La temperatura política al interior de Morena se ha elevado a tal punto en las últimas semanas que más de uno se pregunta si el partido está viviendo algo parecido a una perredización.
¿Qué será de Morena el día que AMLO no esté? ¿Cuál será el elemento aglutinador que impedirá que los distintos grupos en su interior –actuando cada vez más en lógica de facción— permanezcan unidos?
No pretendo tener la respuesta, pero el presidente siempre ha tenido claro que no puede ni debe repetirse la historia del PRD. AMLO sabe lo que le pasó a Cuauhtémoc Cárdenas y cómo es que eventualmente la lógica de las corrientes terminó apoderándose del partido y destruyéndolo.
Ciertos elementos dentro de Morena han sido pensados para que eso no ocurra:
Primero: Los órganos de dirección emanan de abajo hacia arriba, dándole peso a lo local. Congresistas eligen consejeros y estos a su vez órganos de dirección, que de esa forma no resultan de un reparto faccioso de cuotas. Eso evita la creación de corrientes, cuya existencia además está prohibida en los estatutos.
Segundo: los responsables del partido en los estados son los gobernadores emanados de Morena, donde los hay. Eso tiene sus riesgos, pues eventualmente podría promover un partido fragmentado en cacicazgos, pero de momento sirve para evitar que surjan corrientes a nivel nacional que se lleven todo.
Tercero: La elección de candidatos se lleva a cabo a través de encuestas, no por medio de negociaciones entre grupos. Su metodología y falta de transparencia puede ser cuestionada, pero no cabe duda que sin ellas Morena estaría sumida en el caos.
Al menos por ahora, el partido difícilmente puede perredizarse porque la estructura es del presidente, quien ha mantenido un poder hegemónico sobre ella.
En cuatro años, Morena no ha logrado tener vida interna, ni órganos realmente operantes. En su gran mayoría, los comités estatales y municipales son disfuncionales. AMLO ha querido que sea así. Le conviene que sea así porque lo vuelve más fuerte.
A muchos militantes les ha resultado fácil responsabilizar de varias decisiones polémicas tomadas en Morena a sus presidentes. A Yeidckol Polevnsky la reprochaban, entre muchas cosas, retener los recursos para formación política; a Mario Delgado, el pragmatismo radical en la elección de candidatos y otras tantas.
La verdad inconveniente, que pocos morenistas quieren asumir, es que los dirigentes del partido no hacen nada relevante sin consultarlo con López Obrador, a quien le resulta fácil que sean ellos quienes asuman los costos.
Es tan débil Morena como partido que no tiene siquiera una ideología, ni posicionamientos firmes. Basta asomarse a los documentos básicos. “No mentir, no robar y no traicionar al pueblo” podría ser el lema de un partido de derecha.
Justamente por eso, no cual quiera puede ser el abanderado a la presidencia. Cualquiera que sea el candidato ganará, pero solo un perfil de izquierda puede darle rumbo y razón a Morena, además de garantizar la continuidad del proyecto obradorista.
Si esa tarea queda en manos de Claudia Sheinbaum —los otros dos perfiles, a pesar de sus muchas virtudes, son políticos profesionales más bien centristas— el reto de todas formas será enorme.
Ante la falta de un liderazgo carismático, todo estará por reinventarse. Habrá que construir desde cero, desde un auténtico programa de izquierda hasta un partido con verdadera vida orgánica interna. Todo está en la incertidumbre.
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