes de muchas décadas de intentos serios y superficiales que, no obstante, siempre se han anunciado con bombo y platillo.

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