Terminaron las precampañas y el diagnóstico hasta ahora es poco alentador para Xóchitl Gálvez, pese a que ciertamente pronunció un articulado discurso de cierre -muy celebrado por cierta comentocracia–, donde por primera vez logró transmitir un mensaje más allá de la historia de la niña que vendía gelatinas.

Mientras en estos meses Claudia Sheinbaum evolucionó como candidata, la hidalguense parece haber venido involucionando. La primera ha ido aprendiendo cada vez mejor su rol de candidata y se la percibe con más aplomo y mayor confianza en sí misma. La segunda, en cambio, pasó de un tropiezo discursivo a otro, y se la siente titubeante.

Mientras los estrategas políticos y consultores coinciden en que la candidata de la 4T ha sido consistente y disciplinada, ha hecho una campaña profesional y ha dejado también que los profesionales hagan su trabajo, la campaña de la exsenadora ha sido errática, desordenada, improvisada y sin una narrativa clara.

He de decir que, cuando se lanzó el nombre de Gálvez para ser candidata, tuve la impresión de que era el primer acierto de la oposición en mucho tiempo. Parecía que este personaje podía hacer una buena campaña, que su gracia, soltura y veta de outsider podían representar un valor añadido, algo que aportara frescura a la contienda e introdujera un elemento de incertidumbre a una contienda cuyo resultado está cantado de antemano.

En contraste, siempre me ha parecido que la ex jefa de gobierno –cuya capacidad intelectual se antoja superior a su carisma– es mejor gobernante y será mejor presidenta que candidata.

En poco tiempo, sin embargo, la campaña de Claudia ha logrado superar algunas de las limitaciones personales de la candidata, como su dificultad para verse genuinamente cercana a la gente, su poca voz para arengar a las multitudes y cierta parquedad en su personalidad que algunos podrían percibir como una forma de antipatía.

Consciente de que una gran parte del electorado decide su voto a partir de criterios tan frívolos como la imagen que proyecta un candidato —y que en nuestra cultura machista eso es aún mayor cuando se trata de una mujer—, Claudia ha logrado mostrarse rejuvenecida y jovial. Hoy proyecta una energía vital y un ánimo festivo, además de haber cambiado ese rostro serio y circunspecto, por una sonrisa constante.

En contraste llama la atención que los estrategas de Xóchitl Gálvez no hayan logrado siquiera sacarle partido a los rasgos más naturales y espontáneos de esa personalidad simpática, dicharachera y, ciertamente, más accesible.

Una de las muestras más evidentes del fracaso en la campaña de la exsenadora es la encuesta publicada por El Financiero a principios de mes, donde apenas 27% de los entrevistados querría verla en una fiesta de fin de año (contra 46 que preferiría toparse a Claudia), solo al 26% le gustaría tenerla como amiga (frente a 44 de su rival) y algo insólito: apenas el 21% cree que la hidalguense contaría mejores chistes en una fiesta, frente al 33% de la candidata oficialista.

Claudia Sheinbaum llega al inicio formal de la campaña con una enorme ventaja. No solo por lo que arrojan las encuestas, sino porque ha logrado proyectarse y actuar como ganadora antes de serlo. Porque frente a una Xóchitl que no se la cree y no siempre se toma en serio su papel, la exjefa de gobierno ya se comporta y actúa como nuestra señora presidenta.

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