Siendo dos de las voces más influyentes en el debate público, qué distintas son las dos Denises: la señora Dresser y la doctora Maerker. En una misma semana ambas se pronunciaron sobre la tan comentada toma temporal de Ferrosur, la empresa de Germán Larrea.
Dresser lo hizo de pasada, en su columna del lunes en Reforma, donde alegaba que la “expropiación” mandaba un mensaje “innecesario a los mercados internacionales”, para luego explicárselo como resultado de un presidente que sólo busca fortalecer su ego” (“¡Ya siéntese, señora!”, daban ganas de contestarle).
¿De verdad alguien puede afirmar que un presidente podría tomar una decisión así para por un simple tema de “ego”? Por lo visto, en la prensa mexicana los columnistas pueden cobrar —y algunos cobran muy bien— por decir ese tipo de sandeces.
Qué distinta la explicación de la doctora Maerker, que en medio de una mesa en el programa Tercer Grado –hombres que planteaban que esto erosionaba la confianza de los inversionistas y la certidumbre jurídica–, de pronto los acribilló con un argumento certero y preciso, que vale la pena citar en extenso:
“Más allá de las formas, a mí me parece lógico, cuando tú ves el proyecto entero, este rescate administrativo. Si tú ves lo que el gobierno ha apostado por la zona, la idea de hacer un Tren Interoceánico, la inversión en los dos puertos y el desarrollo que plantean el recuperar esos 120 kilómetros, me parece que hace sentido”.
“No lo veo como algo extraordinario, inusual, irracional, como de repente quitar una concesión sin ton ni son (…) Pero me parece que el Presidente es rudo en su forma de negociar, lo ha sido en el cobro de impuestos, lo fue en el caso del aeropuerto donde dijo: ‘aquí las cosas se hacen de esta manera’: es esta separación del poder económico del poder político.”
“Yo discrepo de que la persona a la que se le quita sea cualquiera. ¿Cuál es la característica de Germán Larrea? Pues es un señor que siempre se sale con la suya. Es más, yo creo que es la primera vez que no se sale con la suya…” (aplausos de pie).
Qué distinto es escuchar a una analista, cuando está dispuesta a reflexionar, como lo hace Maerker, frente a una columnista como Dresser, que escribe hipérboles retóricas llenas de lugares comunes, simplemente porque le parece que sus frases suenan bonitas... O que cree poder darse el lujo de decir cualquier cosa, simplemente por ser quien es.
Qué distinto es cuando una periodista escribe desde la razón, que cuando simplemente busca movilizar la emoción de su público para darle alimento a los odiadores del Presidente.
Qué diferente es cuando una mente hace un genuino esfuerzo por entender más allá de lo que repiten otros, que cuando una pluma se alinea automáticamente a un bando —cualquiera que sea este— y asume una postura por mera consigna.
Qué distinta es una Denise de la otra. Y aclaro que no estoy hablando de sus posturas ideológicas. De hecho, Maerker está lejos de ser una defensora del Presidente. Critica cuando hay que criticar, pero sabe reconocer avances, cuando los hay, y distinguir lo importante.
Al final, una y otra comunicadora simbolizan lo que hoy es el mundo de la comentocracia: de un lado, una ruidosa pléyade de voces que repiten las mismas frases e ideas; del otro lado, unos cuantos —pocos lamentablemente— que son capaces (como René Delgado, Ernesto Núñez o Jorge Zepeda) de trascender los más vulgares lugares comunes y descifrar la realidad con más sensatez.