¿Qué puede decirse acerca de AMLO que no se haya dicho ya a lo largo de estos seis años? Sobre sus virtudes y defectos han corrido ríos de tinta. Por eso más que referirme otra vez del personaje, quisiera hablar hoy sobre lo que para mí han sido estos seis años.
En 2018 recuerdo haber abrazado el triunfo de la 4T con enorme entusiasmo y esperanza. Muchos de mis textos no solo buscaban traducir lo que veía, sino también ser parte de las pocas voces disonantes que entonces se expresaban en medio de una comentocracia abrumadoramente anti obradorista.
En esas circunstancias, sentía casi como un deber defender el proyecto de sus múltiples ataques, y buscar la manera de explicar lo que parecía difícil entender o justificar.
Con el tiempo, ese papel que desempeñaba me empezó a incomodar y me fui dando cuenta que era necesario ejercer más la crítica desde una posición de izquierda. Hoy, aunque sigo siendo un simpatizante de la 4T, ya no siento el entusiasmo de entonces.
Pero a muchos en la 4T ese tipo de posturas les generan desconfianza, casi como si fueran actos de traición.
El obradorismo es a veces más duro con los simpatizantes críticos que con las voces de la derecha que lo combaten. Quien los critica desde la propia izquierda —pese a no ser un militante, sino alguien que simplemente comparte una causa— es tratado peor que el que siempre se ha situado en el lado del adversario.
Claro, porque mientras los alazrakis, los beatrizpagés o los aguilarcamines sueltan bilis cada vez que abren la boca, es fácil descontarlos de un plumazo por la simple vía de caricaturizarlos. En cambio, con los simpatizantes críticos es necesario dialogar en un plano más racional y con matices.
Me inquieta y desanima la forma en que todo el debate político se reducido a una dicotomía pro o anti 4T, una en la que han terminado por caer incluso algunas de las mentes más lúcidas, a sabiendas de que es la única manera de existir y posicionarse en el debate público.
Pero me perturba aún más la manera en que, desde el propio obradorismo se ha censurado la posibilidad de que exista una crítica desde la propia izquierda, capaz de cuestionar algunas de las decisiones del Presidente y el gobierno si es necesario, incluso para mejorar el rumbo desde una lógica constructiva.
El Presidente interpela al sector conservador todos los días, pero tiende a ignorar a las voces de la izquierda no oficialista. Los canales públicos, en lugar de remediar esa lógica política, la refuerzan sin entender que tienen un rol que cumplir para todo el conjunto de la sociedad.
Asómese cualquier día a ver el Canal Once: no hay un solo programa donde se contrasten y debatan visiones políticas distintas. El oficialismo tiene sus espacios donde se hablan entre ellos, mientras la oposición, de forma similar, posee una pequeña cuota de programas (soporíferos, por cierto).
Pero más lamentable aún es que no exista un espacio donde se pueda ejercer una crítica desde la izquierda hacia el propio gobierno.
Pese a la intensidad que ha adoptado en estos años, la discusión pública transcurre constantemente en lógicas de alineamiento automático, donde ya no hace falta pensar ni razonar con matices porque los espacios para dialogar con los que piensan diferente –incluso dentro de la izquierda– se han cerrado considerablemente.
Ojalá que esto cambie con el próximo gobierno.
@HernanGomezB