Es natural y predecible que Sandra Cuevas se presente como “perseguida política” hoy que ha sido vinculada a proceso. Los políticos siempre reaccionan así cuando se les investiga, con razón o sin ella.
Lo triste es que la comentocracia, buena parte de la oposición y sus alcaldes en la Ciudad de México le hagan juego a esa retórica, sin conocer el caso, e incluso ignorando el largo historial de ilegalidades de la alcaldesa de Cuauhtémoc.
Han recurrido a argumentos tan absurdos como afirmar que, por ser mujer y medir 1.57 metros de altura, no podría infligir daño a dos policías. Como si para someter a esos dos elementos de seguridad la funcionaria no hubiese utilizado su cargo y la fuerza de su autoridad, ni tampoco empleado su poder para arrebatarle a los policías radios y celulares; vejarlos, maltratarlos y retenerlos durante más de una hora.
Todo esto lo hizo con la connivencia de otros funcionarios, algunos de los cuales también están acusados. De hecho, en la denuncia se señala que, en la agresión cometida el 11 de febrero, participaron siete personas, incluido el director de seguridad de la demarcación.
Ello explica las acusaciones por abuso de autoridad, al ejercer violencia, vejar e insultar; robo, al privarlos de sus objetos personales e instrumentos de trabajo, y discriminación, al atentar contra su dignidad humana por su origen social y profesión.
Si la alcaldesa no fuese procesada por estos delitos, tarde o temprano lo sería por otros. Porque en los seis meses que lleva en el cargo ha violado la constitución de la Ciudad de México y las leyes en innumerables ocasiones y se ha extralimitado en sus funciones como si no tuviera la más mínima idea de cuáles son atribuciones.
Hemos visto a Cuevas utilizar una camioneta con placas alteradas a la manera de los delincuentes; repartir despensas del PRD en un vehículo de la demarcación sin patente (hay videos); gastar 400 mil pesos en una revista para hacerse promoción personalizada (hay pruebas), e incluso incumplir con las mínimas formas legales, como hacer públicos los nombres de su gabinete.
La alcaldesa también ha incurrido en prácticas de nepotismo, al asignar responsabilidades de autoridad a su propia hermana sin estar en el organigrama, y ha limitado la libertad de asociación y manifestación, al hostigar a la oposición local y a organizaciones vecinales.
Desde esa grosera toma de posesión con alfombra roja, fuegos artificiales y su tan polémico “maripocidio”, la alcaldesa ha desplegado una serie de escándalos y actitudes inaceptables para cualquier gobernante, como el disponer del espacio público a su antojo, incurrir en gastos excesivos e injustificados (clases de yoga por 52 mil pesos al mes), entre otras.
Esto, desde luego, por no mencionar sus varias muestras de estupidez e insensibilidad como declarar que no le gustan los pobres, arrojar pelotas premiadas en un acto de patetismo sin precedentes, e incluso insultar a ciudadanos que la cuestionan.
Esa es la Sandra Cuevas que —en su obsesión anti cuatroteísta— varios comentócratas y políticos han salido a defender o cuyas tropelías se han dedicado a relativizar: un personaje impresentable que condensa lo más ruin de la clase política mexicana, e incluso de buena parte de nuestras élites.
Una funcionaria que muestra como pocos la prepotencia, el nepotismo, el abuso de autoridad, la frivolidad, el clasismo y la mala administración de los recursos públicos. En suma, todo lo que debemos dejar detrás.
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