Omar García Harfuch fue un excelente secretario de seguridad durante el gobierno de Claudia Sheinbaum. Sus resultados en la reducción de la criminalidad son palpables. En esa lógica, sería el perfil perfecto —y necesario— para encabezar la estrategia de seguridad del futuro gobierno.
Resulta un extravío mayúsculo, sin embargo, pensar que un hombre como él puede dirigir los destinos de la Ciudad de México, en vez de abocarse a lo que sabe hacer mejor.
Ciertamente, el ex secretario de seguridad es quien mejor figura en intención de voto, pero también es verdad que tres de los candidatos de Morena que hoy más suenan —Clara Brugada, Mario Delgado y el propio Omar— ganarían una elección.
Ciertamente, la ventaja que Morena y sus aliados tienen hoy en la capital no es tan cómoda como a nivel federal. Si en este último caso la 4T aventaja a la oposición por al menos 16 puntos, en la ciudad la diferencia es de ocho puntos.
Aun así, Claudia Sheinbaum —en cuyas manos el presidente ha puesto la decisión— no quiere poner en riesgo la victoria. Ante ello, la ex jefa de gobierno está a punto de dar un salto al vacío. Uno que pondría el proyecto de la 4T en riesgo y tendría un costo muy alto para la izquierda.
Dejando a un lado el simbolismo que implican los orígenes familiares de Omar —que en última instancia él no eligió—, lo cierto es que sí eligió ser policía. Esa ha sido su carrera, a ello ha dedicado su vida y eso guía su forma de pensar y actuar.
En la entrevista que dio recientemente a Los Periodistas son más que evidentes las dificultades del exsecretario para hablar de otra cosa que no sea la seguridad. Simple y sencillamente carece de un discurso articulado, de una visión y un programa para la ciudad.
Los cálculos pragmáticos en política son necesarios, pero todo tiene un límite. La candidatura de García Harfuch significaría un desdibujamiento absoluto del movimiento en uno de los bastiones progresistas más importantes del país, como es la Ciudad de México.
Con un perfil así, simple y sencillamente Claudia claudica. Podrá sortear holgadamente una elección, pero empezaría su liderazgo con el pie derecho, hipotecando el futuro del movimiento y arriesgando todo un proyecto político.
Hacer candidato a Harfuch sería poner en manos de un personaje recién llegado —y cuyas verdaderas convicciones e intereses desconocemos—, los destinos de toda una ciudad, donde evidentemente el personaje se estaría posicionando como un presidenciable.
No todo triunfo es el mismo triunfo. Morena debe confiar en sus propias fuerzas. Un perfil como el de Clara Brugada, con una exitosa gestión de gobierno en Iztapalapa —la alcaldía más poblada de la ciudad— es un activo que el partido puede y debe explotar.
Si pulen al personaje, logran suavizar algunos de los rasgos que en ella se perciben como más radicales, y si ella misma acepta acercarse hacia el centro político, podría construirse una candidatura competitiva, e incluso atractiva para la propia clase media.
Pero incluso si esa opción tuviera que descartarse y fuera imperativo proyectar un perfil moderado, capaz de ser mejor recibido entre las clases medias, hay otras alternativas. Está Mario Delgado, Rosa Icela Rodríguez o incluso algún externo estilo Juan Ramón de la Fuente.
Con toda seguridad hay otras alternativas antes que tragarnos la historia del policía salvador o repetir la estrategia del político estilo “peña bombón, te quiero en mi colchón”. La izquierda se merece más que eso.