Claudia Sheinbaum no es una figura que necesariamente emocione a las multitudes. A diferencia de López Obrador o incluso algunos gobernadores de Morena, la jefa de gobierno no es particularmente carismática.
Sus virtudes son otras. Quizás una de las más importantes es haber sido una funcionaria que se preocupa y se ocupa de los problemas. Sobre todo, que tiene los pies bien planteados en la tierra, y está alejada de la grandilocuencia y el ego de otros políticos.
Claudia no interpreta un personaje y está muy lejos a cualquier forma de actuación. Alejada de la frivolidad del poder, no le interesa el dinero y no tolera la corrupción ni los excesos. En ese sentido es la más cercana a López Obrador de todos los aspirantes a la Presidencia.
No solamente tiene el corazón en el lugar correcto y una visión de izquierda. También entiende algo muy importante que la 4T está necesitando hoy más que nunca: una gestión pública de calidad, capaz de dar más y mejores resultados.
En un momento como el que estamos es clave hacer una mejor administración para traducir el discurso de la 4T en realidades más palpables. Para ello, Claudia tiene buenas credenciales: como jefa de gobierno supervisó personalmente los temas más importantes y les dio un seguimiento puntual.
Metódica y ordenada, Sheinbaum gestiona con un rigor cercano al de una científica. Una de sus cualidades más notables, probablemente, ha sido el ser especialmente exigente con su equipo de trabajo.
No solo les reclama eficiencia y resultados, también le irrita profundamente –y no lo disimula— que le den largas, que simulen estarse ocupando de un problema o incluso que sean socialmente insensibles.
Es sabido que frecuentemente regaña a sus colaboradores. Más de uno refiere anécdotas que lo ilustran. Lo hizo muchas veces con la secretaria de Salud durante la pandemia (“no quiero cifras alegres aquí”, relatan que le dijo varias veces durante la pandemia). Y lo ha hecho también con otros funcionarios más.
Sus colaboradores señalan que en una ocasión echó a una funcionaria de la secretaría de Gobierno de su oficina por mentirle descaradamente. Siempre he pensado que sería fabuloso que se filtrara a la prensa un episodio como esos: ilustraría como pocas cosas de qué madera está hecha Claudia.
La exjefa de gobierno sufre la ineficiencia como pocas cosas, padece la ineptitud de sus subordinados y es intolerante ante la estupidez. Por eso es de mecha corta, y a veces tiene exabruptos.
Algunos crean que ese temperamento es un defecto. Pienso, sin embargo, que ese tipo de rasgos hoy son cualidades más que necesarias en quien habrá de tomar las riendas de la 4T, que hasta ahora no ha brillado por la eficacia administrativa.
Y es que gran parte del obradorismo se ha quedado en el plano discursivo. Hoy hace falta aterrizar las políticas en la realidad para entregar más y mejores resultados.
La izquierda está necesitando un buen gestor, alguien que, además de tener una visión transformadora del país, haga funcionar mejor ese aparato público que sigue quedando mucho a deber y, a la vez, que no incurra en actos de megalomanía.
Alguien capaz de traducir líneas generales de política pública –que suelen quedar en el terreno de la ficción—en realidades tangibles para la población. Claudia tiene todo eso muy claro.