Todos sabemos que este domingo no es está ni de cerca en juego la continuidad de López Obrador en el poder. Que el ejercicio no arrojará un resultado vinculante (debe ser del 40%) ni podemos esperar una gran participación.

Para este Presidente la consulta tiene un objetivo, común a varios líderes populistas (AMLO lo es y no me parece mal): reafirmarse ante el pueblo y validar su legitimidad, dejando además —aunque esto en segundo término— el legado de un instrumento de participación.

Decía María Esperanza Casullo, una de las teóricas del populismo, que antes que estar en contra de la democracia o pretender suprimirla, como creen algunos, a estos líderes la democracia les sirve para fortalecer su relación con el pueblo, como parte de su propia construcción de poder.

Los líderes populistas, señala ella, tienen una tendencia a afirmarse por la vía de las urnas, y por ello a convocar a más procesos electorales (plebiscitos, mecanismos de democracia directa y participativa, etc.) que los políticos tradicionales. Así mantienen viva la relación con sus seguidores y pueblo en general.

Hacerlo así no necesariamente resulta en autoritarismo. Desde cierta óptica, pueden ser regímenes incluso más democráticos que el resto.

En clave populista, esta consulta presenta dos retos, uno más sencillo que el otro: El primero es revalidar a AMLO ante el pueblo que lo eligió. El segundo –mucho más complejo— probar su fuerza ante un colectivo de individuos movilizados y organizados. Aquí está el mayor riesgo del proceso porque la 4T ha descuidado esa tarea en estos tres años.

La consulta es fundamentalmente un acto a través del cual el obradorismo se mide ante sí mismo como movimiento social y político. Para el presidente, Morena y sus aliados, lo que ocurrirá en las urnas pone a prueba su capacidad de movilización y convocatoria. Por eso esta primera revocación tiene más relevancia hacia adentro que hacia afuera.

Está en juego, en última instancia, la sucesión de 2024 y la futura configuración de la 4T, tanto como la fuerza y capacidad de operación de sus distintos actores políticos, desde gobernadores hasta liderazgos locales, pasando por ciertos funcionarios federales y dirigentes partidistas.

El reto más importante, no cabe duda, es para Claudia Sheinbaum. No la tiene fácil porque, aunque ha sido una buena jefa de gobierno, no ha demostrado ser una política de tierra con capacidad para operar, articular y construir colectivos.

Si la elección del año pasado la dejó mal parada ante Palacio Nacional, la de este domingo —donde ha prometido al presidente 4 millones de votos en el Estado de México y 2 millones en la CdMx, las entidades que le tocó coordinar— podría dejarla disminuida.

Si su fracaso se torna evidente, probablemente el lunes 11, AMLO ya esté considerando seriamente su plan B: Adán Augusto. El secretario de Gobernación lo sabe. Por eso en estos días ha echado toda la carne al asador. Habrá que ver qué arroja su actuación en determinados estados, especialmente a los que acudió a “promover la reforma energética”.

¿Cuál podría ser una métrica de participación exitosa este domingo? Evidentemente, superior al 7.1% alcanzado a nivel federal en la consulta sobre expresidentes. Con tan solo un tercio de las casillas, 9.5 millones de votos es lo mínimo que se puede esperar ahora, pero sería poco. Para un presidente que obtuvo 30 millones en 2018, unos 15 millones de votos serían muy buenos.

@HernanGomezB

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